Hace casi medio siglo, en la escuela de vuelo de la Fuerza Aérea de Israel, recibí mis alas del entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel, el general Yitzhak Rabin. Poco después, se convirtió en el héroe de la Guerra de los Seis Días, embajador de Israel en Estados Unidos, primer ministro israelí y ministro de defensa durante el Gobierno de Unidad Nacional. Yo lo observaba desde lejos, ocupado con mi propia carrera militar.
Luego, en 1992, al volver a la Oficina del Primer Ministro por segunda vez, me nombró director de la Oficina de Prensa del gobierno. Gracias a este sorprendente cierre de un ciclo, tuve el privilegio de colaborar y hacer historia, trabajando para un líder que era un estadista, no un político.
¿Qué diferencia hay entre ellos? El estadista se preocupa por el futuro de su país, mientras que el político sólo piensa en las próximas elecciones.
He aquí un ejemplo: Una de las principales prioridades de Rabin en su nuevo gobierno era elevar el nivel de vida de los árabes israelíes. No es que de pronto se haya convirtido en un amante de los árabes. Rabin luchó contra ellos casi toda su vida. Sin embargo, como hombre honesto, reconoció la discriminación de décadas contra los árabes israelíes y decidió poner fin a esa tendencia y revertirla. Se creó un grupo de trabajo a cargo del director general de su oficina, a fin de lanzar una campaña de acción afirmativa en las ciudades y aldeas árabes.
El ser percibidos como simpatizantes de los árabes no era políticamente popular en Israel ni entonces ni ahora – esto se refleja en la advertencia de Benjamín Netanyahu, en vísperas de las recientes elecciones, que los árabes israelíes acudían a las urnas en rebaños. Rabin reconoció el posible daño político, pero como estadista, vislumbró un Estado judío en el que sus ciudadanos árabes se sientan iguales y orgullosos.
Más dramática aún fue su decisión de hacer la paz con la Organización de Liberación de Palestina (OLP). Cuando se dieron a conocer las noticias de Oslo, al igual que todos alrededor de Rabin. repetía la línea del partido de no hablar con la OLP ni aceptar un Estado palestino. Primero quedamos impresionados y luego desconcertados: ¿Acaso Rabin el halcón se había convirtió en una paloma de la noche a la mañana?
Rabin ya había dado una señal sobre este sorprendente cambio. En su discurso ante la Knesset en enero de 1993, de pronto anunció que Irán estaba poniendo en marcha un proyecto nuclear militar. Luego dijo: “Por ello debemos aprovechar la ventana de oportunidades y avanzar hacia la paz.” Ninguno de nosotros en la sala – excepto el ministro de Relaciones Exteriores Shimon Peres – sabíamos que no estaba hablando en términos abstractos, y que mientras pronunciaba estas palabras se preparaban las negociaciones en Oslo.
Irán no fue la única causa de las acciones sorpresivas de Rabin. El profesor Shlomo Avinery, un politólogo que había desempeñado el cargo de director general del Ministerio de Relaciones Exteriores en el gobierno de Rabin, reveló recientemente que en 1975, él le había mencionado discretamente que Israel debería retirarse de las fronteras de 1967, ya que no debe gobernar a millones de palestinos. Antes de esto, advirtió, Israel debe fortalecer su disuasión frente a los árabes, que se había debilitado con el ataque sorpresa en la Guerra de Yom Kipur. Sólo entonces, desde una posición de poder, Israel debe hacer los cambios necesarios para preservar su carácter judío y democrático.
Sólo 18 años más tarde hizo esto posible. El 13 de septiembre de 1993, en el Jardín Sur de la Casa Blanca, le oí decir, “hemos luchado contra ustedes, los palestinos, les decimos hoy en voz alta y clara: basta ya de sangre y lágrimas, basta.” Millones de israelíes, que observaban el acontecimiento con asombro en sus pantallas de televisión, sabían perfectamente que no se trataba de una simple retórica. Rabin, el soldado que había enviado a israelíes a morir en los campos de batalla, manifestó su búsqueda de la paz. Al mismo tiempo, la forma en que estrechó la mano de Arafat – o más bien fue obligado a hacerlo por el presidente Bill Clinton – dijo a los israelíes: hago esto a regañadietes, porque me preocupo por su seguridad, no tengo una mejor opción.
Rabin hizo grandes esfuerzos para convencer a los israelíes que había elegido el camino correcto para ellos. “Creo que la separación entre Israel y los palestinos es la mejor solución para resolver el conflicto palestino-israelí a largo plazo,” señaló. Al mismo tiempo, les recordó que “uno no hace la paz con amigos, sino con los enemigos más desagradables.” Decir que Oslo fue una mala apuesta para Rabin sería el eufemismo del siglo. Su carrera política no se vio interrumpida por el resultado de las urnas, sino por las balas que le quitaron la vida. Sin embargo, su legado continúa. A diferencia de otros que intentan definirlo, para mí está claro: Israel requiere de estadistas, no políticos para resolver el tipo de retos que enfrenta, existir y prosperar.
La gente suele preguntarme qué habría sucedido hoy si Rabin no hubiese sido asesinado. Por lo general la refiero a un libro del historiador inglés EH Carr titulado “¿Qué es la historia?” Carr rechazó la teoría de la “nariz de Cleopatra”, expuesta por el filósofo francés Blaise Pascal, quien afirmó que si Marco Antonio no se habría enamorado de Cleopatra por su increíble nariz, el Segundo Triunvirato no se hubiese disuelto, y la República romana habría sobrevivido.
Haciendo caso omiso de la sabia advertencia de Carr, me atrevo a adivinar que independientemente de cálculos políticos internos, Rabin habría actuado para salvaguardar el principal interés de Israel: asegurar su caracter judío y democrático. Con un socio palestino confiable, esto significa un estado palestino al lado de Israel, tomando en cuenta la dolorosa evacuación de los asentamientos y los riesgos de seguridad que esto implica, en ausencia de medidas unilaterales.
Lo cierto es que no hacer nada no era una opción para Rabin., sólo que él ya no está con nosotros.
Uri Dromi es director general del Club de Prensa de Jerusalem. Se desempeñó como portavoz de los gobiernos de Yitzhak Rabin y Shimon Peres de 1992 a 1996, durante el proceso de paz de Oslo.
Fuente: Jewish Journal
Traducido por Esti Peled
Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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