RICARDO SILVA PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
En principio, quien protagonizará este artículo será usted. Por alguna razón usted lectora o lector, se encuentra en la sala de máquinas de un complejo ferroviario. Observa en los monitores un tren que corre fuera de control. En su camino se encuentran cinco personas que fueron atadas a la vía por, tal vez, un filósofo malvado. Pero, en hora buena, usted puede operar un botón que orientará al tren por una vía alterna, desafortunadamente, hay también otra persona atada a esa vía. ¿Debería usted manipular el botón de cambio? ¿No hará nada y dejará morir a 5 para salvar a 1? ¿Pulsará el botón y salvará a 5 pero morirá 1? O quizá usted saldrá apaciblemente del lugar y tomará una soda bien fría en la terminal de trenes, esperando que todo se resuelva sólo o mejor aún, que alguien más tome la decisión.
Siento decepcionarle si no le doy una solución. No la hay. El desenlace es personal y debe ser responsabilidad de quien se atreva a jugar. Solo le comentaré que al plantear este problema a algunos cientos de personas. La mayoría se inclina por el mal menor, es decir, salvar a 5 y sacrificar a 1.
El dilema del tren es un experimento mental ideado por Philippa Foot, una filósofa británica dedicada al estudio de la ética. Causa curiosidad que Foot muere el mismo día en que nació, 3 de octubre, con 90 años de distancia, de 1920 al 2010.
A veces, en lo que dura un suspiro, nos enfrentamos a situaciones en las que deberíamos tomar acción y sin embargo, en ciertos casos postergamos o delegamos a otros la responsabilidad de operar la realidad. No siempre las cosas resultarán ciento por ciento como quisiéramos, por ello nuestras decisiones deberían ser siempre las mejores que podamos, las que estén en nuestras manos y con nuestros recursos. Esa honestidad con nosotros mismos es la que nos permite dar la cara, poner la frente en alto, hacernos responsables de nuestros actos.
En Israel las autoridades, el ejército, el gobierno, los ciudadanos deben enfrentar constantemente dilemas morales que son resueltos de la mejor manera que les es posible. ¿Cómo saber qué es lo recomendable ante una circunstancia inesperada, repentina y peligrosa? El hilo conductor es cuidar lo más sagrado que tenemos de acuerdo a la tradición judía: la vida humana. La ley judía demanda que puesto que D-os nos dio la vida, sólo Él tiene el derecho de quitárnosla en la mayoría de los casos. El sexto mandamiento ordena “No asesinarás”. Bajo esa ordenanza, parecería paradójico que existan atenuantes que admitan tomar una vida para salvar otra, es decir, en defensa propia es permitido y obligado proteger la vida de uno o la de alguien que está en peligro.
Los sabios se preguntan en una Mishná ¿Por qué D-os creó a la humanidad a partir de solo una persona? Es decir, bien pudo El Creador construir varios seres humanos a la vez en lugar de uno, pero la idea era enseñarnos que quien destruye una vida es considerado como si hubiera destruido al mundo entero, y quien salva una vida es considerado como si salvara al mundo entero. Desde este ventanal observamos, ¿acaso esta postura representa un dilema moral cuando el Talmud describe leyes que permiten matar? En Sanedrin, dice la Mishná …”si Reuven ve a Shimón corriendo tras una persona para matarla, entonces Reuven puede matar a Shimón para impedir el asesinato”. En el mismo tratado, los Rabinos instruyen “Si alguien viene a matarte, levántate temprano y mátalo tú primero”.
La vida es tan valiosa, que cuando alguien atenta contra ella, merece ser expulsado del mundo. La ley del perseguidor se explica extensamente en el Talmud. La situación es similar al dilema del tren, se trata de un suceso inesperado, repentino y cuyo desenlace promete ser contundente: alguien va decididamente a tomar la vida de otro.
El lenguaje de la prensa internacional es en su mayoría insulso y quizá mal intencionado cuando se trata de exhibir la violencia en Israel. La nota de un diario hondureño dice “Un muchacho palestino apuñaló a varios policías israelíes; el joven fue asesinado a quemarropa por los oficiales”. Un diario español publica “Un adolescente palestino intentó clavar un cuchillo a un policía de fronteras en la puerta de los Leones de la Ciudad Vieja de Jerusalén antes de ser abatido a tiros por los disparos de otros agentes”. Aquí en México La Jornada imprime “…joven palestino agredió con arma blanca a dos judíos ultraortodoxos, que resultaron heridos levemente, y fue igualmente abatido por agentes”.
Estos agresores palestinos no son atendidos por la prensa internacional por su edad, por su condición cronológica, por su condición de jóvenes, adolescente o muchachos como floridamente relatan. Estos individuos adquieren fama periodística por ser terroristas, presuntos, si se quiere incluir el eufemismo, pero asesinos en potencia. Resulta además hilarante el uso del lenguaje para minimizar el ataque de los “muchachos” palestinos: “arma blanca”, “levemente heridos”, “intentó clavar”; como si el hecho de fallar o si la acción oportuna de la policía que impidió un mal mayor, evaporará la intensión criminal. Esos jóvenes fueron “abatidos” correctamente por los oficiales, quienes cumplían con su trabajo, pero no solo ellos, cualquier ciudadano común tiene el derecho y la obligación de anular la agresión, incluso si esto conlleva matar al criminal, por muy “muchacho” que sea.
El término jurídico es legítima defensa de un tercero y aparece en las leyes de casi todos los países del mundo. En México se encuentra en el artículo 15 de Código Penal Federal. Deberíamos tener una prensa más informada o quizá más objetiva.
Cierro con un problema que plateaba mi maestro de karate hace ya muchos años, en el examen para cintas negras:
“Supongan que van en el transporte público y una persona saca un arma para atacar a un pasajero indefenso por la espalda. Ustedes son cintas negras y están parados junto al pendenciero ¿darían un shuto uchi (golpe con el canto externo de la mano) a la nuca del agresor para salvar a la posible víctima?”
Los alumnos teníamos varias respuestas que dependían de según las variables que nos vinieran a la cabeza: el tipo de arma empleada, si la víctima era hombre o mujer, si el tipo armado tenía cara de delincuente, etc. El sensei, silenciaba nuestros argumentos con una lógica explicación: “No hay tiempo para pensar en una situación así, la única certeza que tienen es que hasta un lápiz empuñado decididamente, puede herir e incluso asesinar”.
El mundo permanece ajeno, alejado de los ciudadanos israelíes. El mundo democrático menosprecia a la única democracia en todo Medio Oriente. La Naciones Unidas dejan a otros tomar sus decisiones, no se atreven a participar para que, sean cuales fuesen las medidas desplegadas, puedan juzgar a gusto, mientras disfrutan una soda en la terminal del tren.
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