El hombre solicitó empleo de mi hermana, estaba hambriento, no había comido en días. Sin trabajo o dinero, no podía volver a casa con las manos vacías.
Ella le dio dinero, todo lo que tenía en su cartera que los niños no habían tomado esta mañana antes de salir a la escuela.
Entonces el hombre comenzó a llorar, la bendijo besándole la mano y la cabeza mientras alababa a Alá, su Dios.
Lo que nació en ese momento, en ese punto exacto del pequeño barrio de Jerusalem emana fuertemente de mi corazón y de mi mente.
Porque existen muchas cosas positivas en esa semi-coexistencia que se da en Jerusalem. Hay combatientes, pacifistas, empresarios, niños, ancianos, seculares, religiosos, ciudadanos los recién llegados y aquellos que han forjado su vida en la capital.
En mi mente, intento no retroceder y caer en lo conocido. Porque realmente creo que el tiempo es sanador y la incitación es destructora.
Mientras volvía a casa del trabajo, mi mente estaba abrumada con pensamientos sobre el terrorismo de los últimos días y la acción de mi hermana esa mañana. Me distraje por lo que estaba sucediendo en la calle frente a mi: un judío y un árabe cerraban un acuerdo de negocios, hablaban animadamente y se estrechaban la mano con entusiasmo.
Yo estaba cautivada por su interacción hasta que el claxon de los coches me hizo volver a la realidad.
Y sí, he escuchado un millón de veces cómo uno de ellos mataría al otro si tuviese la oportunidad. Y sé que alguien en algún lugar siempre cuenta la historia del tipo que fue estafado en la compra de un estéreo para su auto o que no le pagaron su salario al terminar la jornada de trabajo.
Créame, sé de lo que están hablando.
Estamos llenos de miedo y odio. Juzgamos a muchos por lo que hace uno y a uno por muchos. Porque el poder de uno y de muchos es muy grande.
Sin embargo, seguimos integrando y revaluamos lo que nos han enseñado a pensar y sentir: enojo, miedo, rencor, duda, defendemos nuestro derecho.
¿No era apenas la semana pasada cuando colocaba mi coche en un lavado de autos ubicado en la pequeña aldea árabe justo afuera de la ciudad, mi actividad del viernes por la mañana, mientras que conversaba y tomaba café turco con el propietario y volvía locos a los chicos que limpian si no aspiraban cada rincón del vehículo? Y ahora me pregunto si estoy cometiendo un error en ir allá.
¿Seré demasiado confiada? ¿Demasiado incrédula? Y, ¿a qué precio? Si estoy en lo cierto nadie me recompensará. Y si D-os no lo quiera me equivoco, sabemos que el odio sigue vivo.
Cada quien hace lo que puede, lo cual no es mucho mientras nos escondemos y nos encerramos atemorizados en nuestros hogares. Rezamos, construimos y reconstruimos una vez más. Por nosotros, nuestros hijos, nuestra salud mental. Por nuestro país.
Ustedes que están sanando, educando y apoyando, ayudan a construir lo que muchos intentan destruir.
Así que no se den por vencidos, se los ruego.
Porque un hombre hambriento requiere de comida y una nación hambrienta necesita paz.
Fuente: The Times of Israel
Traducido por Esti Peled
Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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