IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hay un problema inevitable entre D-os y el ser humano: D-os está dispuesto a hablar, pero no existe modo de garantizar que el ser humano logrará una comprensión clara y nítida de lo que le dice.
En las notas anteriores ya marcamos las diferencias entre ambos relatos de la Creación. El primero, enfocado a lo que es el ser humano como sociedad; el segundo, a lo que es como individuo.
Pero el Génesis pretende ir más allá. Cuando habla sobre “el origen”, no sólo pretende contarnos cómo fue que todo apareció en el mundo material. También nos explica cuál es “el origen” de las difíciles condiciones de vida del ser humano, y para ello nos presenta un relato sobre lo que tradicionalmente ha sido llamado “la caída del hombre”.
De ese modo, se plantea el origen de los problemas que nos aquejan como especie humana. Judaísmo y Cristianismo le dieron diferente interpretación a este relato. Para el Cristianismo, se trata del momento en el que el ser humano se convierte en una “raza caída” y queda sujeto a la escalvitud del pecado; para el Judaísmo, se trata del gran dilema del ser humano, creado con la capacidad entre escoger lo bueno o lo malo; no existe algo semejante a una condición de “raza caída”, pero sí una continua inclinación a hacer lo malo.
Haciendo uso de un esquema narrativo geométrico conocido como Quiasmo –muy típico en la literatura semita–, el primer relato de la Caída está enfocado en el individuo (de ese modo, los relatos de la Creación y la Caída están en el orden siguiente: sociedad – individuo – individuo – sociedad), y es la continuación directa del relato de la Creación de Adam y Java.
El relato lo conocemos bien: Java se pone a platicar con una serpiente que, en términos generales, la engaña y convence de comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal –prohíbido–, y luego le da de comer a Adam. D-os no tiene más remedio que castigar a todos, y así termina la vida en el Paraíso Terrenal.
Pero esa es una perspectiva muy simplista y superficial. En realidad, el relato tiene varios detalles desconcertantes o llamativos.
El primero es, naturalmente, que aparezca una serpiente hablando, y que además lo haga con la mujer. Es un inequívoco reflejo de la perspectiva patriarcal según la cual la mujer es el flanco débil del hogar, y eso se enfatiza con el detalle de que la serpienta “enreda” a Java con su conversación.
La orden original de D-os a Adam es no comer del Árbor de la Ciencia del Bien y del Mal. La serpiente, hábilmente, le dice a Java: “¿Conque D-os os ha dicho: No comáis de todos los árboles del huerto?” (Génesis 3:1).
Java sabe que eso es una exageración, pero de todos modos falla ligeramente en su respuesta: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto que está en medio del huerto dijo D-os: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3:2-3).
Hay un detalle extra que, originalmente, no fue mencionado por D-os a Adam: la prohibición de “tocar” el fruto.
Lo relevante en todos esos detalles es lo siguiente: ¿Dónde empieza lo bueno y lo malo de las cosas? En el lenguaje.
El Universo entero fue creado por la acción Divina de hablar. Del mismo modo, los problemas en el Edén empiezan por una conversación extraña, y encuentran su ruta ante la comunicación imprecisa que tienen Adam y Java, exagerada en la narración con el detalle de que, aparentemente, Adam no fue capaz de transmitir correctamente la simple idea de no comer de un árbol.
Eso deja la situación en las condiciones perfectas para que la Serpiente –símbolo por excelencia de LA LENGUA– introduzca un giro retórico desconocido para Adam y Java: la duda provocada. Su frase es simple: “No moriréis; sino que sabe D-os que el día que de él comieréis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como D-os, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5).
Es un nivel de cuestionamiento que no estaba en el guión al que Adam y Java estaban acostumbrados. Nada en el texto nos sugiere que alguna vez se hubiesen cuestionado algo. Incluso Adam es totalmente pasivo en materia de su pareja ideal. El capítulo anterior nos cuenta que la llegada de Java nunca fue consecuencia de una iniciativa de Adam, sino de D-os mismo, que es quien percibe y decide que Adam no debe estar solo.
Así es la infancia, la inocencia: uno no termina de entender lo que escucha, pero no importa; funciona. Uno no toma las iniciativas trascendentales, pero no hay problema; alguien más alto, más arriba de nosotros, decide y todo camina como debe caminar.
Hasta que aparece la información que viene desde afuera, hasta que alguien o algo nos obliga a cuestionarnos las cosas.
Lo más desconcertante para Adam y Java en el relato debió ser algo tan simple, y que suele pasar desapercibido: tal y como les dijo la Serpiente, comieron del fruto Y NO MURIERON. Se puede recurrir al pretexto de “es que murieron espiritualmente”, pero lo cierto es que D-os nunca habló de una “muerte espiritual”. Habló, simplemente, de morir. Y no murieron.
Este es el punto donde más se enfatiza el problema de comunicación en la primera familia: Adam y Java descubren, repentinamente, que no habían entendido nada. Cierto, había una presencia de D-os en sus vidas, pero eso no significaba que hubiera una comprensión de lo que eso significaba, y menos aún de los que eso contenía.
Esto amplía nuestra comprensión de la diferencia entre religión y espiritualidad. Como ya vimos la semana pasada, la religión está señalada como práctica colectiva; la espiritualidad, como práctica individual. Una no es superior a la otra, y aquí queda claro: Adam, el individuo, es un ser espiritual que tiene una comunión personal con D-os. Le conoce directamente, convive con Él en el Huerto de Edén, se deja sorprender por todo lo que Él hace.
Pero no lo entiende.
Pese a que está muy seguro de lo que D-os le ha dicho, un problema de lenguaje le ha venido a demostrar que las cosas son más grandes y complejas de lo que había creído hasta ese momento, y ahora que lo sabe debe enfrentarse a que va a ser expulsado del paraíso.
Es terrible: él había entendido que iba a morir, pero no. Seguirá vivo, obligado a mantener su propia existencia. Como el naúfrago que no quiere morir ahogado y se aferra a cualquier tabla, y cuando llega a una playa agradece poder seguir con vida, sólo para luego descubrir que ahora tiene que cargar con el peso de una existencia que no sabe hasta dónde podrá mantener.
El desenlace lo conocemos: tras confrontar a Adam, Java y la Serpiente, D-os ordena la expulsión del Paraíso y las sentencias para cada uno: Adam tendrá que trabajar con más dificultad, Java dará a luz a sus hijos con dolor y quedará sometida al varón, y la Serpiente se tendrá que arrastrar en el suelo en lo sucesivo.
De ese modo, la armonía espiritual entre D-os y el ser humano queda rota.
Todo el énfasis del relato está puesto sobre los problemas del lenguaje, un tema que se va a repetir en el relato de la Torre de Babel y la confusión de las lenguas.
Aparentemente, todo inicia porque Adam y Java no se comunicaron correctamente y eso fue aprovechado por la Serpiente para confundir a la mujer e incitarla a la desobediencia.
Pero recalco: eso es sólo en apariencia. En realidad, como situación previa relacionada con el lenguaje está el hecho de que la serpiente tenía algo que decir. Sus motivaciones no son especificadas, y sólo se dice que era la “más astutas” de las bestias del campo.
Pero si la Serpiente tiene algo que decir es porque, en realidad, hay otro antecedente, que es el problema de comunicación de D-os con el hombre. D-os le había dicho al ser humano que moriría el día que comiera del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y la Serpiente sabía que eso no era cierto. O, por lo menos, exacto.
Entonces queda la duda: ¿D-os mintió, o el ser humano no comprendió? Tal vez D-os dijo otra cosa, pero nosotros entendimos que moriríamos ese mismo día. Y, para nuestro desconcierto posterior, no fue así.
Lo interesante es que el texto no nos presenta a Adam como culpable por no ponerle atención a D-os, ni a D-os como alguien que sólo nos amenaza para controlar nuestra conducta, auqnue para ello tenga que decir mentiras o verdades a medias.
Más bien, la impresión que queda es que este es un problema inevitable entre D-os y el ser humano: D-os está dispuesto a hablar, pero no existe modo de garantizar que el ser humano logrará una comprensión clara y nítida de lo que le dice.
Por eso el fenómeno religioso está señalado para la sociedad, NO PARA EL INDIVIDUO. La religión en su dimensión colectiva será la que tenga que marcar los límites de interpretación de lo que D-os le dice al hombre. ¿Cómo? Por medio de la organización ritual, que se traduce en la comprensión y enseñanza de la diferencia entre lo sacro y lo profano (cuya expresión esencial es la distinción del Shabat como día de reposo y santificado). La experiencia espiritual queda, entonces, reducida al ámbito de lo muy personal e íntimo del individuo, pero con la advertencia de que el hecho de tener una relación personal con D-os no significa, en automático, que uno entienda todo lo que el Eterno dice.
Adam y Java estaban muy seguros de lo que habían entendido, y apenas bastó una charla de tres o cuatro frases para poner todo eso en entredicho, perder la inocencia y ser expulsados del Paraíso.
Así es el lenguaje.
¿Fue buena o mala toda esta situación?
Personalmente, creo que resulta ocioso intentar contestar esa pregunta. En realidad, la ruptura era inevitable. Se perdió la inocencia, se perdió el Paraíso. Pero el texto bíblico es bastante preciso en mostrarnos esa inocencia y ese paraíso como algo infantil, ingenuo.
Cierto que después de eso el ser humano tendrá que reconstruir su vid fragmentada, pero también es cierto que al hacerlo obtendrá una comprensión plena de sí mismo. Adam es un individuo completo, pero ignorante. Si quiere conservarse completo, tiene que mantenerse lejos de la Ciencia del Conocimiento del Bien y del Mal.
Si quiere alcanzar una comprensión mayor de sí mismo, tiene que deconstruirse. Primero, partiéndose en dos para que exista Java. Luego, enredándose en los recovecos del lenguaje para entrar en contacto directo con la disyuntiva del bien o del mal. Traspasada esa línea de la cual no hay regreso, enfrentándose al mundo yermo y vacío donde D-os no creó nada, para cultivarlo con esfuerzo y dolo. Duro castigo, pero inmenso privilegio de convertirse, de ese modo, en co-autor de la Creación.
Java, por su parte, a confrontarse con su rol de ama de casa impuesto por una sociedad patriarcal en la que se verá sometida.
¿Y el Mesías? Condenado a andar errante por el mundo, hasta que esté listo para reconciliarse con la humanidad y restaurar lo que rompió en el Edén.
¿Que por qué estoy hablando del Mesías?
Porque resulta que el valor númerico del hebreo NAJASH (serpiente) es exactamente el mismo que el de MASHIAJ (Mesías): 358. Y eso no es accidente.
Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión. La próxima semana, por el momento, pasaremos al análisis de la Caída del hombre en el otro nivel, el colectivo.
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