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martes 05 de noviembre de 2024

Abbas: “Damos la bienvenida a toda gota de sangre derramada en jerusalem”

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Los líderes palestinos han creado una cultura de muerte que está motivando el  actual  terrorismo violento.

TZIPI HOTOVELY

El último aumento de ataques terroristas palestinos contra israelíes ha llegado en el período posterior inmediato a los llamamientos explícitos por parte del liderazgo palestino a “derramar sangre.” Esta campaña de violencia bien orquestada sigue a muchos años en los que se ha enseñado a los niños palestinos a idolatrar el asesinato de judíos como un valor sagrado y a ver su propia muerte en esta “yihad” como el pináculo de sus aspiraciones.

Tal violencia tiene raíces profundas. Se remonta a los desmanes  promovidos por Haj Amin al-Husseini, un activista musulmán y en algún momento Gran Muftí de Jerusalem, en la década de 1920, 1930 y 1940. Continuó con los militantes palestinos fedayines en las décadas de 1950 y 1960, y evolucionó en el terrorismo de la Organización para la Liberación de Palestina y Fatah bajo Yaser Arafat y ahora Mahmoud Abbas. Cualquiera que afirme que el terrorismo palestino contra los judíos se remonta sólo a 1967, o es una respuesta a los asentamientos israelíes debe  informarse más sobre la historia del conflicto.

Pero la apatía mostrada por la comunidad internacional ante la cultura de muerte fomentada por las elites palestinas, y la forma desequilibrada en la que la violencia subsiguiente es tratada a menudo por los medios de comunicación internacionales -están haciendo daño a largo plazo y posiblemente irrevocable a generaciones de palestinos.

Algunos ejemplos recientes ponen de relieve la profundidad del problema.
Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, dijo lo siguiente en la televisión palestina el 16 de septiembre: “Damos la bienvenida a toda gota de sangre derramada en Jerusalem. Esta es sangre pura, sangre limpia, sangre en su camino a Alá. Con la ayuda de Alá, todo mártir estará en el cielo, y todo herido obtendrá su recompensa.”

Dos semanas más tarde, el 1 de octubre, terroristas palestinos asesinaron a sangre fría a una pareja israelí,  Eitam y Naama Henkin, frente a sus cuatro hijos, cuyas edades  fluctúan en los  9 años de edad hasta los 4 meses.

Días después, con los niños Henkin todavía en duelo, el funcionario Mahmoud Ismail, de la OLP, fue a la televisión palestina, PBC, y proclamó que el asesinato de sus padres fue un cumplimiento del “deber nacional” palestino. Él fue uno de muchos funcionarios palestinos que condonaron el asesinato.

Tales pronunciamientos tocan una cuerda resonante entre las generaciones de niños palestinos a los que se les ha enseñado que los judíos son los descendientes de “monos bárbaros” y “cerdos miserables” (una frase de un poema recitado repetidamente en la televisión PBC, para los niños). Se les ha enseñado que el “conflicto armado” (un eufemismo palestino común para el asesinato de judíos) contra “el llamado Estado de Israel” es a la vez un deber religioso y un acto supuestamente legitimado por las Naciones Unidas -una falsedad repetida en un número de libros de texto palestinos para el 12º  grado.

La Autoridad Palestina también paga buenos estipendios a los terroristas y a sus familias, los que sirven como un poderoso incentivo para llevar a cabo actos de terror.

¿Es entonces sorprendente que el llamamiento explícito de “sangre en su camino a Ala” del Sr. Abbas haya resultado en un aumento de ataques con puñal y otros ataques contra israelíes? ¿Es sorprendente que los espectadores de la televisión oficial hayan sido sometidos hace poco a la visión de un sonriente niño palestino, vestido con uniforme de batalla, contando a un presentador de un programa acerca de su deseo de convertirse en ingeniero “así puedo construir bombas para hacer explotar a todos los judíos?”

La caravana interminable de caricaturas y videoclips empapados en sangre que circulan en forma viral a lo largo de las redes sociales palestinas son un indicio fuerte de cuan profundamente está inserto en la sociedad palestina el culto a la violencia. Así lo son las muchas escuelas, plazas urbanas y torneos deportivos nombrados como archi-terroristas.

El cultivo de esta cultura de muerte está teniendo efectos devastadores. A medida que el terror palestino toca a más familias judías, los israelíes, especialmente de la generación más joven, se están resignando cada vez más ante el hecho de que la sociedad palestina es guiada por un conjunto de valores drásticamente diferente.

La sociedad israelí y la tradición judía santifican la vida. La sociedad palestina glorifica la muerte. Los niños israelíes crecen con canciones de paz y la visión bíblica de “una nación no levantará la espada contra otra nación.” A los niños palestinos se les enseña a odiar.
Sin embargo no hay protesta internacional. No hay indignación por la explotación de los niños palestinos por parte de todas las organizaciones no gubernamentales y agencias de la ONU que profesan monitorear los abusos de derechos humanos.
Esto es trágico porque la comunidad internacional podría hacer una diferencia práctica.

Aproximadamente un tercio del presupuesto de la Autoridad Palestina es financiado por la ayuda extranjera. Este dinero tiene el propósito de desarrollar la infraestructura palestina y fomentar el crecimiento económico, pero está siendo mal utilizado por la Autoridad Palestina para promover el asesinato de judíos y sembrar la destrucción dentro de Israel. La comunidad internacional puede esgrimir su influencia para un cese de la incitación.

Hacer de la vista gorda ante el enorme daño que el liderazgo palestino está haciendo a su propio pueblo -al criar a generaciones sucesivas de niños en el odio ciego a los judíos e Israel- está condenando a estos niños a un futuro desapacible. Esta debe ser una razón irresistible para que la comunidad internacional reconsidere seriamente la extraña tolerancia que exhibe ante la cultura de muerte palestina.

Cambiar esta cultura de muerte es tan importante para los palestinos como para Israel.

 *Tzipi Hotovely es Viceministra del Exterior de Israel.

 Fuente: The Wall Street Journal

 Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

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