Al quinto presidente de Israel Yitzhak Navon, quien falleció el viernes por la noche, no le gustaba ser llamado presidente jubilado, prefería ser asociado con cualquier otra actividad que desempeñaba en un momento dado. Navon fue un líder respetable, y amado por su pueblo, un hombre digno de honor.
Yitzhak Navon tenía la nobleza de un señor. Nacido en 1921, pasó a formar parte de los 300 años de historia familiar en Jerusalem. A diferencia de los jóvenes combatientes de su generación que se resistieron a la dominación británica, él era un hombre ilustre.
De joven se unió a la Haganá, el ejército judío en la época anterior al establecimiento del Estado de Israel. Sin embargo, su naturaleza y gestos no reflejaban un hombre de conflicto, sino más bien una especie de príncipe sin ceremonias con un dominio admirable del lenguaje.
Pese a que se desempeñó como agente de inteligencia de combate en la Haganá, era también un gran diplomático. Entre su grupo de jóvenes que admiraban al primer manadatario de Israel, el ex-Primer Ministro David Ben-Gurion, Navon era una figura excepcional.
No sólo era un “sefaradí puro” y judío de Jerusalén – el único sefardí entre un grupo de hombres ashkenazitas prominentes como el alcalde de Jerusalem, Teddy Kollek, el reconocido científico, Ernst David Bergmann, y figuras políticas y militares de alto rango, como Moshe Dayan y Shimon Peres – sino que no solía involucrarse en batallas políticas, como muchos de sus colegas. Fue sólo en los últimos años de su carrera política cuando se vio envuelto en distintos enfrentamientos.
Navon era un hombre de muchas virtudes; fue un diplomático sobresaliente; estuvo a cargo de la oficina más agitadas del mundo (la oficina de Ben-Gurion); sabía cómo dirigirse con prudencia entre líderes dotados; tenía un maravilloso sentido del humor, una predilección por la educación, y una singular sensibilidad política, que desarrolló a lo largo de su carrera, siempre acompañadas de una sonrisa.
El afecto de sus colegas tenía sus ventajas, ya que un año después de que el Likud subiese al poder por primera vez, Navon fue elegido para servir como quinto presidente de Israel sin oposición alguna. Por otró lado, al finalizar su mandato presidencial, consideraba correr contra Shimon Peres por el liderazgo del Partido Laborista, pero la dura reacción de Peres lo obligó a dar marcha atrás.
Navon fue visto como una paloma entre halcones. Siempre estuvo agradecido por la oportunidad de servir bajo Ben-Gurion y nunca cuestionó las decisiones del líder. Por otra parte, nunca intentó contrarrestar al Likud con excepción de una ocasión: cuando exigió que se establezca una comisión de investigación sobre la masacre de Sabra y Chatila durante la primera Guerra del Líbano en 1982, que condenó al entonces ministro de Defensa Ariel Sharon a un exilio político de varios años. Esta iniciativa también estableció un precedente para la intervención de otros presidentes israelíes en procedimientos políticos.
Por encima de todo, siempre se mantuvo fiel a sus raíces. Navon fue invitado a organizar los eventos que marcaron el 500 aniversario de la expulsión de los judíos de España – la misma que obligó a su propia familia a trasladarse a la Tierra Prometida y establecerse en Jerusalem.
En última instancia, cuando él decidió no postularse a la Knesset en el comienzo de la década de 1990, no parecía enojado o decepcionado por no haber sido llamado a liderar su partido. Fue entonces cuando volvió a la verdadera pasión de su vida y escribió la exitosa obra Bustan Sefardí (“jardín sefardí”) – que refleja el mismo folklore sefardí que llevaba en su corazón y quería perpetuar. De hecho, una vez que la puso en un papel, su obra pasó a formar parte de la memoria colectiva, que continúa presentándose hasta hoy en día en Habima, el teatro nacional de Israel con sede en Tel Aviv.
Fuente: Israel Hayom
Traducción: Esti Peled
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