BRET STEPHENS
La apertura de Europa descansa en la fuerza de Estados Unidos. No se puede tener una sin la otra.
Esta se suponía ser la época de ningún vallado. Sin muros entre los bloques. Ninguna frontera entre países. Ninguna barrera al comercio. Turismo libre de visado. El mercado único. Una Internet global. Transacciones sin fricciones e intercambios sin fisuras.
En resumen, un mundo plano. ¿Qué pasó con eso?
A principios de la década de 1990, el entonces Ministro del Exterior de Israel, Shimon Peres, publicó un libro llamado “El Nuevo Medio Oriente”, en el que predijo lo que estaba por llegar pronto para su vecindario. “Los mercados regionales comunes reflejan el nuevo espíritu de la época”. Era sólo cuestión de tiempo antes que esto se volviera real en su parte del mundo también.
Leí el libro en la universidad y aunque me pareció inverosímil no me pareció completamente loco. La década de 1989 a 1999 fue una época de milagros políticos, económicos, sociales y tecnológicos. Cayó el Muro de Berlín. Se disolvió la Unión Soviética. Terminó el Apartheid. Nacieron el euro y el NAFTA. Fue presentado el primer buscador de internet. El petróleo cayó debajo de los u$s10 por barril, el Dow Jones superó los 10000, Times Square se volvió segura nuevamente. Estados Unidos ganó una guerra en Kosovo sin perder a un solo hombre en combate.
¿Los empresarios israelíes estarían pronto vendiendo hummus y pita a los consumidores conscientes de la calidad en Damasco? Bueno, ¿por qué no?
Comparen esta utopía prometida con las escenas alucinantes de decenas de miles de migrantes meso-orientales marchando hasta las rutas y ferrocarriles de Europa, dirigidos a su tierra prometida alemana. Las imágenes parecen una versión del siglo XXI del Volkerwanderung, la migración de naciones a fines de los períodos romano y principios del medieval. Gente desesperada, necesitando un lugar donde ir, barriendo un amplio paisaje, como una inundación sin cauce.
¿Cómo sucedió esto? Confundimos un día festivo en la historia con el fin de ella. Construimos un mundo sin vallas sobre el conjunto errado de presunciones acerca del futuro. Queríamos un nuevo orden liberal, uno con bastante de liberalismo y no bastante de orden. Queríamos ser una civilización generosa sin hacer las cosas necesarias para ser próspera.
En el año 2003, el teórico político Robert Kagan escribió un libro concienzudo, “Del Paraíso y el Poder”, en el cual hizo un balance de la división filosófica entre los estadounidenses y los europeos. Los estadounidenses, escribió, habitaban el mundo de Thomas Hobbes, en el cual, “la seguridad verdadera y la defensa y promoción de un orden liberal todavía dependen de la posesión y uso del poderío militar.”
Los europeos, por el contrario, vivían en el mundo de Immanuel Kant, en el que la “paz perpetua” era garantizada por un conjunto de convenciones culturales, normas aceptadas en forma consensuada, y una creencia en las virtudes de la solidaridad social supervisada por un estado redistributivo.
Estas diferencias no importaban mucho en tanto estuvieran confinadas a discusiones de paneles en Davos. Luego llegó la presidencia de Barack Obama, la que ha adoptado la visión kantiana. Por siete años, Estados Unidos y Europa han estado en gran parte del mismo lado -el lado europeo- de la mayoría de las grandes cuestiones, especialmente en el Medio Oriente: saliendo de Irak, desdibujándose en Afganistán, interviniendo en forma ligera en Libia, permaneciendo fuera de Siria, reconciliándose con Irán.
El resultado es nuestro desorden global que hace metástasis. Tan sólo va a empeorar. La bondad que han mostrado los alemanes a la primera ola de refugiados es un tributo al sentido de humanidad e historia del país. Pero así como la cálida bienvenida está destinada a crear un imán irresistible para los futuros migrantes, también está destinada a llevar a una reacción entre los alemanes.
Este año se esperan unos 800,000 recién llegados en Alemania -un 1% de la población del país. Berlín quiere un sistema de cuota amplia de la Unión Europea para repartir la afluencia, pero una vez que los migrantes estén en Europa son libres de ir donde sea que puedan estar los empleos y oportunidades.
Alemania (con 4,7% de desempleo) va a ser una atracción mayor que Francia (10,4%), por no decir nada de Italia (12%) o España (22%).
Si Alemania tuviera un crecimiento económico y demográfico vigoroso, podría absorber y asimilar la afluencia. No lo tiene, así que no puede. El crecimiento ha promediado el 0,31% anual desde 1991. El país tiene la tasa de nacimientos más baja del mundo. La tolerante Alemania moderna mira ahora con desdén justificado al nacionalismo mezquino, desplazador de cargas y constructor de vallas del gobierno populista húngaro de Viktor Orbán. Pero sería tonto pensar en Hungría como una marcha atrás política en vez de un precursor. No hay tal cosa como una lección del pasado que la gente no olvidará en el nombre de la conveniencia del presente.
¿Hay una salida? De pronto en Europa se está hablando de utilizar la fuerza militar para establecer zonas seguras en Siria a fin de contener el éxodo de refugiados. Si los gobiernos estadounidenses deciden adoptar a Kant, Europa, inclusive Alemania, pueden no tener más opción que familiarizarse con Hobbes reconstruyendo su ejército y utilizando fuerza dura contra los vecinos que se están desintegrando.
Los europeos no adoptarán fácilmente esa opción. La alternativa es apresurar el retorno a la época de los vallados. La apertura es una virtud adquirida a través de la fuerza.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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