BERNARD HENRI LEVY
Según Lévy, el presidente sirio es responsable del ISIS y creador del “monstruo que ahora pretende combatir”. Occidente discute si debe aliarse con Assad para luchar contra el terrorismo.
Olvide los principios y la moral. Olvide, o trate de olvidar, el cuarto de millón de muertes de las cuales es responsable Bashar al-Assad, directa o indirectamente, desde que eligió responder con violencia a un levantamiento pacífico del pueblo sirio. Deje de lado el hecho de que las fuerzas de Assad han causado hasta el momento de 10 a 15 veces más muertes civiles que el Estado Islámico, cuyos espeluznantes videos de ejecuciones han eclipsado las masacres invisibles del dictador sirio. Pero aun si usted puede eliminar todo eso de sus pensamientos, la opción de que en Siria se postule a Assad como “alternativa” al Estado Islámico es simplemente inviable.
Assad, al fin y al cabo, literalmente desencadenó la ferocidad actual del Estado Islámico: en mayo de 2011 liberó de prisión a cientos de islamitas radicalizados, dotando pronto de combatientes y cuadros a ese grupo recién creado. Después bombardeó sistemáticamente posiciones que mantenían los rebeldes moderados a la vez que salvaguardó no menos sistemáticamente el enclave del Estado Islámico en Al Raqa. Y después, a mediados de 2014, dejó que integrantes iraquíes del Estado Islámico encontraran refugio en el este de Siria.
En otras palabras, Assad creó el monstruo que ahora pretende combatir. ¿No es demasiado todo eso para un potencial aliado? ¿Es posible que trabajar con Assad proporcione una base sólida para lo que se supone un intento en común?
Lo esencial es que Assad no tiene interés en ganar. El hombre que hoy se erige como último baluarte de la civilización contra el Estado Islámico es también el que menos quiere verlo eliminado.
A fin de cuentas un jugador de ajedrez, incluso un mal jugador, ¿sacrifica a propósito su pieza más poderosa? ¿Alguna vez alguien de nosotros cortó en pedazos sus pólizas de seguros? ¿Creemos realmente que Assad y sus compinches son demasiado estúpidos para darse cuenta de que su supervivencia política depende de la del Estado Islámico y de mantenerse ellos como custodios de la puerta a través de la cual todos los demás tenemos que pasar para hacerle la guerra al ISIS?
“Claro que no”, conceden los partidarios de trabajar con él. “Pero encaremos un enfoque en dos etapas. Derrotemos al Estado Islámico y después nos preocupamos por Assad.” Pero también este enfoque supone que los dictadores son más estúpidos de lo que en realidad lo son. Peor, ignora que la política sigue su propia lógica, o al menos su propia dinámica. Lo que ignoran los aprendices de brujo que quieren trabajar con Assad es que muy probablemente tuvieran gran cantidad de problemas, llegado el momento, distanciándose de un aliado que no tendría empacho alguno en reclamar su participación en la victoria. Como resultado, el yihadismo se apresuraría a reingresar, si bien quizá con una fachada diferente.
“Bashar al-Assad es el Estado Sirio”, dice esa misma gente. “Y no debemos cometer el error fatal de destruir el Estado.” Pero tampoco ese argumento es válido. El Estado ha fallado: Assad sólo controla una quinta parte del territorio de Siria y las cuatro quintas partes restantes nunca van a volver a someterse voluntariamente a su aterrador control. Si el régimen de Assad triunfa los ciudadanos del estado seguirán huyendo en masa a Turquía, Líbano y Europa.
De hecho, el régimen de Assad cuida tan poco de su pseudo estado que abandona a sus propios soldados capturados fuera del territorio que controla, como ocurrió en Al Tabqa, cerca de Al Raqa. La Siria del partido socialista Baath, más allá de lo que digan sus amigos en el Kremlin y otros lugares, está muerta y bien muerta. Y ningún trompe l’œil militar puede revivirla.
Pero quienes se suponen realistas se niegan a aceptar la realidad. Así como fue necesario aliarse con Stalin para derrotar a Hitler, aducen, no debemos tener miedo a jugar la carta de Assad para liberarnos del Estado Islámico. Sí, el yihadismo (o el fundamentalismo islámico de la yihad) es el fascismo de nuestros días, plagado de ideas, planes y deseos de pureza comparables a los de los nazis. Fui uno de los primeros en hacer esta comparación hará unos veinte años.
Y sin embargo es absurdo comparar el poder de los dos fenómenos o sugerir que en la confrontación con los carniceros de Mosul y Palmira las democracias enfrentan un desafío estratégico análogo al de la Wehrmacht nazi. Semejante pirueta histórica sólo resulta posible para aquellos cuya irresponsabilidad política equivale a su tendencia hacia la analogía perezosa.
A no equivocarse: el Estado Islámico es fuerte. Pero no tanto como para dejar a quienes lo combaten frente a la alternativa política del mal menor solamente.
Occidente debe decidir qué hacer. Ante el resultado de las conversaciones de paz en Viena de la semana pasada —que convocaron a Estados Unidos, Rusia, Irán, China, Egipto, Turquía, Arabia Saudita y otros países del Golfo Pérsico, Jordania, Líbano y los miembros clave de la Unión Europea— la cuestión se vuelve cada vez más difícil. ¿Debemos equipar a lo que queda del Ejército Sirio Libre? ¿Debemos negociar con los pocos dirigentes alauitas que no tienen las manos manchadas de sangre, o con los miembros del clan de Assad que eligieron exiliarse al principio y por lo tanto no participaron de las masacres?
Tal vez quede tiempo para unir, en suelo neutral, a algunos de los elementos que componían la vieja Siria. O tal vez se requieran ahora soluciones más radicales, del tipo de las que se implementaron en Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial.
Todos estos caminos se mantienen abiertos, pero están estrechándose. Y ninguno de ellos depende de la supervivencia política de Bashar al-Assad.
*Filósofo y escritor frances. Es autor de “El siglo de Sartre”, entre otros.
Fuente:cciu.org.uy
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