Es frecuente escuchar diatribas que responsabilizan al Islam como religión de ser la fuente del horror que se ha apoderado del mundo.
ESTHER SHABOT PARA LA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – En estos días en que la conversación y las discusiones están plagadas de comentarios acerca de los actos del Estado Islámico (EI), lo mismo que de sus preocupantes consecuencias, es muy frecuente escuchar largas diatribas que responsabilizan al Islam como religión de ser la fuente primaria del horror que se ha apoderado del mundo a partir de los brutales ataques que los yihadistas realizan. En otras palabras, se acusa a la ideología de ser la matriz de este mal radical, aduciendo, por ejemplo, que el Islam nació y se desarrolló como una religión de conquista mediante las armas; que Mahoma fue no sólo un líder espiritual, sino también un guerrero hábil y exitoso; que como civilización, posee una incurable añoranza por restaurar la gloria de la que disfrutó durante los largos siglos en que construyó imperios y dominó vastísimas extensiones de Asia, Europa y África; y que sus textos sagrados abundan en contenidos que demandan acabar con los infieles e imponer el reinado de la palabra de Alá sobre el mundo.
Si bien hay una parte de verdad en las anteriores aseveraciones —pero sólo una parte—, darles a ellas el monopolio explicativo del fenómeno del yihadismo actual constituye un error, porque se omite otro gran segmento de las fuentes que han contribuido para configurar el terrorismo actual del EI y del resto de las agrupaciones que activan bajo la misma bandera. Y ese error, inevitablemente, tiene consecuencias prácticas, porque no se puede resolver con eficacia un problema cuando para su diagnóstico se examina sólo la mitad de él. La parte faltante está siendo comúnmente la que se refiere a los contextos históricos, a las condiciones, políticas, sociales y económicas que promueven o no, según su naturaleza, la irrupción del yihadismo en su macabra faceta actual.
Esto quiere decir que poco se avanzará en su neutralización si sólo se atiende al problema ideológico bombardeando sus posiciones, silenciando sus comunicados o encarcelando a los clérigos incitadores que desde las mezquitas predican a favor del terrorismo en nombre de Dios. Si bien eso debe ser un movimiento táctico imprescindible, una visión estratégica integral está obligada a contemplar también otros aspectos relacionados con vacíos de poder dejados por guerras y recomposiciones fallidas del tejido social, lamentables condiciones materiales de vida, falta de integración de las minorías, abusivos juegos de poder político, demandas socioeconómicas insatisfechas, conflictos interétnicos no resueltos, distribución profundamente desigual de recursos y nulas posibilidades de desarrollo para los nutridos segmentos juveniles de población cuyos horizontes son hoy francamente sombríos.
Hubo tiempos, hace unas cuantas décadas, en que dominaba en los análisis la interpretación marxista de la historia, la cual privilegiaba las condiciones materiales de existencia como el factor que en última instancia explicaba el curso de la historia. La ideología —en este caso la religión— era para esa visión, tan sólo un elemento superestructural que se agregaba, pero no el determinante. Y tal postura mostró muy pronto sus fallas ante el ímpetu y el peso que las ideologías —religiosas o de cualquier otra naturaleza— tuvieron en la génesis de cambios históricos. Hoy el planteamiento es inverso —cada día se le da a la ideología el Islam— más y más peso como la gran y casi única matriz del yihadismo actual, dejando de lado cuestiones relacionadas con condiciones materiales de vida en los entornos sociales en los que surgen y donde actúan los yihadistas. Y esto es, sin duda, un error de interpretación igual de grave, porque sólo una visión integral de todas estas facetas podrá combatir con eficacia la avalancha del terrorismo islamista.
Fuente: Excelsior
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