La última ola de violencia comenzó en el emplazamiento conocido como Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas, uno de los nudos gordianos de un conflicto que dura más de 60 años
Por Elías Cohen
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La última ola de violencia desatada en las calles de Israel y de los territorios palestinos comenzó en el emplazamiento conocido como Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas, según sea la parte que lo mencione -si teclea en Google Translate “Explanada de las Mezquitas”, su traducción automática en inglés es “Temple Mount”-, con la campaña de ‘Al Aqsa en peligro’, iniciada por sectores palestinos y que llamaba a la lucha contra los intentos de judaización que supuestamente grupos judíos, con el apoyo institucional de Israel, están llevando a cabo en el lugar.
El lugar o el complejo (así lo llamaremos para evitar las etiquetas), considerado santo por las religiones judía y musulmana, es uno de los nudos gordianos de un conflicto que dura más de 60 años. Tanto israelíes como palestinos lo reivindican como suyo y se niegan a ceder su soberanía a la otra parte en un eventual acuerdo de paz. En este sentido, es necesario entender qué es el lugar, cuáles son las reivindicaciones de ambas partes y cuál podría ser su futuro.
Historia
Jerusalén, concretamente la ciudadela antigua y amurallada, conocida como la Ciudad Vieja, es, entre otras cosas, el centro espiritual más importante del monoteísmo. Para el judaísmo es el primero en importancia, para el islam, el tercero -después de la Meca y Medina-, y el cristianismo tiene también allí su más santo lugar: la Iglesia del Santo Sepulcro, levantada por el emperador Constantino I el Grande en el año 326 DC.
Según la Biblia, Jerusalén fue la capital del primer reino de David, y luego del reino de Judea. En el monte Sión -monte que también da nombre al movimiento político conocido como sionismo-, en donde se erige el lugar, se albergaron los dos templos construidos al Dios de Israel: el primero fue destruido por los babilonios en el 586 AC y el segundo, por los romanos en el 70 DC. No ha vuelto a levantarse ninguno, es cierto, pero la planta del lugar, la arquitectura herodiana (Herodes el Grande reformó el Templo en el año 19 AC), los accesos, los baños rituales y las casas subterráneas de los sacerdotes, entre otros hallazgos arqueológicos, y sin traer a colación toda la documentación histórica, demuestran más que de sobra que antes de la Cúpula de la Roca y de la Mezquita de Al Aqsa, hubo soberanía judía sobre el lugar y un templo judío. La unanimidad entre los historiadores y arqueólogos es completa.
Según la arqueóloga Kathlyn Kenyon, Jerusalén fue un asentamiento formado por un pueblo semítico occidental sobre el siglo XXVI AC -la Biblia sitúa la conquista del Rey David a los jebuseos en el año 1.004 AC-, y de acuerdo con autoridades en la materia como Israel Finkelstein o Neil Silberman, que han reducido en tamaño y en épica los reinados de David y Salomón narrados en la Biblia, la ciudad fue capital de al menos dos reinos israelitas. Además, Jerusalén es mencionada 821 veces en la Biblia y 3.212 veces en el Talmud y en la literatura rabínica del exilio. Es realmente difícil negar el origen e historia judíos que Jerusalén ostenta. A este respecto, el representante de la Autoridad Nacional Palestina en la ciudad hasta 2002, el filósofo y profesor Sari Nuseibeh, declaró en 2001 que habría que estar ciego para negar la conexión judía con Jerusalén. Los judíos, además, han tenido a Jerusalén en su corazón durante los 2.000 años de Diáspora: en toda boda oficiada por un rabino, el novio debe recitar un fragmento del Salmo 137:
Si me olvidare de ti, oh Jerusalén,
pierda mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar,
si de ti no me acordare;
si no enalteciere a Jerusalén
como preferente asunto de mi alegría.
Ahora bien, la pugna por el lugar no es cuestión de historia o arqueología solamente. Es también una cuestión de política y poder, y eso lo complica todo. Que el lugar fuera judío antes que musulmán, o que siga siendo el sitio más sagrado del mundo para el judaísmo, no justifica la soberanía israelí sobre el lugar: es simplemente historia. Para dilucidar a quién le corresponde la soberanía sobre el complejo, hay que atender a hechos y a leyes.
El lugar tiene una extensión de casi 15 hectáreas. Sobre el emplazamiento rectangular se asienta actualmente, en un extremo, la Cúpula de la Roca, terminada en el año 691 DC bajo las órdenes del califa omeya Abdelmalik; en el otro extremo, encontramos la célebre mezquita de Al Aqsa, construida también por la dinastía omeya y concluida en el año 791 DC; de acuerdo con la tradición musulmana, el profeta Mahoma subió al cielo desde el sitio exacto en donde se sitúa la mezquita. En árabe, el nombre del lugar es al-Haram al-Sarif, el “Noble Santuario”. Si caminamos hacia la puerta de Mugrabí, que está al oeste de la mezquita de Al Aqsa, y nos asomamos, veremos que la pared occidental del lugar es el Muro de las Lamentaciones, el último vestigio del Templo de Salomón; el lugar, en hebreo, se llama Har Habait, el “Monte del Templo”.
En los últimos siglos, ha sido el Imperio otomano quien ha ostentado el control político más duradero sobre el lugar, desde 1517 hasta 1917. Las murallas que hoy rodean la Ciudad Vieja de Jerusalén fueron levantadas en 1538 por el sultán Suleimán El Magnífico. Pero Jerusalén Este nunca fue capital de un país llamado Palestina, principalmente porque este nunca existió -algo que también es historia y no justifica que tenga que ser capital de Israel solamente por ello-. El mandato británico comienza ante el desmoronamiento del Imperio otomano en la Primera Guerra Mundial, bajo el amparo legal del acuerdo de Sykes-Picot, y dura hasta el 14 de mayo de 1948.
El día 27 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó un plan de partición que ponía fin al mandato británico y por el que se crearían un Estado árabe y otro Estado judío, quedando Jerusalén como ciudad internacional, administrada por la misma ONU -a semejanza de como lo fue Tánger-. No obstante, el plan de la ONU desató la primera guerra, y siete países árabes que negaban la partición, tanto el Estado judío como el Estado árabe, entraron en guerra con el recién nacido Israel. Tras un año de encarnizados combates, se firmó el armisticio en la Isla de Rodas, y Cisjordania, incluyendo Jerusalén Este, en donde se encuentra el lugar, quedó bajo administración del reino de Jordania -Gaza, bajo administración egipcia-. Desde 1949 a 1967, la lucha del pueblo palestino contra los gobiernos jordano y egipcio no existió; sí se dio, en cambio, una colaboración para luchar juntos contra Israel.
Soberanía política y religiosa
Actualmente, la Ciudad Vieja de Jerusalén es, como Gaza, Cisjordania y el resto de Jerusalén Este, un territorio en disputa en términos legales –para ser ocupación ‘de iure’, debe haber existido previamente un país con territorio, organización política y población reconocido internacionalmente, y en 1967 Jerusalén Este estaba bajo administración de Jordania, que no alberga ninguna reclamación sobre el territorio como suyo-, como toda Cisjordania. Se lo disputan actualmente israelíes y palestinos, y su control militar está bajo jurisdicción israelí, pero la autoridad religiosa sobre el lugar es el Waqf islámico de Jerusalén.
Durante la dominación jordana, los israelíes judíos tenían prohibido visitar el lugar. Cabe decir que, mientras Jerusalén Este estuvo bajo los designios del reino de Jordania, en el Monte de los Olivos -el cementerio judío más importante de todo el mundo- se construyeron letrinas, se destruyeron sinagogas en la ciudadela y ningún mandatario árabe importante visitó la ciudad.
El día 7 de junio de 1967, durante la guerra de los Seis Días -la tercera guerra árabe-israelí-, el ejército de Israel avanzó sobre Jerusalén Este y sus soldados izaron la bandera encima de la Cúpula de la Roca. Sin embargo, el entonces ministro de Defensa, Moshé Dayan, ordenó retirarla inmediatamente y permitió al Waqf continuar con sus competencias religiosas sobre el lugar. Una política que fue aceptada por el gabinete del primer ministro Levi Eshkol, quien aceptó mantener el statu quo que regía sobre el complejo y aprobó la Ley de Protección de los Santos Lugares después de la guerra. Esta competencia religiosa del Waqf, combinada con la prohibición rabínica extendida a todos los judíos del mundo de entrar en el lugar por considerarlo terreno sagrado -al no saber la localización exacta del sanctasanctórum del Templo, en donde solo podía entrar el sumo sacerdote, el Rabinato de Israel consideró que cualquier judío que entrara podría incurrir en la pecado bíblico de entrar a un lugar vedado y estableció públicamente la prohibición en 1978-. hizo que los judíos siguieran teniendo prohibido rezar en el complejo.
En principio, el statu quo del lugar implicaba que los judíos tuvieran acceso y el permiso de rezar sin violar los santos lugares musulmanes, aunque no se ha respetado en los últimos 48 años. El statu quo tampoco permite que se destruyan restos arqueológicas encontrados en el lugar, pero el Waqf así lo ha hecho. En este sentido, la arqueología se ha convertido en un arma política y el Waqf no ha dudado en sumarse a la batalla de la legitimidad sobre el complejo basada en hallazgos.
Otro foco de polémica en el que se sitúa en el centro al Waqf es el mal estado en el que se encuentra la mezquita de Al Aqsa. A este respecto, Muhdan Zahran, escritor palestino exiliado en el Reino Unido, contó que el deterioro que existe en Al Aqsa no es precisamente culpa de Israel o los judíos sino de la dejadez de las autoridades islámicas pertinentes.
La soberanía exclusiva del Waqf y la aquiescencia del Gobierno de Israel han llevado a que el lugar sea el único territorio bajo soberanía israelí en el que no existe libertad de culto. Judíos y cristianos tienen prohibido rezar en el lugar, y la policía israelí, siguiendo los dictados del Waqf, detiene a los que lo intentan. La tensión en el lugar, por tanto, experimenta picos, sobre todo cuando grupos de judíos intentan entrar y rezar.
Reivindicaciones y posibles soluciones
Según los palestinos, Israel quiere acabar con el statu quo y “judaizar” el lugar. Varios grupos religiosos en Israel, vinculados con la derecha nacionalista -los ultraortodoxos clásicos, conocidos como ‘haredim’, no entran al lugar por la prohibición rabínica-, intentan cada cierto tiempo, especialmente en las festividades judías, llevar a cabo oficios religiosos en el complejo -uno de los líderes de este movimiento, el rabino Yehuda Glick, fue tiroteado el año pasado cerca de los muros de la ciudadela-. En el año nuevo judío, celebrado el pasado septiembre, se volvieron a producir intentos por parte de estos grupos judíos que desembocaron en el lanzamiento de piedras hacia el Muro de las Lamentaciones desde el lugar. Un efecto disparador que ha sido aprovechado por los grupos terroristas palestinos, en concreto Hamás y la Yihad Islámica, para enviar sobre todo a adolescentes, cuchillo en mano, a apuñalar judíos israelíes, la gran mayoría civiles.
Desde un prisma netamente occidental, si ambas partes quieren rezar ahí, no encaja que en todo el país exista libertad de culto menos en esas 15 hectáreas. Si está garantizada la inviolabilidad de los santos lugares por ley, no debería haber problemas para el culto de los no musulmanes. Pero es que, básicamente, al igual que se ha hecho con la arqueología, como ha recordado Jeffrey Goldberg en ‘The Atlantic’, la lucha por la soberanía del lugar se ha convertido en política y para los palestinos supone una cesión dejar que los judíos israelíes entren allí a rezar. La Unesco ha entrado también en la batalla política, y en un movimiento que no promueve precisamente la paz, propone declarar el Muro de las Lamentaciones como parte de la mezquita de Al Aqsa.
Así, en la lucha por el territorio y la soberanía, es normal que los palestinos no quieran que los israelíes entren, y se mantendrán en esa posición. Sin embargo, pensando en una solución a largo plazo y justa, que acabe con el estancamiento, lo más sensato, y teniendo el precedente de la internacionalización fallida de la ciudad, es mantener la inviolabilidad de los Santos Lugares, y habilitar a los judíos que quieran -ojo, son minoría, ya que la mayoría de los judíos no acude por la prohibición rabínica- un espacio para rezar, pero sin el permiso de construir o habilitar un lugar de culto. Si permanentemente se busca la concordia para los dos pueblos, es lo más lógico. Sin embargo, no todo es tan fácil en Oriente Medio.
Sefi Rachlevsky, columnista de ‘Haaretz’ y fuertemente crítico con todos los movimientos judíos que reclaman rezar dentro del lugar, opina que la reconciliación entre ambos pueblos pasa por la prohibición de que los judíos entren en el lugar -además en sintonía con la prohibición rabínica-. Quien más lejos llegó, y más cerca estuvo de conseguir la paz y un acuerdo realista sobre el lugar, fue el primer ministro israelí Ehud Barak, que en la cumbre de Camp David II en el año 2000 propuso a Arafat que la Ciudad Vieja fuera dividida por barrios (lo que es árabe es Palestina, lo que es judío es Israel) estableciendo una frontera prácticamente invisible en la cornisa en donde acaba el Muro de las Lamentaciones y empieza, ahora sí, la Explanada de las Mezquitas. Arafat se negó, y la segunda Intifada estalló. Se perdió una gran oportunidad para alcanzar la paz y que los palestinos además conservaran la soberanía plena sobre el lugar. Clinton lamentó a la muerte de Arafat que este perdiera la oportunidad de llevar a la nación palestina a la existencia.
Clinton y Barak, así como Rachlevsky o todos los que opinan que el lugar debe permanecer en manos palestinas, no se basan precisamente en la historia, sino en la seguridad y en la estabilidad, los componentes más prudentes a la hora de cerrar acuerdos en Oriente Medio.
Más allá de la religión y de la política
Y es que uno de los factores más importantes en esta ‘Intifada de los cuchillos‘ es la incitación que se hace desde sectores palestinos a matar judíos. A este respecto, YouTube tuvo que retirar vídeos explicativos de cómo acuchillar a un judío -una incitación a la violencia en la que, según UN Watch, han estado implicados funcionarios de la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos-.
En la línea de Goldberg, las raíces de esta nueva ola de ataques son más profundas que la reivindicación por la soberanía del lugar. El entendimiento no será posible, ya sea sobre el lugar o sobre demás contenciosos entre ambos pueblos, hasta que los palestinos no aprueben las asignaturas pendientes que tienen en coexistencia. Una carencia que se refleja, de forma escalofriante, en la intervención del clérigo de Hamás Abu Funun en Al Aqsa TV: “No dejaremos un solo judío, vivo o muerto, en nuestra tierra”, así como en las palabras del presidente palestino, Mahmud Abás, en la televisión oficial de la Autoridad Palestina, cuando comenzaron los altercados:
“Al Aqsa es nuestra… y no tienen derecho a contaminarla con sus sucios pies. Vamos a hacer todo lo que esté en nuestro poder para proteger Jerusalén… Bendecimos cada gota de sangre que se ha derramado por Jerusalén, que es la sangre limpia y pura, la sangre derramada por Alá. Cada mártir alcanzará el Paraíso, y los heridos serán recompensados por Alá”.
Ante este escenario, es verdaderamente muy arriesgado plantear que el complejo se comparta. Las partes pueden partir más o menos aventajadas en cuestiones de legitimidad, pero debería haber, más allá de un compromiso político de ambos lados para compartir el lugar, una voluntad, sobre todo desde el lado palestino, para coexistir.
Fuente: El Confidencial
Edita: Silvia Schnessel para Enlace Judío México
https://www.enlacejudio.com/2015/10/21/que-sucede-con-el-monte-del-temploexplanada-de-las-mezquitas/
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