Aprobada por el líder nazi y el Gran Muftí en 1941, la Legión Árabe Libre formó parte del ejército alemán y, junto con pequeños grupos de paracaidistas de la misma procedencia, combatió en contra del imperialismo francés e inglés.
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Desde italianos hasta letones. Si por algo se destacó el régimen de Adolf Hitler fue por reclutar a casi todo aquel que pudiese empuñar un arma para defender los intereses del nacionalsocialismo. Sobre todo, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba absolutamente perdida y un brazo capaz de disparar un fusil era más valioso que mil monedas con las que adquirir munición. Un proceder raro si se tiene en cuenta que, para el «Führer», el perfecto ser humano era el alto, blanco rubio y con ojos azules. En base a ello, llama la atención que el líder alemán aprobase que en las filas de la «Wehrmacht» (las fuerzas armadas germanas) se crease la «Legión Árabe Libre», una unidad en cuya creación colaboró el Gran Mufti y que estaba formada en buena parte por militares árabes dispuestos a combatir contra Francia e Inglaterra. Dos países que se habían establecido, en una buena parte de los casos, por la fuerza en otros tantos países del norte de África.
La historia de la «Legión Árabe Libre», así como la de las unidades musulmanas que se crearon antes de ella, había permanecido en la sombra estos últimos años. Sin embargo, ha vuelto a ganar un espacio en la actualidad después de que, la semana pasada, el ministro israelí -Benjamín Netanyahu- desatara una increíble polémica al afirmar que el Gran Muftí de Jerusalén (Muhammad Amin al-Husayni) fue el líder que introdujo a fuego en la cabeza de Hitler la idea de que había que aniquilar a los judíos. «Hitler no quería exterminar a los judíos en aquel tiempo, los quería expulsar. Y el Haj Amin al Huseini fue a Hitler y le dijo: “Si los expulsas, vendrán aquí (a Palestina)”. Entonces, Hitler preguntó: “¿Qué tendría que hacer con ellos?” Y el Gran Muftí le contestó: “Quémalos”», señaló el líder político durante un discurso en el Congreso Sionista Mundial.
El Gran Mufti, el primer paso hacia la Legión Árabe
Independientemente de que lo explicado por Netanyahu sea cierto o no, lo que sí se puede afirmar es que el devenir de la «Legión Árabe» está íntimamente ligada al Gran Mufti (el líder religioso más importante del Islam por entonces y que se hizo famoso por las múltiples controversias que protagonizó al apoyar la expulsión por las bravas de Francia e Inglaterra del norte de África). Su historia como personaje de influencia estuvo desde el principio ligada al odio hacia los británicos. Y es que su predecesor, Faysal I -rey de Irak-, dejó este mundo por culpa del servicio secreto de la Pérfida Albión. Este, según decían las malas lenguas, estaba tan deseoso de que este político contrario a Su Majestad dejase el cargo a alguien más proclive al imperialismo que acabó con su vida mediante uno de sus espías. Sin embargo -y dejando a un lado esta leyenda- se llevaron una gran sorpresa cuando el testigo fue recogido por Muhammad Amin al-Husayni, quien rezumaba odio hacia ellos.
Fuera como fuese -por suerte o por obra y gracia de los agentes secretos británicos-, al-Husayni logró convertirse en el máximo representante del Islam a nivel político y religioso en 1922 tras ser nombrado presidente del Gran Consejo Musulmán. Este fue también el momento en que, apoyado en su gran poder. comenzó su Guerra Santa particular contra el dominio británico de Oriente Medio. Concretamente, este líder apostaba por la libertad de los territorios musulmanes y creía que la mejor forma de luchar contra ellos era fomentando las revueltas violentas.
«Tan explosivas fueron sus arengas, que el alto comisario de Su Majestad dispuso la detención “del alborotador que sobrepasaba los atributos de su jerarquía religiosa para inmiscuirse en política subversiva preconizando métodos de violencia”» explica el autor Fernando P. de Cambra en su obra «El Gran Mufti de Palestina». Perseguido por las autoridades inglesas, el líder político no tuvo más remedio que ir huyendo de región en región escondiéndose de los enemigos que querían acabar con el alboroto que estaba generando. Aunque en varios momentos lograron tenerle casi entre sus manos, los ingleses nunca pudieron tomarse el té de las cinco con este sujeto entre rejas.
En esas andaba la situación (con el Gran Mufti corre que te corre por el norte de África y los ingleses a su acecho) cuando, el 1 de septiembre de 1939, un tal Adolf Hitler -cuyo nombre empezaba a sonar por entonces debido al revuelo que había montado ocupando los Sudetes- decidió invadir con sus tropas Polonia. Desde allí, y con el paso de los meses, bajo el poder de sus «Panzer» cayeron también Bélgica y Francia. Esta última región no pudo más que rendirse tras un mes de combates contra los germanos. La Segunda Guerra Mundial había llegado a la vieja Europa, y también había afectado a Gran Bretaña, la cual declaró la guerra al «Führer» apenas dos días después de que sus tropas pisasen territorio polaco. En base a la teoría de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, el líder político comenzó a barruntar la idea de que debía aliarse con el fascismo. «Mussolini y Hitler cooperarán con nosotros para expulsar a los colonialistas actuales. Debemos levantarnos en armas y favorecer al Eje», solía señalar.
El enemigo de mi enemigo…
No andaba desencaminado el Gran Mufti en cuanto a la elección de sus futuros aliados, pues los alemanes eran partidarios también de buscar las simpatías de los árabes. Eso si, con un objetivo bien distinto: fomentar el revuelo en los países del norte de África dominados por Francia e Inglaterra. Así pues, se pusieron como misión dar la murga a los musulmanes lo más posible mediante una propaganda subversiva constante con la finalidad de que se levantasen en armas contra los europeos. El argumento estrella era que estos les oprimían y debían liberarse de su yugo. Y es que, si esto se producía, los nazis lograrían que ambos países tuvieran problemas para resistir los futuros ataques del «Afrika Korps» alemán y podrían aprovecharse del follón formado por esos lares. Con esta finalidad, Hitler instauró varias radios en lugares como Sttutgart y Berlín que, día sí y noche también, llamaban a las regiones bajo dominio aliado a alzarse contra sus captores.
Sus mensajes, que eran locutados principalmente en árabe y francés, comenzaron caldeando el ambiente a base de acusaciones como la siguiente: «Os preguntamos [musulmanes] ¿cómo pueden los musulmanes ayudar a Francia, cuando no os reconoce ningún derecho y os trata como a seres inferiores». No obstante, estos ataques moderados no tardaron en mutar en auténticos golpes directos contra los aliados. Un claro ejemplo fueron los textos que, durante minutos y minutos, repitieron los operadores de radio alemanes durante una de las fiestas religiosas más destacadas de los musulmanes: «Con ocasión de esta fiesta deseamos unir a todos los musulmanes que Francia ha colocado frente a los fusiles alemanes. Rezamos porque Alemania gane esta guerra y porque África del Norte logre su independencia. ¡Abajo el imperio francés!, ¡vivan los árabes!, ¡viva la libertad!». El germen del odio estaba siendo regado a más no poder.
En este contexto de odio, no es extraño que el Gran Mufti partiera hasta Roma con la idea entre ceja y ceja de buscar el apoyo de Mussolini. Con él se entrevistó en octubre de 1941 ofreciéndole la ayuda musulmana y declarar la Guerra Santa contra Gran Bretaña. «Benito Mussolini no quiso o fue incapaz de comprender el alcance de aquellos planes. De aceptar, habría captado a las poblaciones de musulmanes de Albania, Montenegro, Macedonia, Túnez, Libia, Egipto y el Norte Africano […] pero consideró inútiles los servicios de aquel oriental intrigante y peligroso», determina de Cambra en su obra. Lejos de rendirse, el musulmán se dirigió entonces hacia Alemania, a donde llegó el 2 de mayo de 1941. Allí fue recibido por le mismísimo Adolf Hitler, quien, en contra de todo pronóstico, aceptó la ayuda del Gran Mufti para conquistar Europa y el norte de África.
A su vez, el «Führer» aceptó crear una unidad (la futura «Deutsche Arabische Lehr Abteilung» o «Legión Árabe Libre») formada por alemanes y árabes deseosos, según el Gran Mufti, de «liberar a sus hermanos de raza y religión que gemían bajo la esclavitud impuesta por Gran Bretaña y sus aliados». «Hitler realmente era un admirador del imperialismo inglés. Nunca había apoyado el nacionalismo árabe. Pero cuando empezó la guerra contra Gran Bretaña intentó aprovecharse de los musulmanes contra sus deseos más íntimos. Si hubiese sido por él, no se hubiese creado esta unidad, pero sabía que no podía desaprovechar aquel momento», explica, en declaraciones a ABC, Carlos Caballero Jurado (licenciado en Geografía e Historia y autor de varios libros como «La espada del islam. Voluntarios árabes en la Wehrmacht» y «El cerco de Leningrado» -editado por «Galland Books»-).
Los inicios de la legión nazi del islam
Un mes después de que el Gran Mufti y Hitler compartieran una larga conversación y, probablemente, alguna que otra taza de té, se alistaron los primeros 30 voluntarios iraquíes en la «Wehrmacht». Los alemanes, sabedores por su parte de que podrían aunar a un gran contingente de árabes en un futuro, les formaron como oficiales y les encuadraron de forma figurativa dentro de la «Sonderstab F» como «especialistas» y «colaboradores». El por qué no fueron considerados en un principio combatientes a nivel oficial era sencillo: los italianos sentían gran recelo ante la idea de usar tropas musulmanas en los contingentes del Eje. Por ello, precavidos como eran los seguidores de Hitler, prefirieron optar por este grado para evitar futuros problemas con sus aliados. Con todo, en agosto de 1941 los combatientes juraron obediencia al «Führer»» y que lucharían por la independencia árabe. Tras este primer detonante y las arengas del Gran Mufti, fueron decenas los que entraron a formar parte del ejército alemán.
«A partir de ese momento comenzaron a llegar al ejército germano musulmanes de múltiples orígenes y con objetivos dispares. Los primeros provenían del Próximo Oriente y se alistaban para sacudirse el yugo de los imperios inglés y francés. También se unieron después musulmanes cercanos a la U.R.S.S. (en Asia y el Cáucaso) que querían luchar contra el comunismo de Stalin y favorecer la identidad nacional turca. Finalmente, llegaron incluso voluntarios balcánicos. Hay que tener claro que cada uno se unía por unos objetivos determinados, no había un sentimiento panislámico entre ellos. Correspondía a motivaciones absolutamente nacionales», explica en experto a ABC.
La primera unidad musulmana fue entrenada para lanzarse en paracaídas
Fuera por la razón que fuese, lo cierto es que los musulmanes que se ofrecieron para combatir por Hitler se fueron acumulando y, el 24 de julio de 1941, los alemanes decidieron agrupar a un grupo de ellos en una unidad de reciente creación llamada «Sonderverband 288». Esta fue una de las primeras formadas por soldados árabes y, curiosamente, no tardó en recibir un objetivo concreto. «Los alemanes crearon con ellos unidades pequeñas de musulmanes que serían entrenados como paracaidistas. La finalidad era que se infiltraran tras la retaguardia enemiga y realizaran labores de sabotaje y comando. Con todo, y a pesar de que recibieron entrenamiento para ello y entraron en acción, no fueron muy efectivas. Pero no por culpa de sus soldados, sino porque, a pesar de que las películas dicen lo contrario, no era efectivo lanzarse por detrás de las líneas enemigas», añade Jurado.
No obstante, esta unidad especial tuvo poca vida pues, con la llegada en noviembre de 1941 de los aliados hasta Libia fusil en mano y cuchillo entre los dientes, todos los miembros de la 288 fueron trasladados a Bengasi e insertados en el «Afrika Korps» para defender la zona. Así continuó la situación hasta que, en 1942, Hitler se decidió a unir a todos los voluntarios musulmanes en una misma unidad que llamó «Legión Árabe de Liberación». Había nacido oficialmente la flecha alemana del Islam, y lo hizo con su propio uniforme y parche. Este último incluía los colores nacionalistas de la región junto a la leyenda «Arabia libre» escrita en árabe y en alemán. En menos de tres meses, se corrió la voz de la existencia de esta unidad y se unieron voluntarios hasta completar un centenar. Todos ellos fueron entrenados en el uso de las armas cortas, fusiles y subfusiles alemanes, así como la conducción y reparación básica de los vehículos más habituales dentro del ejército.
El régimen nazi también aprobó que dentro de esta «Legión Árabe» se formara una nueva unidad llamada «Sonderverband 287». Esta recibiría adiestramiento en Berlín, estaría compuesta por una buena parte de las reservas de la «Sonderverband 288» y, finalmente, tendría como objetivo participar en el ataque que los germanos iban a hacer sobre el Cáucaso con el objetivo de llegar hasta Oriente Próximo. No obstante, este grupo de musulmanes no llegó a luchar en esa zona. Curiosamente, algunos musulmanes sí lucharon después en la batalla de Berlín defendiendo a Hitler hasta el último aliento.
¿Creados con el objetivo de combatir?
La teoría alemana era impecable. Al menos de cara a la opinión pública árabe, a la que buscaban «camelarse» haciendo uso de soldados musulmanes. Sin embargo, la realidad es que, a pesar de que participaron en algunas batallas sonadas, Hitler no buscaba usar estas unidades en grandes contiendas, sino crear un impacto mediático con ellas.
«La “Legión Árabe” fue siempre muy pequeña. En su momento de máxima expansión llegó a ser de un batallón. Su función era político propagandística principalmente. La idea era que, si los alemanes lograban entrar en el Próximo Oriente, las masas árabes les vieran como amigos y no se armaran contra ellos. Es algo parecido a lo que hizo Stalin cuando sus tropas entraron en Polonia: se preocupó de reclutar un contingente considerable de polacos para relajar el fuerte sentimiento anti ruso que había en esa zona», completa el autor a ABC.
De hecho, y siempre según Jurado, muchos de sus miembros no compartían la ideología nazi, pero apostaron por enfrentarse a su enemigo más odiado junto a un ejército poderoso. «En algunos casos llegaron incluso a negarse a combatir del lado alemán. Un ejemplo es el avance sobre el Cáucaso. En ese punto no lucharon porque afirmaron que sus enemigos no eran los rusos, sino los ingleses. Por otro lado, no llegaron a combatir seriamente más que la retirada que hicieron de Grecia. Al final sirvieron, entre otras cosas, para reclutar combatientes para el ejército alemán en el Norte de África», añade el experto.
Fuente:cciu.org.uy
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