“Un grupo de berlineses dijo que una mancha en la calle era la sangre de un judío. Aún ahor,a puedo escuchar sus risas”.
El lunes 9 de noviembre marca el aniversario de Kristallnacht en 1938, cuando las hordas nazis se desataron como salvajes a lo largo de Berlín, tanto como en otras ciudades alemanas. Las casas de culto judías fueron profanadas y luego incendiadas. Miles de judíos fueron acorralados, algunos golpeados hasta matarlos, otros enviados a campos de concentración. Los negocios y casas propiedad de judíos fueron saqueados.
JOHN H.LANG*
Nunca olvidaré que mis ojos vieron el horror inimaginable de esta noche y del día siguiente hace 77 años. Por suerte, mis padres no estaban en Berlín. Yo estaba en casa de mi abuela. A través de la ventana pude ver mi bella sinagoga engullida en llamas mientras gritos desesperados subían desde la calle abajo. Cada golpe en nuestra puerta traía terror, seguido por un increíble alivio. Por algún milagro, dos de mis tíos lograron llegar a casa de mi abuela buscando seguridad tras el salvajismo de esta noche.
A la mañana siguiente, mientras yo deambulaba a través de mi vecindario, vi fragmentos de vidrio fino por todas partes; todos los negocios de propiedades judías habían sido saqueados y pintados con consignas viles de odio a los judíos.
Uniformados nazis y sus simpatizantes se estaban divirtiendo mientras comentaban su brutalidad. Un grupo observaba una gran mancha sobre la calle que se dijo era la sangre de un judío. Aún ahora puedo escuchar sus risas.
En ese momento, yo era un niño de 8 años de edad que de pronto había cumplido 18. Todo pensamiento mío giró a la supervivencia. Cuando mis padres regresaron, dije a mi padre que yo no viviría nunca para ver mi noveno cumpleaños. Él tomó mi mano y me dijo que siempre me protegería y que nada le sucedería a nuestra familia —porque él había sido un soldado condecorado de las líneas del frente durante la Guerra Mundial de 1914-18.
Aunque los informes de Kristallnacht—llamada la noche de los cristales rotos—circularon mundialmente, no hubo reacción enérgica por parte de las potencias mundiales, aunque el embajador estadounidense ante Berlín fue convocado a Washington para consultas. En retrospectiva, esto fue un ensayo para el Holocausto por venir. Aunque mis padres ya habían solicitado emigrar a los Estados Unidos, la Embajada de Estados Unidos en Berlín les informó que nuestro número de cupo no sería alcanzado por muchos años. No había escapatoria.
Después que entré en una pelea con un miembro de la Juventud Hitleriana, sentí un nuevo nivel de desesperación por parte de mis padres. Fue entonces que Inglaterra, con un acta del Parlamento, arrojó un salvavidas a los judíos alemanes, aceptando admitir a 10000 niños no acompañados. Fue un acto de bondad y humanidad que no olvidaré nunca. Los padres tuvieron que tomar decisiones agónicas de enviar a sus hijos a la seguridad y posiblemente no verlos nunca más. Los trenes del Kindertransport comenzaron en diciembre de 1938 y continuaron hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939. Las despedidas estuvieron llenas de abrazos lágrimas mientras los niños se separaban de sus padres. En retrospectiva pudimos ver como en ese momento, todos esos padres se convirtieron en héroes supremos.
Nunca sabré cómo fue que mis padres aseguraron un lugar en uno de los primeros trenes del Kindertransport para mí, pero dejé Berlín en enero de 1939. Hacia finales de 1940, mucho antes de lo que yo habría creído, la Embajada estadounidense en Londres me informó que mi número de cupo había sido alcanzado y ahora podía proseguir a los Estados Unidos. Dejé Londres con su fuerte bombardeo nocturno y sus ciudadanos valientes y resueltos. El viaje en el Atlántico Norte fue peligroso, y nunca supimos si podíamos ser torpedeados por un submarino alemán, como lo han sido muchos otros barcos. Mis padres finalmente escaparon también de Alemania, pero no sin trauma.
Después de cerca de 75 años en los Estados Unidos, todavía me conmuevo con el pensamiento de la libertad estadounidense —tan preciosa y apasionante que no puedo imaginar la vida sin ella.
En la sombra del aniversario de Kristallnacht, veo que las comunidades cristianas del Medio Oriente están siendo embestidas por los terroristas islámicos. Los hombres son decapitados públicamente, las mujeres condenadas a actos depravados, y las iglesias destruidas. ¿Quién en nuestro gobierno ha hablado enérgicamente para detener esta tragedia humana? ¿Quién arrojará un salvavidas a los cristianos del Medio Oriente? Rezo porque nuestra nación lo haga.
Mientras recuerdo mi pasado y disfruto ruidosamente en mi libertad estadounidense, pienso en mi película favorita, “Casablanca.” Una pareja celebrando en el café de Rick mientras se preparan para partir a los Estados Unidos, levantan sus copas en un brindis. Ellos dicen juntos: “Por Estados Unidos,” y así lo hago yo.
*El Sr. Lang es director general de la empresa financiera HighTower en Westchester, N.Y.
Fuente: The Wall Street Journal- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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