El atentado en las oficinas de Charlie Hebdo a principios de año; los atentados en Paris apenas el viernes pasado; Francia ahora bombardea los bastiones del ISIS en Medio Oriente. ¿Hacia dónde va el país galo? ¿Tiene sentido lo que hace?
IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Francia es la imagen absoluta del fracaso en la lucha anti-terrorista. Es imperdonable para un moderno servicio de inteligencia no haber previsto un ataque séxtuple, perfectamente coordinado, y que ha dejado más de 120 muertos y centenares de heridos.
Resulta increíble que a menos de un año de los sangrientos ataques en las oficina de la revista Charlie Hebdo, el gobierno de Hollande no haya sido capaz de tomar las medidas preventivas para contener las amenazas terroristas. En cambio, se ha llevado a cabo un ataque sextuple, perfectamente coordinado, cuyo saldo son cientos de muertos y heridos. Imperdonable para los servicios de inteligencia de un país occidental que, se supone, está en guerra contra el terrorismo.
Apenas en la última asamblea general de la ONU, Benjamin Netanyahu señaló que el Estado Islámico era una amenaza creciente. Hollande -literalmente- se rio. Dijo que eso era una broma.
El rostro de Hollande al momento de aparecer en la TV parisina, después de los atentados, lo decía todo: era un rostro demacrado; el rostro de la derrota, del fracaso, de la frustración, de la ineptitud.
Hollande declaró que el trato con los terroristas sería “inmisericorde”, y hace unas horas Francia lanzó un ataque aéreo contra Raqqa, la capital del Estado Islámico.
¿Tiene sentido o utilidad semejante medida?
Lo primero que salta a la vista es que si Francia está involucrada en una guerra contra el terrorismo y el Estado Islámico desde hace tiempo, ¿por qué no hizo este bombardeo antes? El simple hecho de que durante meses se haya mantenido en una pasividad casi total, y apenas después de los atentados tome una medida como esta, refleja que lo que está haciendo es vengarse. Burda y rudimentaria represalia. No hay estrategia. No hay objetivos a mediano y largo plazo. Simplemente, un “tú me la haces, yo te la hago”.
¿Se puede esperar algún resultado positivo como consecuencia de estas reacciones?
Yo pienso que no. Comparemos la reacción francesa con la reacción estadounidense en 2001, después del atentado que derrumbó la Torres Gemelas en Nueva York.
En aquel entonces, había una lógica en el ataque directo al bastión talibán donde se refugiaba el liderazgo de Al-Qaeda, porque Estados Unidos no estaba inundado de yihaidistas mezclados con la población civil, y la logística de los terroristas de Bin Laden estaba ampliamente centralizada en los alrededores de Kabul. Por eso, con todo y sus fallos y sinsentidos, el operativo estadounidense quitó a los talibanes del poder y dañó significativamente el potencial de Al-Qaeda.
Hoy es distinto. Las posibilidades operativas del Estado Islámico no se limitan a su territorio conquistado en el oriente de Siria. Tiene militantes y fieles seguidores diseminados en toda Europa, así que la destrucción de cierta infraestructura en Oriente Medio no cambia la ecuación en ningún sentido.
Ya se vio después de más de un mes de “brutales y contundentes” combardeos rusos. Pese a que se había anunciado que el Estado Islámico había perdido un 80% de su infraestructura, el avión ruso derribado en Egipto y los ataques en París confirman que, en última instancia, los bombardeos contra ellos están muy lejos de solucionar el problema que representan como terroristas activos.
Es un nuevo tipo de guerra, y Francia parece no haber entendido absolutamente nada. En este momento y después de la “ruda” respuesta francesa, el terrorismo de ISIS cuenta exactamente con los mismos recursos, materiales y humanos, para cometer más atentados.
Y es un hecho que los cometerán.
Para Francia, el problema no está en Siria. Hace mucho que dejó de estarlo allí. Por eso, los bombardeos en Siria resolverán apenas nada; acaso, sólo le darán una ventaja al régimen de Bashar el Assad, que es quien lucha contra ISIS desde Siria. El problema para Francia está en Francia y en toda Europa, y es allí donde se tiene que atacar al terrorismo.
Lo primero que se tiene que hacer -aplica no sólo para Francia- es obligar (sí, literalemnte obligar, imponer sin preguntar si se está de acuerdo o no) a las comunidades islámicas a vivir conforme a la legalidad de los países occidentales en los que están viviendo.
El inútil discurso del “respeto al pluralismo” sólo ha servido para que las comunidades islámicas se conviertan en islas o quistes en los que puede florecer el extremismo sin ningún problema. En términos prácticos, es una medida que no tiene por qué afectar a los musulmanes que son ciudadanos honestos, decentes y pacíficos, porque las leyes laicas de los países occidentales no interfieren con la práctica religiosa privada.
Pero es un problema severo que muchas de estas comunidades puedan aislarse de la legalidad imperante en el resto del país, y vivir bajo su propia normatividad.
Ello implica que las mezquitas en donde se promueva el radicalismo deben ser cerradas, y los clérigos que también lo hagan deben ser arrestados o deportados.
Se tienen también que rastrear las fuentes de financiamiento de estos grupos y cortarlas de tajo. O, dicho en otras palabras, tomar todas las medidas posibles para anular su funcionamiento.
Seguro que medidas como esta van a poner de muy mal humor a muchos musulmanes en Francia, pero ¿no son ellos, en una amplia mayoría, los que buscaron refugio en ese país? La legalidad no funciona si se vuelve optativa. Y uno de los objetivos de la legalidad es que exista un control objetivo en las dinámicas colectivas, y que si ese control es roto se pueda detectar quién, cómo y por qué lo rompió, y de ese modo proceder a restablecerlo.
Durante décadas, muchos países europeos -Francia, especialmente- se han hecho de la vista gorda con este tema. Han optado por la estrategia complaciente y “amable” de permitir que las comunidades musulmanas hagan lo que les plazca, en muchos casos sin siquiera rendir cuentas a la autoridad civil.
El resultado es que, lejos de fortalecer la convivencia, el extremismo ha tomado fuerza y cree que pese a ser una minoría (en Francia hay casi 70 millones de habitantes, y sólo el 6% es musulmán) puede imponer su voluntad en todo el país.
La incapacidad de Francia para entender esta situación se hace evidente en su postura hacia Israel. Francia ha sido uno de los países más insistentes en que Israel es quien tiene que hacer las concesiones (antes de negociar, durante la negociación y si se puede, también después de la negociación), y que Jerusalén tiene que ser compartida como capital con los palestinos.
No existen razones para no aplicar exactamente el mismo criterio con la situación de los extremistas que están atacando a Francia, porque se trata de conflictos donde dos grupos que viven frente a frente (israelíes y palestinos en uno, franceses y musulmanes en otro) tienen conflictos. Siguiendo la lógica que quieren aplicar con Israel, entonces ellos deberían ceder, ceder y ceder, incluso estar dispuestos a compartir la mitad de Paris, con el grupo que ha jurado que destruirá la democracia francesa e impondrá la ley islámica en todo el continente.
Es obvio que eso no ofrecería ninguna solución al problema, porque tanto islamistas como palestinos no están dispuestos a negociar. Los islamistas quieren conquistar el mundo; los palestinos quieren destruir Israel.
Israel ha tenido que enfrentar el problema con la urgencia de que es una cuestión de vida o muerte. Por eso, ha desarrollado los mecanismos más eficientes para mantener a la población palestina potencialmente peligrosa lo más aislada posible. Las medidas han sido impopulares, pero efectivas. El terrorismo doméstico palestino, que en otras épocas causo miles de víctimas en atentados suicidas en lugares públicos, fue reducido al mínimo. Por ello, los esfuerzos terroristas palestinos se han visto disminuidos a ataques espontáneos con cuchillos, generalmente, y en algunas ocasiones con armas largas. Sin embargo, la respuesta israelí -tanto del gobierno como de la sociedad- ha sido contundente, enfocada hacia el problema, y por esa razón es que la situación no se ha salido de control, y menos aún ha sucedido un episodio similar al de los atentados del pasado viernes en París.
Francia no ha logrado absolutamente nada de todo esto, pese a que desde el ataque a las oficinas de Charlie Hebdo se hizo evidente que había una guerra abierta del islamismo extremista contra la sociedad, cultura y población francesa.
Todo se resume en una palabra: fracaso.
No se pudo evitar an ataque coordinado de gran envergadura, y la respuesta inmediata es una vulgar venganza que no le aporta nada específico al asunto, porque se hace sin más estrategia que el rencor y la represalia.
Francia sigue caminando, inevitablemente, hacia el siguiente atentado. Si no se toman medidas drásticas, los volverá a tomar por sorpresa.
¿Dónde se tienen que tomar las medidas drásticas? En Francia, no en Medio Oriente. El problema está allí. Las medidas van a ser impopulares y criticadas, pero ya no hay otra opción.
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