La diferencia entre Yaacov y su padre y su abuelo es significativa: Abraham e Itzjak fueron Patriarcas, padres de Patriarcas; pero Yaacov fue hijo y nieto de Patriarcas, y padre de una nación.
El relato empieza con Yaacov huyendo por consejo de su madre, toda vez que su hermano Esav ha jurado matarlo por haberle “robado” las bendiciones de su padre Itzjak.
Eso ya nos da una pista sobre cómo eran las relaciones de Yaacov en casa, y todo parece indicar que no eran buenas. De acuerdo a la Parashá anterior, su pleito con Esav venía desde el vientre materno, y al llegar al punto donde Itzjak hace su testamento y reparte sus bendiciones, es evidente que la situación no había mejorado. Si al final del relato Esav está obsesionado con matar a Yaacov, incluso podemos decir que empeoraron.
¿Qué tan culpable es Yaacov de ese deterioro? El texto no nos habla de ello directamente, pero al presentarnos a una persona que siempre acaba en problemas con todo mundo, es bastante lógico suponer que, por lo menos, Yaacov no era inocente. Algo tenía de culpa en el hecho de que sus relaciones interpersonales siempre fueran conflictivas.
Después de su huida hacia Jarán, Yaacov es bien recibido en la casa de su tío Labán, y se pone de acuerdo con él para desposar a Rajel. Pero las cosas no le salen bien: sin darse cuenta, acaba casado con Leah. Imagínense el desconcierto: tener que huir de casa porque el hermano lo quiere matar, tener que trabajar siete años por una mujer, y en la mañana posterior a la boda despertar pegando el grito porque la mujer que esta en la cama es la hermana.
¿Quieren imaginarse algo peor? Imaginen el desconcierto de Leah. Es muy probable de que desde ese momento se diera cuenta de que no iba a ser sencillo vivir con Yaacov.
Lo que sigue es bien conocido: Yaacov hace un nuevo arreglo con Labán y se casa con Rajel, aunque comprometido a quedarse otros siete años trabajando para su tio. Entonces viene el relato de cómo fueron naciendo los hijos del joven que empezaba a convertirse en verdadero adulto. Como si todo lo anterior no fuese bastante enredado, Rajel resulta ser estéril y se limita a ver cómo Leah se convierte en la encantadora mamá de cuatro simpáticos muchachos: Reuven, Simeón, Levi y Yehudá.
Eso la lleva a decir una de las frases más trágicas de la Biblia: “Dame hijos –a Yaacov– o si no me muero” (Génesis 30:1). Lo peor del caso es que así sucede: en la siguiente Parashá veremos a Rajel morir al dar a luz a Biniamín.
Pero, por el momento, Rajel opta por la vieja estrategia usada alguna vez por Sara con Abraham: entregar a su criada Biljá como concubina para “tener hijos” por medio de ella. Y así nacen Dan y Neftalí.
La reacción de Rajel ante estos nacimientos es patética. Incluso, dice “con luchas de D-os he contendido con mi hermana y he vencido” (Génesis 30:8).
¿Ha vencido? Es una perspectiva terrible de la vida. Apenas tiene dos hijos por medio de lo que hoy llamaríamos “vientre alquilado”, y cree que ya ha vencido a su hermana que tiene cuatro hijos propios. Es evidente que Rajel está en una condición de frustración y amargura terrible.
Y su hermana no le ayuda demasiado.
En un giro con el cual sólo quiere demostrar que los dos hijos de Rajel nacidos por medio de Biljá no son nada espectacular, Leah da su criada Zilpá a Yaacov como concubina, y a ella también le nacen dos hijos: Gad y Asher.
Y nótese la reacción de Leah. A diferencia de Rajel que planteó su experiencia en términos de un conflicto con su hermana, la primera esposa de Yaacov y madre de seis hijos sólo dice “las mujeres me dirán dichosa”.
La cosa se pone peor: D-os empieza a repartir mandrágoras (una hierba que en el antigüedad era vista como útil para la fertilidad o incluso como afrodisiaco), y le tocan a… Leah. Rajel le pide las mandrágoras, y Leah se las cambia por una temporada de “uso exclusivo” de Yaacov. Rajel acepta. ¿Resultado? Leah se embaraza otra vez, y así nace Zebulún. Y todavía se embaraza otra vez y nace Dina.
El texto bíblico es todavía más hiriente en este punto, pues dice “Y oyó D-os a Leah y concibió…” (Génesis 30:17). Qué distinto a cuando se trata de Rajel y el nacimiento de Dan, su primer hijo postizo: “Dijo entonces Rajel: Me juzgó D-os y también oyó mi voz y me dio un hijo…” (Génesis 30:6).
La Torá dice que Rajel creía que D-os la había escuchado, pero dice que D-os escuchó a Leah.
Si nos atenemos a los paradigmas de la antigüedad sobre cómo funcionaba el universo, el texto no nos deja dudas hasta este punto: la mujer que D-os había preparado para Yaacov era Leah, no Rajel.
Oh, pero Yaacov estaba enamorado de Rajel. ¿Por qué? Porque se la encontró en un pozo. Y listo: amor a primera vista. ¿Sería un reflejo de las tantas veces que habría escuchado la versión de Itzjak de “cómo conocí a tu madre”? La historia de cómo Eliezer la encontró en un pozo y luego cómo su padre se enamoró casi de inmediato.
Casarse con ese impulso inicial en donde Rajel es idealizada sin más referencias en materia de mujeres no le ayudó a Yaacov. Vamos, el caso es tan extremo que por el relato se deduce que en siete años el muchacho no se enteró de que primero se tenía que casar la hermana mayor.
Cierto: Labán era, a todas luces, un tramposo. Pero es injustificable que a Yaacov le hayan tomado el pelo de este modo con algo tan trascendental. De verdad que estaba en la luna por Rajel.
Luego vienen los años de negocios entre Labán y Yaacov. En resumen, puede decirse que es la etapa donde Yaacov verdaderamente evoluciona como empresario, y se vuelve tanto o más hábil y astuto que su corrupto tío y jefe. El texto de la Torá nos dice que incluso los hijos de Labán empezaron a quejarse de que Yaacov les estaba “quitando” sus pertenencias.
Ya no es el muchacho torpe e indeciso. Han pasado catorce años, por lo menos (los siete que trabajo por Leah y los siete que trabajó por Rajel), y ahora es un hábil tratante de ovejas y vacas.
Pero sigue siendo una persona torpe en sus relaciones interpersonales, y al final no va a tener más remedio que hacer lo que mejor le sale: huir. Un buen día toma sus cosas –su muchas, muchísimas cosas–, su enorme familia con todo y sirvientes, y se va sin decirle nada a nadie. Naturalmente, es imposible movilizar rápido a tanta gente y animales, y Labán le da alcance fácilmente. Después de los reproches y protocolos hipócritas correspondientes, ambos –conscientes de que es mejor la separación– hacen un pacto para dejar las cosas en paz y seguir cada uno por su camino.
Hasta este momento se pueden percibir avances en la vida de Yaacov: huyó, cierto, pero por lo menos esta vez fue capaz de lograr una reconciliación política con el pariente con el que se había peleado. Nunca había llegado a tanto.
Así termina el capítulo 31 de Génesis, y la Parashá concluye con los primeros versículos del capítulo 32, donde se nos dan dos datos muy interesantes. El primero es que, sin ninguna especificación extra, se dice que a Yaacov se le aparecieron ángeles en el camino. El segundo es que envío mensajeros a su hermano Esav.
Lo que más llama la atención es lo segundo, pues confirma la transformación que Yaacov ha tenido. Es, por primera vez en su vida, una persona que comprende que tiene que cerrar los ciclos que se quedaron abiertos. Ya lo logró, aunque más bien a la fuerza, con Labán. Ahora entiende que lo tiene que lograr también con su hermano Esav.
Así empieza y termina la Parashá: con Yaccov huyendo y finalmente regresando al punto del que huyó, casi tres lustros después, consciente de que los grandes problemas de la vida no se pueden eludir. Si tú mismo no los confrontas, tarde o temprano te vuelven a salir al encuentro.
En el proceso, se ha peleado y despeleado con la gente que le rodea (muy a la usanza de la época, puros familiares; es lo malo de vivir en un contexto tribal).
Como podrá verse en las siguientes Parashot, esa inestabilidad en sus relaciones continúa. Y, aunque en estricto pertenecen a las lecturas de las siguientes semanas, las voy a comentar brevemente porque luego voy a analizar otros temas en cada Parashá.
Yaacov nunca fue capaz de equilibrar sus relaciones familiares. De hecho, el nacimiento de Yosef –el ansiado hijo de Rajel– sólo las recrudeció. La Torá nos muestra a un Yosef tan descaradamente favorecido por su padre, que todos sus hermanos se ponen en su contra.
Es un dato sorprendente, porque Dan y Nefatlí eran “hijos de Rajel” por medio de su sierva Biljá. Se supone que ellos tendrían que haber estado del lado de Yosef.
Pero no: aún ellos son claramente discriminados en casa, y por eso también son aliados de los hijos de Leah. A ese nivel llegó el desequilibrio provocado por el propio Yaacov.
¿Hubiera podido Yaacov arreglar esa situación? Es probable. Si el final de la Parashá de esta semana ya nos lo presenta como alguien dispuesto a poner orden en su vida, no tenemos por qué dudar que, tarde o temprano, no intentaría arreglar también esos aspectos de su vida familiar.
Pero la vida no siempre te da el tiempo, y esa es una de las grandes enseñanzas del texto bíblico al respecto: Rajel vuelve a embarazarse, pero muere en el parto. Justo cuando un nacimiento podía convertirse en un aliciente para mejorarlo todo, Yaacov pierde lo que más amaba.
Confirmando que Leah era la mujer preparada para Yaacov, Rajel es enterrada en el camino. En la tumba de los Patriarcas en la cueva de Majpelá sólo será Leah la que repose junto a Abraham, Sara, Itzjak, Rivka y Yaacov.
Es curioso: posteriormente, Biniamin también va a ser cómplice del resto de sus hermanos en contra de Yosef. ¿Por qué también él se pone de su lado y no del de su hermano directo? Obviamente, porque también sufre de la discriminación de Yaacov. En su caso, muy probablemente porque Yaacov acaso no pudo dejar de verlo como aquel que le robó a su amada Rajel.
Por eso las pérdidas no se detienen allí: después de Rajel, Yaacov va a perder a Yosef, vendido como esclavo a unos madianitas (entiéndase: a unos primos, porque Madián fue nieto de Ismael), pero sin que Yaacov se enterase de ello. En su mente, Yosef murió. Tuvo que procesarlo exactamente del mismo modo que proceso la pérdida de Rajel.
Es el destino de todos aquellos que se aferran irracionalmente a las cosas y dejan que ese sinsentido altere sus relaciones familiares: al final, pierden sus objetos de deseo.
A veces, incluso, lo pierden todo.
No es el caso de Yaacov: pese a todo, conservó a su familia y sentó las bases para que luego se conviertan en una nación.
El final de la Historia tiene un enorme dejo de felicidad cuando Yosef reaparece, ahora como un poderoso señor en Egipto, y la familia no sólo se salva del hambre, sino que se reúne y se reoncilia. De ese modo, Yaacov llega al final de su vida con un saldo positivo, aunque enfrentando las consecuencias de sus errores de juventud: su esposa Rajel murió joven y quedó enterrada en el camino; su hijo Yosef estuvo desaparecido muchos años; y ahora, él mismo muere en el exilio, lejos de la tierra que recibió como heredad. Sus descendientes, por lo tanto, tendrán que vivir también ese exilio.
Pero hay algo que Yaacov aprendió en todo ese proceso, y que lo hace profundamente sabio. Por eso, no hará lo mismo que Abraham e Itzjak en su momento, porque ahora sería un error gravísimo: en vez de seleccionar a uno de sus hijos para heredarle todas las bendiciones, las repartirá conforme a la capacidad de cada uno para seguir adelante.
Esa va a ser la diferencia entre Yaacov y su padre y su abuelo. Abraham fue un Patriarca, padre de otro Patriarca; Itzjak fue un Patriarca, hijo de Patriarca y padre de Patriarca; pero Yaacov es Patriarca, nieto de Patriarca e hijo de Patriarca, y padre de una nación que llevará su nombre.
Israel.
¿Por qué Israel y no Yaacov? Porque fue el único de los Patriarcas que se confrontó consigo mismo y venció.
Ese fue el momento clave en la vida de Yaacov, cuando una misterioso personaje se le apareció –previo al encuentro con su hermano Esav–, y luchó con él durante toda la noche. El texto dice que este extraño individuo lesionó a Yaacov en la pierna y le provocó una cojera permanente. Y sin, embargo, este mismo sujeto le dijo “será tu nombre Israel, porque has luchado contra D-os y contra los hombres, y has vencido”.
Ese es el verdadero Yaacov, el que supo superarse a sí mismo. Por ello fue el elegido para darle cumplimiento a la promesa que se le hizo a Abraham, pero que no se cumplió con Abraham: el nacimiento de una nación que lleva en su nombre –Israel– los mismos peregrinajes, los mismos errores humanos, la misma fe inquebrantable, y los mismos logros que su ancestro.
Y, sobre todo, la misma lucha contra D-os y contra los hombres con el mismo mérito de haber vencido.
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