Ezra, el sabio escriba que dirigió la reconstrucción espiritual de Israel y le dio forma a lo que todavía hoy llamamos Judaísmo, no tenía los recursos técnicos de hoy, ni el acceso a toda la información que para nosotros es cosa sencilla. Y, sin embargo, cuando coordinó la redacción y restauración del texto bíblico, logró hacer un impresionante retrato de la realidad en sus aspectos más esenciales.
Pongámonos en contexto: Abraham es definido en una Parashá anterior como un “hebreo” (Génesis 14:13), asociado con Mamre el amorreo y sus hermanos.
Es un dato bastante justificable históricamente: los Hebreos fueron grupos irregulares y nómadas que estuvieron presentes en la zona que va desde Egipto hasta el actual Irán, ya desde las épocas de los Sumerios y hasta las de Ramsés II, por lo menos. Eso nos da un rango que va desde el siglo XXII AEC hasta el XII AEC, por lo menos. Es decir, un milenio completo.
No fueron un grupo definido étnicamente. Sus mayores contingentes fueron, a juzgar por ciertas fuentes, amorreos. Pero también hubo elamitas, gutúes, acadios, arameos, hurritas (mitanios) y factiblemente hasta hititas.
Es obvio que el texto del Génesis, en su redacción final, ya no refleja el vínculo que había entre todos los Hebreos, sin importar su origen. Y es que cuando se hizo la redacción y organización final de estos relatos, hacía unos cinco siglos que la identidad ya no era “hebrea” porque había evolucionado a “israelita”, y estaba en pleno proceso de reconstruirse como “judía”.
Pero los vestigios están allí, y en esta Parashá son particularmente abundantes. Vamos por orden:
1. Los Hititas
La Parashá comienza narrando la muerte de Sará, y Génesis 23:3-4 dice: “Y se levantó Abraham de delante de su muerta, y habló a los hijos de Het diciendo: extranjero y forastero soy entre vosotros; dadme propiedad para sepultura entre vosotros, y sepultaré mi muerte de delante de mí”.
Es curioso que Abraham se defina en este pasaje como “forastero y extranjero” entre los hijos de Het, cuando la realidad es que el Reino de Hatti está en lo que es la actual Turquía, a cientos de kilómetros del actual Israel o la antigua Canaán.
Pero Abraham era un recién llegado allí, y de el texto se deduce que un grupo de Hititas ya se había establecido en la zona. No parece demasiado razonable: la expansión del Imperio Hitita comenzó, en realidad, varios siglos después. Abraham es relacionado con la ciudad de Ur, por lo que queda ubicado a inicios del segundo milenio AEC (Ur fue destruida en el año 2004 AEC). Los Hititas se conformaron como un reino en forma apenas tres siglos más tarde.
Entonces, estaríamos hablando de Hititas de la fase previa a la integración del reino. Los primeros documentos identificables como Hititas son, justamente, de las épocas en las que podemos ubicar a Abraham. Pero ¿qué hacía un grupo Hitita en Canaán, si su origen está en las montañas de Anatolia (Turquía)? Seguramente, nómadas integrados a los clanes Hebreos.
La presencia Hitita entre los hebreos queda atestiguada en este pasaje, y la Biblia la extiende hasta épocas del antiguo Israel (recuérdese a Urías el Hitita, el esposo original de Betsabé, que luego fue esposa de David y madre de Salomón), e incluso Ezequiel todavía los recuerda como parte del origen de la nación judía (Ezequiel 16:3).
2. Mesopotamia
En el capítulo 24, Abraham envía a Eliezer, su criado, a buscar esposa para Itzjak. Y la manda al mejor lugar para encontrar una Hebrea semita: Mesopotamia. Abraham le dice a Eliezer: “No tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito, sino que irás a mi tierra y a mi parentela” (versículos 3-4).
En realidad, no hubiera sido algo demasiado grave que Itzjak se casara con una cananea EN ESE TIEMPO. Para cuando este texto recibió su redacción final (después del exilio en Babilonia), Esdras y Nehemías veían como un severo problema los matrimonios mixtos, porque estaban lesionando seriamente las posibilidades de que el pueblo judío aceptara el reto de reconstruir su nación. Por eso, en el texto bíblico se le dio un énfasis especial a la idea de “no mezclarse con otros”, y los favoritos para ello fueron los cananeos. No sólo eso: más adelante se convierten en la encarnación de la maldad e incluso se da la orden de exterminarlos.
La razón es fácil de explicar: la realidad es que cuando se llegó a esta redacción, los cananeos prácticamente ya no existían. El grupo más relevante para la historia de Israel, el amorreo, había desaparecido asimilado completamente por los babilonios.
En realidad, era un modo un tanto abstracto de advertir a los judíos del siglo V AEC que no debían mezclarse con otras naciones. ¿Por qué la urgencia de mantenerse “puros”? Porque la política asiria y babilonia había sido justamente esa: provocar mestizajes para eliminar de raíz la identidad nacional de sus conquistas. Luego entonces, para reconstruir la identidad nacional era indispensable prescindir de los matrimonios con extranjeros.
Por supuesto, esto sólo era posible CONCEPTUALIZARLO en una época en la que los judíos ya eran un grupo bien definido que podía ver como “extranjeros” a los demás. Pero en la época de Abraham los parámetros de identidad eran otros. De hecho, sorprende que de repente Abraham se muestre tan indispuesto a relacionarse con los cananeos, cuando –como ya se mencionó– se menciona que Mamre, Eshkol y Aner eran sus grandes cómplices. Y los tres eran cananeos amorreos.
En realidad, en términos técnicos e históricos, TODOS eran Hebreos. Tando Efrón el Hitita que le vendió a Abraham la Cueva de Majpelá, como Mamre, Eshkol y Aner. El punto es que aún entre Hebreos había clanes distintos, y en este caso se nos presenta a Abraham optando por no salirse de su marco familiar.
Lo interesante es que se refleja los fuertes vínculos que existían entre los Hebreos de Canaán con los Hebreos de Mesopotamia, situación que se mantuvo por lo menos hasta los tiempos del primer Imperio Babilónico, dos siglos más adelante.
3. Los hijos de Ketura
El capítulo 25 se enfoca a los demás hijos de Abraham, nacidos de una concubina llamada Ketura. Lo que se dice de ellos es muy escueto, y apenas se refiere que fueron enviados por su padre a “tierras de oriente”.
Ello va en la misma lógica que el capítulo anterior, evidenciando el vínculo que Abraham tenía con los Hebreos de Mesopotamia. Pero hay algunos detalles interesantes, porque algunos de los nombres de los hijos de Ketura y sus descendientes tienen connotaciones geográficas concretas.
Por ejemplo, uno de los hijos de Ketura es Midián (Madián), que más tarde se convirtió en una nación que tuvo algunos contactos –a veces mejores, a veces peores– con los israelitas.
También se menciona que Yojsán, otro hijo de Ketura, engendró a Seba y Dedán, y que “los hijos de Dedán fueron Asurim, Letusim y Leumim” (Génesis 25:3).
Es curioso: “asurim, letusim y leumim” no parecen nombres personales, sino patronímicos. Es decir, nombres derivados de un territorio. Cierto que para ello se requeriría que la sílaba final (“im”) se escribiese con YUD y MEM, y eso no ocurre en el caso de “asurim” y “letusim”, aunque sí en el de “leumim”.
Pero tiene lógica: si le ponen la YUD a “asurim”, entonces, el texto estaría diciendo “y los hijos de Dedán fueron ASIRIOS”. La ortografía hebrea de Asur es exactamente la misma que se usa para Asurim en Génesis 25:3.
Esos detalles son los que nos dan pistas de las zonas a las que Abraham habría enviado a sus hijos según el relato bíblico, pero también de las zonas con las que los clanes Hebreos mantenían contacto.
No es un dato gratuito: los amorreos (otra vez, los amorreos…) invadieron Sumeria y Asiria hacia el año 2000 AEC. Es decir, en la época en la que Abraham abandonó Ur y se trasladó a Canaán para establecerse temporalmente con sus cómplices… amorreos.
Es obvio que no estamos ante datos precisos, pero se perciben los vestigios: Abraham el Hebreo, sus socios Amorreos, sus negocios con Hititas, sus vínculos con Mesopotamia, Madián y Asiria. Se percibe que algo sobrevivió en la memoria israelita y luego judía, de que hubo una época en la que todos estos grupos y territorios estaban directamente emparentados en el contexto de ese grupo nómada y aguerrido llamado Habiru por los acadios y Apiru por los egipcios. Los Hebreos.
Pero esto nos indica también otra cosa: seguramente, la saga de los Patriarcas debió ser más compleja y más rica en su versión original.
La versión que tenemos en el Génesis es una reconstrucción obligada, debido a los destrozos provocados por los babilonios. Es lógico suponer que Ezra y sus escribas ya no pudieron rescatar mucho del material –seguramente escrito en tabletas de arcilla, conforme a la usanza de la época–, y una gran cantidad de historias debió perderse.
Detalles sobre Abraham, su familia, su entorno, sus enemigos. Información más precisa sobre Ur, referida en el Génesis como una ciudad Caldea o Casita (dato anacrónico, porque los Casitas llegaron a la zona siglos después de la destrucción de Ur) en vez de Sumeria, o incluso y hasta más abundante sobre la presencia de Hititas en Canaán en los albores del segundo milenio AEC.
Es obvio que dichos relatos debieron tener una intención ideológica muy distinta a la que tienen ahora en el Génesis. Ezra y sus escribas tenían un reto muy concreto en el siglo V AEC, y era restuarar la identidad nacional de Israel.
Pero semejante reto no tenía nada que ver con el contexto histórico de los antiguos patriarcas Hebreos, cuya gran disyuntiva fue si modernizarse por medio de la sedentarización, o permanecer en su vida nómada y rapaz.
4. Los hijos de Ismael
La Parashá termina, justamente, mencionando a los descendientes de Abraham que tomaron esta última opción, la de permanecer en la vida nómada de pillaje y rapacidad. Según la tradición bíblica, son los que vinieron a convertirse en el pueblo árabe.
Así que en sentido estrictamente bíblico, los árabes son Hebreos. De hecho, la facilidad con la que tienden a optar por las formas violentas para resolver sus problemas –hasta la fecha– nos obligan a decir que ellos conservaron la idiosincracia más primitiva de los clanes Hebreos, y que –en contraste– los judíos fuimos los Hebreos que decidieron adaptarse a nuevas realidades y evolucionar.
Es obvio que en la actualidad no se puede –ni se debe– encasillar en estereotipos a ninguno de los dos grupos, pero también es un hecho que la dicotomía representada por judíos y árabes es un reflejo directo y sorprendentemente exacto de lo que encontramos en el texto bíblico, una vez que lo entendemos a la luz de la Historia.
Con eso va a comenzar la siguiente Parashá: el conflicto desde el vientre materno entre Yaacov y Esav.
Uno, el árabe, el peludo cazador que sabe imponerse por la fuerza; el otro, el quieto pastor que se verá obligado a andar y desandar caminos y países para conocerse a sí mismo y transformarse en Israel.
Me dirán los más críticos que estos textos no son precisos en su recuento histórico. Pero entonces debo decir que, para sorpresa de cualquiera que sea moderadamente honesto, lo que sí reflejan a la perfección y con toda precisión es lo que ha sucedido desde entonces y hasta la fecha. Cuatro mil años de Historia, un récord nada desdeñable.
Por eso me sigo quitando el sombrero ante Ezra, el sabio escriba que dirigió la reconstrucción espiritual de Israel y le dio forma a lo que todavía hoy llamamos Judaísmo.
No tenía los recursos técnicos de hoy, ni el acceso a toda la información que para nosotros es cosa sencilla. Y, sin embargo, cuando coordinó la redacción y restauración del texto bíblico, logró hacer un impresionante retrato de la realidad en sus aspectos más esenciales.
Retrato que sigue vigente hoy en día.
¿Quieren entender el presente? Háganle caso a la sabiduría judía: no hay nada nuevo debajo del sol. Sólo existe lo que ya ha existido.
¿Quieren entender los problemas de Medio Oriente? Estudien Historia y Torá.
A fin de cuentas, todo parece indicar que el problema sigue siendo entre clanes Hebreos que no se ponen de acuerdo, exactamente igual que en la más remota antigüedad.
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