Sobre Itzjak y Rivka hay dos cosas que me quedan clarísimas: La primera, que Rivka era toda una yiddishe mamme. Es la jefa. Da las órdenes. Decide. Organiza. Le ve la cara a quien sea necesario cuando sea necesario. La segunda, que seguro fue por eso que Itzjak se enamoró de ella apenas la conoció.
IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hablando de folclor judío, ¿qué puede ser más folclórico que una mamá? Una yiddishe mamme en toda la regla. Su luz ilumina los caminos del pueblo de Israel desde la más remota antigüedad. Y para muestras, la Parashá Toldot.
El papel que juega Rivka (Rebeca) en esta sección es determinante, siempre varios pasos adelante de Yacoov (su hijo inútil), Esav (su hijo obtuso), e incluso de su esposo Itzjak.
El capítulo 27 del Génesis es el epicentro de esta porción de la Torá. Allí se nos narra cómo fue que la bendición patriarcal llegó a manos de Yaacov y no de Esav, pese a que todo estaba en contra del primero y a favor del segundo.
El texto bíblico no tiene recato alguno en señalar que Esav era el favorito de Itzjak. Buen cazador, buen cocinero, la imagen es clara: el padre y uno de sus hijos compartiendo largos momentos de mesa y sobre mesa, mientras la madre y el otro hijo se retraen a cualquier otro lugar de las vastas propiedades de la familia.
Es interesante porque no es el único caso en el que la Biblia nos habla de un padre con un favoritismo definido hacia alguno de sus hijos. Más adelante, será Yaacov quien también tenga un preferido –Yosef– y ponga en problemas a toda su familia por ello.
Y es curioso que ninguno de los dos hijos preferidos hereda la bendición patriarcal que, en su momento, Itzjak recibió de Abraham. Tanto Esav como Yosef, una generación después, quedarán relegados al liderazgo de Yaacov y de Yehudá.
¿Por qué?
Ya analizaremos el caso de Yosef y Yehudá más adelante, pero respecto al caso de Yaacov y Esav podemos decir, sin temor a equivocarnos, que fue por causa de la mamá.
Es increíble cómo lo plantea el texto bíblico: en realidad, la única que entiende la realidad es Rivka. Es la única que tiene una visión claras del estado de las situaciones y de lo que hay que hacer. Y en medio de todo eso, resulta muy interesante profundizar en la psicología del segundo patriarca y su esposa.
Empecemos por Itzjak. ¿Por qué su predilección por Esav? El texto bíblico nos dice que Itzjak siempre fue un hombre pacífico que amaba la soledad y la quietud. ¿Por qué, entonces, su preferencia por el hijo que es todo lo contrario, y su rechazo al que es exactamente igual que él?
Probablemente algo tenga que ver el episodio del capítulo 26, donde se nos narra cómo Itzjak comete el mismo que Abraham su padre, aunque esta vez es en Gerar y no en Egipto. Pero la situación es la misma: el miedo de pensar que la familia puede ser agredida por la belleza de Rivka, un jugoso botín para gente sin escrúpulos. Y allí va por la vida, diciendo que es su hermana, y complicándose las cosas de modo innecesario, porque resulta que el rey Abimelej se comporta siempre como un tipo razonable y sensato.
El caso se pone peor: según Génesis 26:12-16, Itzjak resulta tan buen granjero que se vuelve rico en Gerar, y sólo entonces es que los habitantes de allí (el texto les llama “filisteos”, pero es una etiqueta completamente anacrónica) empiezan a tenerle envidia y a causar verdaderos problemas. Es por ello que Itzjak se tiene que ir.
Imagínenlo: Itzjak segudio de toda su gentes, todo su ganado, todas su propiedades; un espectáculo impresionante: la migración de uno de los hombres más prósperos de la zona. Y, sin embargo, con cara de empresario desconcertado porque tiene que huir por algo que nunca previó. Hasta lo podemos imaginar con cara de vergüenza ante los ojazos de Rivka, recriminadores, que le dicen “y pensar que me obligaste a decir que soy tu hermana porque creíste que estos tipos se nos iban a poner impertinentes; y mira en qué acabaron las cosas…”.
Así es Itzjak: no sabe interpretar la realidad. Sabe hacer buenos negocios, pero no termina de entender el entorno que lo rodea (uf, y tantos de sus descendientes heredaron esa tendencia…).
Al final, la relación con Abimelej y los geresianos se arregla. Alcanzan a Itzjak en Beersheba, hablan con él, hacen un pacto, organizan una parranda que termina en la madrugada, y todos se despiden como buenos amigos.
¿Será por eso que Itjak definió su predilección por Esav? Acaso veía en ese hijo suyo todo aquello que él no tenía. Tal vez lo consideraba un hombre práctico y asertivo que no se pensaba demasiado las cosas y por ello encontraba soluciones inmediatas a los problemas urgentes.
Qué distinta debió ser la psicología de Rivka: primero, viendo los desatinos de su esposo. Afortunadamente era buen empresario y la familia era próspera, pero más allá de eso Itzjak no parece ser el tipo de marido al que se le puedan contar –y menos aún confiar– las cosas. Luego, viendo la tensión entre sus dos hijos, situación reforzada por la preferencia de Itzjak por Esav, y la sospecha de que eso, a la larga, habría de ser un factor de riesgo para todo el clan. ¿Qué sería de la familia con Esav como jefe? Es seguro que Rivka no quería ni imaginarlo, y que la decisión de intervenir en los deseos de Itzjak debió definirse desde muchos años antes.
Llega el momento crucial. Itzjak está consciente de su vejez, y aunque no es inminente su muerte ni mucho menos, decide que es el momento de hacer su testamento y repartir su herencia. Y eso, en el formato y protocolo de la época, se hacía por medio de repartir sus bendiciones entre sus hijos.
Esav siente que es su momento, y dadas las dinámicas familiares que se deducen del texto bíblico, es muy probable que saborease el momento como un triunfo contra su mamá y su hermano.
Pero Esav no cuenta con dos cosas: la primera, su mamá. ¿Quién, en su sano juicio, podría decir que un hebreo le va a ver la cara a su mamá? No. Literalmente, en lo que Esav va y viene, Rivka ya lo hizo tres o cuatro veces. Y ese es el error de Esav: no tener las cosas listas. Su padre lo manda a cazar algo para que luego lo cocine, lo coman y entonces le dé la bendición, y Esav no está listo. Tiene que hacerlo de ese modo. Si Esav hubiera entendido cómo estaba toda la situación, se hubiera parado temprano, hubiera salido de cacería, y para ese momento ya tendría listo el festín para agasajar a su padre. Y listo: nadie hubiera evitado que él recibiera la bendición de Itzjak.
Pero no: se fue y vino, y en ese lapso –como ya lo dijimos– Rivka hizo todo lo que quiso. Y allí aparece la segunda cosa que Esav no tomo en cuenta: su papá.
La historia la conocemos: Yaacov aparece ante su padre con un disfraz que debió verse ridículo y que no hubiera funcionado de no ser porque Itzjak ya estaba ciego. Lo de la comida no fue problema: es obvio que la mamá se sabe de memoria las recetas de cocina.
Pero ¿se pueden imaginar la tontería de escena? Yaacov forrado en los brazos y en el pecho con el primer peluquín de la Historia de la Humanidad, mientras Itzjak lo palpa para corroborar que sea su hijo adecuado. Luego, el inútil hijo disfrazado intentando imitar la voz de su hermano, sólo para que Itzjak diga “la voz es de Yaacov, pero las ropas son de Esav”.
¿Qué quiere decir eso?
Que Itzjak se dio cuenta de la treta. No se puede ser tan idiota como para tragarse el cuento de que “D-os me puso al animal tan pronto salí, lo cacé y ya está lista la comida”, cuando te lo está diciendo la voz de Yaacov que viene con un plato de comida a todas luces preparado por su mamá, y embutido en un disfraz patético.
Es obvio que Itzjak se da perfectamente cuenta de lo que sucede.
Tan obvio como que, al final de cuentas, decide doblarse ante Rivka. Doblarse una vez más ante Rivka, porque seguramente lo hizo muchas veces en la vida.
Itzjak debió entender que la ridiculez de la escena sólo era el reflejo de lo peligroso que resultaba dejar el futuro del clan en las manos de Esav, especialmente porque su ausencia lo evidenciaba todo: sí, era un gran cazador; sí, seguramente era el tipo de persona capaz de encontrar soluciones inmediatas y prácticas a las cosas urgentes, pero en este momento estaba demostrando que era incapaz de tomar previsiones.
Ya lo mencionamos: si Esav hubiera estado consciente de todo lo que estaba pasando, se hubiera anticipado a los acontecimientos. Pero no. Evidentemente, era totalmente incapaz de hacerlo, y por eso en el momento crucial en que tenía que reclamar para sí la herencia que tanto anhelaba, simplemente desapareció. No estuvo listo.
Pero Rivka sí, y es probable que Itzjak, tras despedirse de Esav, estuviera con el alma en vilo intentando imaginar qué sorpresa le tendría preparada su esposa.
Claro, es seguro que no se imaginaba a Yaacov con un disfraz. Pero al caso daba lo mismo: Rivka le había ganado otra vez la partida y le había demostrado que Esav no estaba listo para ser el líder; vamos, ni siquiera era el hijo indicado.
¿Y acaso Yaacov sí? No. Es obvio que tampoco lo era.
El mensaje es distinto. No es Rivka diciéndole a Itzjak que el líder del clan debe ser Yaacov en vez de Esav. Es algo todavía más complejo que eso.
La jefa es ella.
Siempre lo ha sido, y ahora –con Itzjak ciego y entrando a su decrepitud–, lo es más que nunca.
El episodio no nos muestra a Rivka imponiendo a Yaacov como líder de la familia, sino demostrando que, en realidad, ella es la que siempre ha llevado las riendas del hogar.
Por eso, a fin de cuentas, es que Itzjak se dobla y da su bendición a Yaacov.
Esav regresa a encontrarse con un desastre que no previó. Pero es que así es él: reacciona, pero no prevé las cosas.
Hace su berrinche, empieza a maquinar la muerte de Yaacov, sigue acumulando rencor. Pero no hay problema: la mamá ya tiene la solución organizada. Y, por supuesto, es su familia. No son una perita en dulce. De hecho, son tan brutos y rudimentarios como Esav, pero seguro que también sabe cómo controlarlos.
Y hay algo más: son justo lo que necesita Yaacov, que hasta este punto del relato bíblico sigue pareciendo un hijo más o menos inútil, bastante parecido a su papá: muy hábil en la administración de ganado bovino, pero incapaz de analizar la información y de comprender la realidad.
Oh, pero Rivka es esa mamá que sabe la casa ajena hace bueno al hijo, y no tiene dudas de que Yaacov, fuera de su zona de comfort donde siempre lo cuida mamá, no tendrá más alternativa que superarse.
Yaacov ha recibido la bendición de Itzjak. Se le han prometido campos bendecidos, cielos generosos, abundancia material, pan y vino, naciones inclinándose ante él. Pero eso no sólo se hereda: también se lo tiene que ganar, y es evidente que no está listo para ello. De hecho, es igualmente evidente que si se queda en casa, cuidándose de Esav y a la sombra de su padre, nunca lo estará.
Así termina la Parashá: Yaacov preparándose para comenzar la Saga del Héroe. Es el primer personaje bíblico que protagoniza algo semejante.
La familia ha entrado en crisis, pero es la apuesta de Rivka, la que entiende qué pasa y qué no, quién es quién en esta vida y cómo es cada uno de sus parientes.
Con ello, empieza el relato donde veremos como cada quién forja su propio destino.
Yaacov se transformará en Israel.
Esav seguirá siendo Esav.
Respecto a sus padres, hay dos cosas que me quedan clarísimas:
La primera, que Rivka era toda una yiddishe mamme. Es la jefa. Da las órdenes. Decide. Organiza. Le ve la cara a quien sea necesario cuando sea necesario.
La segunda, que seguro fue por eso que Itzjak se enamoró de ella apenas la conoció.
Vamos, ¿qué judío en su sano juicio no se enamora de una mujer semejante?
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