“En 1940, un tercio de la población de Marruecos era hebrea”, dice Joseph Israel, el gran rabino de Casablanca -el líder principal de la comunidad judía- desde su despacho, el 133, situado en el segundo piso del Tribunal de Primera Instancia de Casablanca. Lo dice con añoranza y con pena. Con nostalgia.
REBECA HORTIGÜELA
“Ahora la mayoría de la gente joven ha salido a cursar sus estudios en el extranjero y ya no vuelven. Tendemos a desaparecer”, cuenta a este periódico el único líder judío que impera en todo el reino alauí. Primero fue juez, luego se formó para ser rabino “por vocación” y cuando el anterior gran rabino viajó a Israel para retirarse (llevaba vigente desde 1989), le nombraron su sucesor “por sus conocimientos y experiencia”, como él mismo explica. Nunca ha dejado de ser juez porque ambas capacidades suelen ir de la mano. “Soy funcionario que es lo que me da de comer, ser rabino es por espíritu y vocación”, afirma. Los otros cinco rabinos de formación que quedan en todo Marruecos, aunque son de menor rango en lo religioso, también son jueces y defienden los asuntos legales de todos los judíos marroquíes, desde Casablanca. Gente de todas partes de Marruecos, incluso los que nacieron ayer en el país magrebí y viven hoy en el extranjero, acuden a este Tribunal para contarles sus pleitos. Algunos quieren divorciarse, otros tienen problemas con la herencia y la gestión de sus bienes. Es esta ciudad la que alberga a prácticamente toda la población hebrea de Marruecos. De las 200 sinagogas que tuvo en su momento solo están en uso 35. La mayoría de ellas solo abren los viernes por la noche o los sábados durante el día como sitio de culto y rezo. Nada que ver con el “lugar de encuentro de hombres intelectuales y mujeres ilustradas que eran antaño”, según cuenta Israel.
Su sinagoga es pequeñita, de barrio, sólo abre los sábados, el día de la fiesta hebrea. Allí, hombres y mujeres rezan por separado. Ellos en la parte principal de la sinagoga y ellas en una sala con varios bancos y separada de la de los hombres por una cortina, en la parte trasera. La mayoría de las mujeres esperan charlando a que acaben sus maridos de rezar y las que están viudas acuden allí como lugar de reunión y encuentro con sus amistades, explica Monnik Tobalí a EL MUNDO.es, desde la sinagoga de Rabat, la única que queda en la capital administrativa de Marruecos. De 20 sinagogas que tuvo en los momentos de esplendor, en los que la comunidad judía se dejaba ver por los clubes y restaurantes hebreos de Rabat, ahora solo queda una, situada en el centro de la capital y tan solo 80 judíos en toda la ciudad. La sinagoga es relativamente nueva, ya que las anteriores, situadas en el Mellah, el antiguo barrio judío de Rabat, han quedado obsoletas y en desuso. “Estaban que se caían”, corrobora Tobalí, en un perfecto español. Lo mismo ha pasado con los restaurantes, clubes y escuelas judías. Solo queda un restaurante que es más frecuentado por la población musulmana rabatí que por los propios hebreos. Las escuelas y los clubes han desaparecido por completo de Rabat, solo queda alguno en Casablanca.
“Matadlos dónde les encontréis”
Los pocos judíos que quedan en Marruecos no viven su mejor momento. El 26 de octubre circuló por Internet un vídeo en el que yihadistas pedían que se exterminase a los judíos marroquíes, según informó la agencia EFE. “Matadlos dónde les encontréis”, ordenaban las imágenes. Hace varios días, en una manifestación por el pueblo palestino en Casablanca, varios musulmanes representaron un ‘teatrillo’ en el que simulaban que mataban a todos los judíos. Estos caían y yacían muertos en el suelo. La población semita de Marruecos lo entendió como una exaltación del odio que fomentaba el antisemitismo y mediante una petición de firmas en Avaaz, exigieron que se condenara el acoso a los judíos con penas de prisión, tal y como reclama el Código Penal marroquí. El activista marroquí Sion Assidon, por su parte, respondió a los judíos acusándoles de “querer sembrar un clima de psicosis entre la población judía en Marruecos” y alimentar la islamofobia.
El éxodo de los seis días
La mayoría de los hijos de Tobalí salieron a estudiar al extranjero. Su marido es médico y ella ejerció de profesora en colegios privados de Marruecos durante muchos años. Una época, incluso, impartió clases en los círculos próximos al rey. A ella, como a Israel, el último gran rabino, también le preocupa esa tendencia a desaparecer, frecuente desde la Guerra de los Seis días, en junio de 1967. “Muchos judíos tuvieron miedo. Pensaron que los musulmanes tomarían represalias contra nosotros por las acciones de Israel”, sigue narrando Tobalí, con muestras de preocupación en su rostro. Del 5 al 10 de junio de 1967, Israel se enfrentó a Egipto, Jordania, Siria e Irak. La derrota fue aplastante e Israel consiguió aumentar considerablemente su territorio. Fue en ese momento en el que se empezó a producir “el éxodo de judíos a Israel”, cuenta el rabino. Ahora la huida es diferente. No lo hacen por miedo a las represalias, tampoco por el antisemitismo. “Burros hay en todas partes, pero la mayoría de los musulmanes son cordiales y amables con la comunidad”, explica Tobalí. “Si tú les respetas a ellos, ellos te van a respetar a ti. Después de varias décadas, hemos aprendido a convivir”, añade.
Las razones de esta escapada hebrea poco tiene que ver con la de los años 70. Ahora, los hijos de los judíos marroquíes, la mayoría de ellos todavía muy bien posicionados, emigran para estudiar en las mejores universidades de Estados Unidos, Francia, Canadá o Israel. “Aquí, en Marruecos, no tienen oportunidades”, afirma el Rabino. Él también estudió sus estudios en Francia, pero volvió para ejercer en Marruecos. Siempre tuvo claro que volvería. Sin embargo, sus hijos, uno en Estados Unidos, otro en Canadá y otro en Israel, no lo ven de la misma manera. “Ellos acabarán haciendo su vida allí y es normal”, sigue explicando.
La calle de las sinagogas
Pero sin duda la ciudad que más ha cambiado para la población judía es Tánger. De los 17.000 judíos que llegaron un día muy lejano a Tánger, ya solo quedan 90 aproximadamente y casi todos son personas de la tercera edad, mayores de 75 años. Esta Comunidad siempre tuvo su propia identidad y una calle estrechita en la medina de Tánger que concentraba una decena de sinagogas, entre ellas la famosa sinagoga Nahon, de 1878. Para que abra sus puertas hay que acercarse a la sede de la comunidad, a escasos metros, y pedir al presidente visitarla. “Como los judíos de Tetuán, Larache, Asilah o Chaouen -todas ellas localizaciones del norte de Marruecos-, el judío tangerino conservó, cariñosa y cuidadosamente, el idioma familiar y comunitario, el judeo-español, que evolucionó para dar como resultado una mezcla que recibe el nombre de hakitía”, escribía en 2014 Rajae Boumediane el Metni, quien ha ganado su reconocimiento por sus traducciones al español de las novelas de Mohamed Chukri, famoso escritor tangerino.
Fuente:cciu.org.uy
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