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lunes 25 de noviembre de 2024

Cuando Kafka fue feliz

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LUIS ALEMANY

La nueva edición de la correspondencia del escritor y su última novia incluye por primera vez 10 cartas nunca antes publicadas.

“Las personas no me han engañado prácticamente nunca, pero las cartas siempre”. La nueva edición de la correspondencia de Franz Kafka a Milena Jesenská (Cartas a Milena, disponibles desde ayer con el sello de Alianza Editorial) está tan cargada de frases que son casi aforismos, que la tentación es tomar un puñado de ellas casi al azar y no escribir ni una palabra más. “El miedo es verdaderamente extraño, sus leyes internas no las conozco, solo conozco su mano en mi garganta, y eso es realmente lo más horrible que me ha ocurrido o que podría ocurrirme jamás”.

Pero hay una historia que enmarca este hilo y que merece ser contada. Nunca antes, el conjunto de las cartas de Franz a Milena (las respuestas de Milena a Franz están desaparecidas) se había publicado íntegramente en español. La versión que se conocía estaba basada en una pudorosa edición alemana publicada en los años 50. 10 cartas completas y un buen puñado de párrafos habían desaparecido de aquella edición. En algunos pasajes, Kafka se refería a personas entonces vivas que habrían podido sentirse ofendidas. En otras, había malicias y bromas sobre los judíos.

“Los dos conocemos cantidad de ejemplares característicos de judíos occidentales; yo, por lo que sé, soy el más occidental de todos; eso significa, expresado con exageración, que no se me ha dado un sólo segundo de paz, no he recibido nada, todo tengo que adquirirlo, no sólo el presente y el futuro, sino también el pasado”

Ahora, ya, todo eso da un poco igual. Carmen Gauger, la nueva traductora de las cartas, guía al lector en el prólogo del libro por esta “novela de amor” construida en un buen puñado de cartas que viajaron desde Praga, Merano y Karlsbad a Viena entre abril de 1920 y el día de Navidad de 1923. Cuatro meses después, Kafka murió.

“Si comparo ese resultado con el modo en que tu estás arruinando tu salud […], a veces me parece que, en lugar de vivir juntos, sólo nos acostaremos, contentos y satisfechos, el uno junto al otro para morir. Pero lo que quiera que suceda sucederá cerca de ti”.

Gauger empieza por las presentaciones. ¿Quién era Milena? Existe hasta una biografía que lleva su nombre editada por Tusquets en los años 90, pero casi nadie se acuerda de ella. Que nadie se confunda con las fotografías: Milena no era Felice, la chica de expresión mansa que siempre aparece en los retratos, la noviecita a la que Kafka envió 500 cartas de amor más bien claustrofóbico y a la que abandonó por culpa de un vómito lleno de sangre. Tampoco era Julie, la segunda novia del escritor, aquella prometida casi secreta cuya frustración propició después la famosa Carta al padre.

Milena, vista desde nuestro tiempo, era una mujer mucho más atractiva. Nació en 1896, cuando Kafka ya tenía 13 años en una familia burguesa, nacionalista checa, antisemita, hostil a los alemanes, contraria a Viena y al imperio. La madre enfermó y Milena se dedicó a cuidarla desde los 13 años hasta los 16. Cuando murió, la hija se rebeló, decidió ser el peor enemigo de su padre. Le robaba cocaína (el padre era dentista), tenía líos, gastaba fortunas, se quedaba embarazada y abortaba una vez tras otra… La mandaron a un psiquiátrico. Pudo terminar en un ensayo de Carl Gustav Jung, pero consiguió salir de la clínica, se casó con un crítico literario, se fue a vivir a Viena, pasó algunos años de hambre y tormento y acabó en un libro de Kafka.

Milena y Franz coincidieron en una mesa de un café, en Praga en otoño de 1919. Kafka no llegó a fijarse bien en su cara aunque le quedó la vaga sensación de su bulto, de su vestido. “Caigo en la cuenta de que no recuerdo propiamente ningún detalle preciso de su rostro. Sólo cómo se marchó por entre las mesas del café, su figura, su vestido: eso aún lo veo”. Milena estuvo más atenta. Ya admiraba al escritor. En primavera quiso traducir algún texto de Franz del alemán al checo. Y así partió la primera carta.

¿Qué pasaba con Franz en aquella época? Sanatorios, soledad, extrañeza… la imagen tópica del escritor era real en 1920. Hacía tres años que Kafka se trataba de tuberculosis. Desde hacía dos, no escribía nada más que cartas. Su relación con Julie languidecía en un cuando-me-cure-ya-hablaremos. En invierno andaba por Merano, haciendo vida de balneario. Pero sus padecimientos, según se puede leer en este nuevo libro, todavía eran soportables y su posición económica nunca dejó de ser desahogada. Cuando estaba en Praga, iba a la oficina y no hacía gran cosa. Vivía con sus padres.

Y entonces llegó aquella carta de Viena firmada por una casi desconocida. Los primeros envíos son de cortesía profesional un poco zalamera, van encabezados por un “Querida señora Milena” y el trato es ‘de usted’. Se van contando sus insomnios, su padecimientos. Milena pasa hambre en Viena, su marido es un crápula. Franz le habla de su enfermedad. Para mayo, le animará a que le escriba en checo, que él ya le contestará en alemán para que los dos puedan expresarse con naturalidad. Y ya está, el amor: “No es malo, aunque sólo sea para que exista cierto equilibrio, que en un rinconcito de mi corazón haya para usted un poco de enfado”, escribe Franz, coqueto, para reñir a Milena por algún pequeño agravio.

Llegó el amor y llegaron todas sus estaciones clásicas: el asombrado descubrimiento mutuo, la obsesión, la osadía, la confesión. Y, entonces, el primer reto. ¿Volver a verse? Sí, no, por qué no. Kafka lo deseaba pero no lo veía claro. El terreno platónico era dulce y cómodo para él. De encontrarse con Milena, tendría que poner a prueba su ímpetu sexual, del que no estaba muy seguro y tendría que tomar algunas decisiones desagradables. El hilo con Julie no estaba del todo cortado y la idea de meterse en un juego de adulterios y engaños le daba terror.

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Milena también seguía casada. Su matrimonio era una fuente de desdichas pero no estaba muerto. Kafka conocía al marido, había mil amigos comunes por todas partes… “Sí, tienes razon, le quiero. Pero, F., a ti también te quiero” escribió Milena a Franz, que después reprodujo aquel párrafo en una de sus cartas.

Dieron igual los reparos. Al final hubo encuentro, cuatro días en el quicio entre 1920 y 1921 que fueron un momento pletórico. Kafka logró ser un buen amante, un hombre optimista, locuaz y glotón, capaz de dar largos paseos y de almorzar con el apetito de un remero.

A partir de ahí, la cuesta abajo. Franz volvió a Praga y despachó a Julie de una manera casi cruel. Empezó a tener expectativas concretas de su enamorada. Milena, en cambio, no se separó de su marido. Al contario, le confesó todo. Kafka se ofreció a recogerla en Viena y llevarla consigo. Milena no quiso. Llegó el primer reproche. “Todo el misterio de vuestra indestructible unión, ese profuso e inagotable misterio, tú lo materializas siempre en el cuidado de sus botas”.

Para enero, el hilo entre los dos amantes ya estaba roto. Durante los siguientes dos años, intercambiaron unas pocas cartas en las que volvieron al usted y, sobre todo, trataron temas de literatura. Después, Kafka se murió y Milena escribió un bonito obituario. Tenía 28 años y le quedaban 20 por vivir.

¿Qué fue de ella? Milena entró en el Partido Comunista, se quedó coja, engordó y tuvo el valor de abandonar su militancia en cuanto tuvo noticia de las purgas de Stalin. Los alemanes la mandaron a Ravensbrück. Allí se comportó con gran nobleza. Su nombre está inscrito con los justos entre los hombres en el Museo Yav Vashem de Jerusalem.

Naturales, explosivas y cercanas

Dice Carmen Gauger, la traductora de las nuevas Cartas a Milena que lo que de verdad le asombra de Kafka “no es el sentido psicológico ni las cosas que se suelen decir siempre. Lo que me conmueve es su prosa que es casi milagrosa. La pena es que, en traducción al español me temo que es imposible transmitir eso”. La teoría de Gauger es que la lejanía de Kafka, escritor en lengua alemana en una ciudad en la que muy poca gente hablaba alemán, hizo que su prosa tuviese algo único, aparentemente mínimo pero después cálido y cercano, en el fondo. “Es todo tan natural y perfecto… Después lees un texto de Thomas Mann y te das cuenta de que el lenguaje es mucho más forzado, más trabajado”. Gauger no tiene ninguna duda de que las cartas de Kafka son una parte importante de su obra. “Para nada son periferia”. ¿Y si jugamos a comparar la correspondencia a Milena con la que envió a Felice? “Estas cartas son mucho más explosivas”.

 

Fuente:elmundo.es

 

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