GABRIEL ALBIAC
Paseo, con la melancólica certeza de estar viendo llegar el fin de una historia de mil trescientos años. Los bárbaros entrarán en Roma. Porque Roma es ya bárbara.
Los bárbaros entrarán en Roma. Porque Roma es ya bárbara. A menos de doscientos metros del piso en el que Abaaoud y su banda fueron acribillados por balas de gendarmes o estallido de sus propios cinturones, se alza el epicentro cristiano de Francia: la Basílica de Saint-Denis. Sobrevolando el inmenso semillero islamista.
La calle principal de Saint-Denis, intercambiable con las de cualquier ciudad norteafricana, sigue cortada en parte. La policía impide todavía el paso a transeúntes y periodistas. Puede que la investigación científica no esté todavía acabada. Puede que el riesgo de derrumbe sea grande. Desde la esquina, se aprecian bien las ventanas chamuscadas, a través de los cuales volaron cuerpos en pedazos, después del estallido. La prensa jugó, durante un par de días, con la muy morbosa hipótesis de haber asistido a la primera operación suicida de una mujer yihadista en suelo europeo. Fue menos literario. Hasna Ait Boulahcen quedó hecha trizas al estallar el cinturón de su acompañante. Al jefe de los asesinos, su primo Abaaoud, se requirió más de un día para identificarlo. La tempestad de balas lo había reducido a una masa informe.
La ciudad norteafricana de Saint-Denis ha recuperado, salvo ese pequeño detalle de las dos manzanas cortadas, su normalidad de fin de semana. Allí, poco pesan las llamadas de la autoridad musulmana oficial. Los imanes que el viernes pidieron el respeto a la república y la aceptación de sus leyes, son aquí juzgados como traidores a Alá y merecedores de la misma pena que los cristianos, de los cuales son cómplices.
Las mezquitas oficiales han dejado de ser el corazón de las comunidades musulmanas. En Francia, en Europa. Los jóvenes huyeron de ellas. Se refugian en pequeños antros salafistas que operan como clandestinas casas de oración. En ellos, una generación forjada en el camelleo y en los diversos grados de la delincuencia, halla el consuelo de trocar el crimen en acto sagrado. La historia de los yihadistas franceses, belgas, europeos en general, se repite: de la calle a la cárcel, de la cárcel a las mezquitas clandestinas. Luego, el viaje a Siria y la formación militar. Finalmente, el retorno a casa para poner a prueba lo aprendido. Sólo la comunidad musulmana tradicional podría acabar con ellos. Pero, generacionalmente, esa comunidad teme demasiado que sean los jóvenes bárbaros quienes acaben por ganar la batalla por el islam en Europa.
Paseo por las criptas reales de la Basílica de Saint-Denis. A menos de doscientos metros del sórdido agujero tintado por la pólvora en el cual fueron cazados los asesinos del EI. En el silencio de la catedral está toda la historia de Francia. Desde Charles Martel, que detuvo la expansión musulmana en el siglo octavo, hasta los útimos Capetos, decapitados por la revolución en la Place des Grèves. Paseo, con la melancólica certeza de estar viendo llegar el fin de una historia de mil trescientos años. Que es la mía. Los bárbaros entrarán en Roma. Porque Roma es ya bárbara.
Fuente:abc.es
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