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martes 19 de noviembre de 2024

El manual islámico que enseña al hombre cómo someter a las mujeres

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Fue escrito por Yusuf al Qaradawi, uno de los ulemas más influyentes del mundo musulmán. Lo lícito e ilícito en el islam interpreta la sharia, la ley que busca imponer el Estado Islámico.

AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

Entre las múltiples dimensiones de la religión, mucho se ha debatido sobre la de la dominación. La fe puede ser un don, un derecho, una elección, una honra familiar, una realización del espíritu. Pero a veces también ha servido como una herramienta de sometimiento. En el caso de los fundamentalismos, también de odio, de discriminación, de menoscabo.

En eso hace pensar la obra del doctor Yusuf al Qaradawy, Lo lícito e ilícito en el islam, una enumeración prescriptiva sobre los asuntos permitidos (muchas veces, indicaciones de lo que se debe hacer) y los prohibidos por la religión del islamismo, de acuerdo con la interpretación del autor. El libro, que circula en internet, fue publicado por el Ministerio de Awkaf y Asuntos Islámicos del Estado de Kuwait.

El texto cubre “la vida personal, familiar y social del musulmán”, si bien no omite la dimensión política, como por ejemplo cuando expresa que “la nación islámica tiene como obligación desarrollar su poder militar al máximo de su capacidad para poder defenderse y mantener a los enemigos de Alá y del islam a raya”. Tampoco elude un antisemitismo intenso: “El judaísmo deformado alega que la usura es un pecado cuando el judío presta a su hermano judío. Pero no hay falta alguna si el judío presta a un gentil (…) Sí, ellos están mintiendo en el nombre de Dios, porque la Ley de Dios no distingue entre un pueblo y otro”, por ejemplo, o una cita del Corán: “Prohibimos a los judíos cosas buenas que antes les habían sido lícitas, por haber sido impíos y por haber desviado a tantos del camino de Dios”.

Pero sin dudas, entre el rechazo a la adopción y las normas sobre el comercio, se destaca -en cantidad de páginas y por la naturaleza de sus conceptos- la indicación, que se trata de naturalizar, de someter a la mujer. De dos formas se trata a la mitad de la especie humana en Lo lícito e ilícito en el islam: como objeto de dominio (se indica de qué manera el esposo puede pegarle a su esposa, por ejemplo) y como ausencia (el libro omite a la mujer como destinataria, el lector al que se dirige es un musulmán varón).

La base para tal parcialidad se basa en la palabra de Alá, una cita que el doctor Al Qaradawy repite en el texto: “Ellas tienen derechos equivalentes a sus obligaciones, conforme al uso, pero los hombres están en un grado por encima de ellas”.

Obligaciones y prohibiciones en general

Según el autor, que asume la exégesis de la norma que separa lo bueno de lo malo, las prescripciones del islam son casi evidentes: “Se prohíbe lo que causa corrupción, se hace obligatorio lo que es indispensable, se detesta lo que es indebido y se recomienda lo que es beneficioso”.

Por eso argumenta que en su origen las cosas son lícitas, por haber sido creación divina: “Sería ilógico que Alá crease todas estas cosas y las ponga al alcance del hombre -y se lo recuerde constantemente- para luego ponerlas fuera de su alcance prohibiéndoselas”. Sin embargo, el permiso y la prohibición “son derechos exclusivos de Alá”, y el fundamento del criterio divino es hacer lícito “lo que es puro”, e ilícito “lo que es impuro”.

Al Qaradawy cita un ejemplo del Corán: “Te preguntan acerca del vino y del azar; di: ‘Ambos encierran pecado grave y ventajas para los hombres, pero su pecado es mayor que su utilidad'”. A veces no hay razones: “¿No vemos acaso que Dios prohibió comer cerdo cuando los musulmanes no conocían ninguna excusa para ello, excepto que el cerdo es un animal inmundo y nocivo?”.

De la división moral original se siguen otras definiciones, entre ellas, que lo lícito es suficiente mientras que lo ilícito es superfluo; que aquello que conduce a lo ilícito es, en sí, también, ilícito y que no hay excepciones: la buena intención, por caso, no muta lo ilícito en lícito. En caso de duda, corresponde la abstención “para evitar que estos asuntos lleven a la persona a cometer lo que es explícitamente vedado”.

El libro desarrolla qué comidas y bebidas son permitidas y cuáles son prohibidas, así como cuáles son los límites en el respeto por la apariencia y los ornamentos: desdeñarlos implica desviarse “de la senda del Islam hacia la senda de Satán”, pero el lujo excesivo “lleva a la debilidad de las naciones y a su eventual caída”.

Otros puntos profundizan la importancia característica de la limpieza y la crítica a la vanidad: se prohíben los tatuajes, la estética dental, la depilación de las cejas y las pelucas, entre otras cosas, por considerarlos engaños.

Las estatuas y las imágenes entran en el campo de lo innecesario; algunas figuras en particular se desaprueban: “No habrá duda alguna concerniente a la prohibición de fotografías, dibujos o pinturas de desnudos, semidesnudos, las partes del hombre o de la mujer que excitan la lujuria o de hombres y mujeres en posiciones provocativas; tal como las vemos en las revistas, periódicos y carteleras de los cines”.

La tenencia de perros “sin necesidad”, las danzas y canciones “provocativas”, la asistencia de mujeres a baños públicos, la adopción plena, la falta de respeto a los padres, los chismes y la pelea entre dos musulmanes también se prohíben. A la lista, se agrega algo tan difícil de asir como “el mirar a los miembros del sexo opuesto con deseo”, porque conlleva “un mensaje de fornicación y adulterio”. Eso no significa que esa mirada se autorice entre miembros del mismo sexo: “El islam regula el instinto sexual, no sólo prohibiendo las relaciones sexuales ilícitas y todos los medios que llevan a ellas, sino que también ha vedado esa desviación sexual conocida como homosexualidad. Este acto pervertido es una reversión del orden natural, una corrupción de la sexualidad masculina y un crimen contra los derechos femeninos”.

Allí se ve un caso de omisión de la mujer: la posibilidad del deseo homosexual femenino no se considera siquiera. Sólo se habla de varones, y en términos como “¿Debe darse muerte a ambos participantes, el activo y el pasivo? Estos castigos pueden parecer crueles, pero han sido sugeridos para mantener la pureza de la sociedad islámica y para mantenerla limpia de elementos pervertidos”.

La mujer como problema

Según Lo lícito e ilícito en el islam, hasta que Alá prohibió “esta desenfrenada exhibición”, las mujeres se mostraban “con su pelo, su cuello y su busto descubierto, exhibiendo los ornamentos que llevaban, aretes y collares”. La práctica de la modestia se ordenó así: “Y di a las creyentes que bajen la vista con recato, que sean castas y no muestren más adorno que los que están a la vista, que cubran su escote con el velo”.

Según la interpretación de la doctrina islámica que brinda Al Qaradawy, dos categorías de personas tienen garantizado el infierno: los tiranos y “las mujeres que, a pesar de estar vestidas están desnudas, seducen y son seducidas”. Están vestidas pero están desnudas significa que la ropa no les cubre todo el cuerpo: “Tal es la vestimenta de las mujeres de nuestros tiempos”. Inclusive el pantalón, que cubre las piernas, es una prenda ilícita, porque Mahoma “maldijo a los hombres que imitan a las mujeres y a las mujeres que imitan a los hombres”. El aura, que debe ser cubierta en los dos sexos, va de la cintura a la rodilla en los hombres, pero es todo el cuerpo, excepto la cara y las manos, en las mujeres.

La mujer tiene un problema grande para los varones: es mujer.

Se la estigmatiza como un objeto de provocación: “La mujer que se exhibe en la calle, camina seductoramente y habla invitando siempre atrae a los hombres que son movidos por el deseo”. Si se pone perfume y “luego se introduce a través de una reunión, es una adúltera”. Los cosméticos “son un exceso y no deben usarse, sino dentro de la casa y cuando no hay hombres ajenos presentes”, porque “el objetivo de las mujeres al usar estos cosméticos cuando salen a la calle es, obviamente, atraer la atención de los hombres”.

En síntesis: “Las variadas formas en que una mujer exhibe sus atractivos no es un secreto para la gente, antigua o moderna”. Un concepto demasiado parecido a la culpabilización de la víctima de violación, por ejemplo.

Los diferentes tipos de velos islámicos que son obligatorios para las mujeres ¿Y por qué el rostro y las manos son atributos que la mujer puede mostrar? Para que realice sus labores, como se decía antiguamente; las tareas domésticas cuyo valor económico no se reconoce. Cubrir el rostro y las manos, además, “le significaría gran dificultad, especialmente si debe salir para algún asunto de negocios permitido”. Sería el caso de “una viuda que deba trabajar para mantener a sus hijos, o una mujer en mala situación que deba ayudar a su esposo en el trabajo”.

Algunas partes del cuerpo femenino se pueden mostrar en el círculo íntimo del hogar: pelo, orejas, cuello, brazos y piernas, por ejemplo. Otras, como “la espalda, el abdomen, los muslos y sus partes íntimas”, en cambio, “no deben ser expuestas ante nadie, hombre o mujer, excepto su esposo”. Lo cual hace desear que todos los esposos sean ginecólogos u obstetras, o seguramente la expectativa de vida de la mujer se reducirá de manera dramática.

El deber del sometimiento femenino

Cuatro cosas hacen a la felicidad, según el Profeta Mahoma, dice el doctor Al Qaradawy: “Una casa espaciosa, un buen vecino y una confortable montura”. El cuarto elemento no es un objeto: “Una buena esposa”. Dado que la homosexualidad es ilícita, y en realidad ni siquiera se considera la femenina, se infiere que la felicidad es un asunto de varones.

El matrimonio es una obligación: “El islam da el debido reconocimiento al rol de la atracción sexual, facilita su satisfacción a través del matrimonio legal y, así como prohíbe estrictamente el sexo fuera del matrimonio e incluso lo que lleva a él, también prohíbe el celibato y evitar a las mujeres”.

Una mujer “que evita la salvaje exhibición de sus atractivos” es casadera: baja la mirada, evita el contacto con los hombres (un problema que “tan frecuentemente sucede hoy en los cines, las aulas universitarias, los auditorios, los buses, los metros y otros”) y cubre enteramente su cuerpo, por cierto no con “los estilos de costura vigentes en la sensual y materialista civilización occidental” con sus “vestidos de mujer que ostentosamente destacan el busto, la cintura, las caderas”.

Un musulmán puede casarse con musulmanas, judías o cristianas (“pues son Gente de la Escritura, gente cuya tradición está basada en una escritura de revelación divina”); pero una musulmana sólo puede casarse con un musulmán.

Con el argumento de proveer “soluciones humanas a situaciones complejas”, un musulmán puede tener hasta cuatro esposas. Los motivos que se enumeran en Lo lícito e ilícito en el islam incluyen la posibilidad de que un varón quiera tener hijos y su esposa sea “estéril”, calificativo con el cual se zanja la cuestión; o que un varón tenga un deseo sexual fuerte “mientras que el de su esposa es mínimo, o padece de alguna enfermedad o tiene menstruaciones muy largas”; o que “las mujeres sobrepasan en número a los hombres”, en particular después de las guerras.

En cambio, una musulmana sólo puede tener un esposo.

Una mujer no tiene control sobre su descendencia: los anticonceptivos sólo se permiten para “proteger al bebe lactante de cualquier peligro posible que le pueda acechar debido a un nuevo embarazo de su madre”, y también para cuidar al varón de la “dificultad” de “abstenerse de las relaciones sexuales con su esposa”. Si bien se puede evitar el embarazo en esos casos, no se permite el aborto excepto en un caso: “Si se establece con seguridad, después de que el feto está completamente formado, que la continuación del embarazo necesariamente resultará en la muerte de la madre”.

Golpes sí, pero no en el rostro

El islam, dice Al Qaradawy, “exige que los hombres sean tolerantes y pacientes con lo que les disgusta de sus esposas”. Pero más exige a las esposas, que deben complacer a su esposo “según se lo permita su habilidad y encanto”. Como el varón es proveedor, “se merece la obediencia y la cooperación de su esposa; es así que no es permitido que ella se rebele contra su autoridad causando división”.

En este punto, el libro llega a la defensa de la violencia doméstica.

“Si el esposo siente que en su esposa se suscitan sentimientos de rebelión y desobediencia contra él, debe hacer lo posible por rectificar su actitud con palabras cariñosas, con gentil persuasión y razonando con ella”. Si con eso no alcanza, debe dormir separado de la esposa, para obligarla a reconciliarse; pero si ella duerme sola sin problemas, “es permitido que él la golpee levemente con sus manos evitando su rostro y otras áreas sensibles”.

Golpearle la cara sería “un insulto a su dignidad humana y un peligroso atentado contra la parte más bella de su cuerpo”. Por eso mismo el varón no puede denigrar, maldecir o insultar a su esposa, ni “recurrir al uso de un palo o cualquier otro instrumento que pueda causar dolor o heridas”.

Si los golpes fallan, la disputa se traslada ante dos personas, una de cada familia, para tratar de resolver las diferencias. Y si aún así la rebeldía perdura, el islam reconoce el divorcio.

En general, Lo lícito e ilícito en el islam sostiene un discurso sexista (en el caso del matrimonio, los derechos mutuos “son iguales excepto lo relacionado con lo que caracteriza a los hombres por su posición natural”), dogmático (“no nos debe sorprender que las leyes hechas por hombres sean de corta visión, superficiales, enfocadas sólo al interés material de la sociedad” e intolerante de otros credos (“El Corán criticó a la Gente de la Escritura -judíos y cristianos- por dar la autoridad de vedar o permitir a sus rabinos y sacerdotes). Una exégesis religiosa de esta índole preocupa en la situación política internacional actual, cuando el discurso de dominio se traduce en dolor, desplazamiento y muerte.

Fuente:cciu.org.uy

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