Un libro desvela algunos secretos del cineasta, que este 1 de diciembre cumple 80 años mientras prepara una serie y otra película.
GREGORIO BELINCHEN
Mañana no habrá fiesta de cumpleaños en su casa en el barrio neoyorquino de Upper East Side, a pocas manzanas de donde nació su amigo Groucho Marx. Si acaso, una cena preparada por su chef francés, Richard, rodeado de algunos amigos, o una salida a algún restaurante con Soon-Yi, su pareja. Normalmente recetas francesas y frugales. Es decir, su rutina nocturna habitual. Pero nada de velas, canciones ni homenajes. Woody Allen cumple mañana 80 años y no es que lo lleve ni bien ni mal, es que no lo lleva. Puede que, como mucho, piense en algunas de sus frases sobre la muerte, como: “Sé que tengo algo de talento, pero no el suficiente como para bombear sangre a mi corazón cuando entre en rigor mortis”. En cambio, el mundo del cine sí va a festejar la inventiva de un creador que sigue entregando una obra maestra por década –y a veces más- y que lleva trabajando sin descanso desde hace siete décadas. Aunque él replicaría: “¿Un genio yo? Entonces qué son Shakespeare, Mozart o Einstein. No, yo sólo soy un humorista de Brooklyn que ha tenido mucha suerte en la vida”.
Uno de sus amigos más cercanos, y el hombre que confirma que habrá pocas alharacas en Nueva York, es Natalio Grueso, que acaba de publicar ‘Woody Allen. El último genio’ (Plaza Janés), una reivindicación de la figura del cineasta como hombre renacentista, culto, superviviente dentro de la industria del cine estadounidense gracias a haber construido a su alrededor un buen equipo que le acompaña desde décadas y a haber sabido producir con poco dinero sus películas. “Allen es un tipo generoso, comparado con cómo se comportan las estrellas de Hollywood. Dice que los actores deberían preocuparse cuando nadie se quiere hacer fotos con ellos, no cuando sí quieren”, cuenta Grueso, que en el libro describe un momento del rodaje en Avilés de ‘Vicky Cristina Barcelona’, en el que el director obligó a Scarlett Johansson a salir a saludar a los curiosos que rodeaban la filmación. “La imagen que hay de él de tipo desvalido es falsa, la gente confunde personaje cinematográfico y persona. ¡Quién quisiera haberle ganado el pulso durante 50 años a Hollywood haciendo lo que él ha querido, cuando y como él ha deseado!”.
A los ochenta años Allen llega en forma, con una película pendiente de estreno, escribiendo la siguiente y preparando una serie de televisión para Amazon. “Está en ello, e insiste que es capaz de compaginar ambas escrituras”. Si acaso, arrastra la sordera de un oído, un problema que en realidad utiliza como Luis Buñuel: cuando quiere desconecta el audífono y se hace el sordo. Por cierto, Allen quiso trabajar con el aragonés, al que admiraba, y le envió una carta para que participara en ‘Annie Hall’, encarnándose a sí mismo y burlándose de las lecturas que provocan sus películas. Buñuel nunca le contestó y Allen recurrió a uno de sus grandes amigos, Federico Fellini, quien no pudo por incompatibilidad de fechas. Así que la tercera opción es la que se ve en pantalla: Marshall McLuhan protesta en la cola del cine sobre las versiones de su famosa cita: “El medio es el mensaje”.
Es también momento de desvelar algunas anécdotas y secretos del neoyorquino, como hace Grueso, amigo suyo desde hace 20 años, cuando se mudó a vivir a Nueva York. Por ejemplo, que recuerda muy bien “la primera vez que pisó Times Square, con seis años. Cuenta que fue como descubrir un paisaje encantado, una tierra de ensueño. En la calle 52 esquina con Broadway estaba la tienda Círculo Mágico, que para un niño que adoraba la magia y empezaba con sus primeros trucos debía de parecerle el paraíso”. Por cierto, de aquella pasión por la prestidigitación queda un chasquido de dedos que Allen usa cuando está contando una historia y llega a su conclusión.
El cómico empezó a trabajar muy joven gracias a su facilidad para escribir chistes e inventar situaciones hilarantes. “Es curioso porque Woody admira a la gente que dibuja bien sin esfuerzo, y es exactamente lo que le pasa a él con los gags”, dice Grueso. Apenas tenía 16 años, y envió desde la escuela algunos de sus chistes a un agente, a través del cual empezó a suministrar material a Nick Kenny, columnista de ‘The New York Daily Mirror’. Era 1952 y Allan Stewart Konigsberg –el nombre auténtico de Allen- comenzaba su fulgurante ascensión. “Aún hoy yo le he visto parar un rodaje, esconderse en un esquina 15 minutos y volver con la secuencia brillantemente reescrita”. Aquella carrera estuvo a punto de truncarse por la guerra de Vietnam. Se libró del reclutamiento, desvela Grueso, en el último examen médico, pasados los exámenes psíquicos y físicos, cuando un doctor descubrió que se mordía las uñas. “Tal cual”.
Por esa capacidad creativa, Allen produce mucho: incluso como para que haya obras de teatro y ensayos inéditos guardados en su despacho. “Su habilidad cómica le ha permitido salvaguardar su carrera en términos económicos”, cuenta Grueso. “Una vez escribió que una pareja se declaraba en un atasco. El productor le dijo que eso significaba 200 coches, cuatro horas de calles cortadas y 100,000 dólares de más en el presupuesto. Rápidamente lo cambió y el amor floreció… en una cabina telefónica”.
Como estadounidense, Allen vive una curiosa contradicción: sus grandes influencias cómicas fueron Mort Sahl –el primer cómico en actuar vestido de ‘sport’- y Bob Hope –“El cómico que más ha influido en mi forma de actuar”- pero le gusta visitar y tocar jazz en Europa y, sobre todo, sus mercados actuales están fuera de su país: en París vende más entradas que en Estados Unidos, y es taquillero en España, Argentina o Japón.
Sus padres superaron los 100 años, su hermana Letty Aronson (ocho años menor) sigue a su lado como fiel guardaespaldas… Queda Allen para rato. Sobre todo, tras salir bien parado de todo el escándalo en que Mia Farrow salpicó su relación con Soon-Yi Previn. Grueso comenta: “Ni Soon-Yi era menor de edad, ni hija adoptiva suya, ni él estaba casado con Farrow. Aquel caso acabó en nada”. Hoy Soon-yi ha hecho de Allen alguien más abierto, aunque el cineasta permanece fiel a dos pasiones: la literatura y el clarinete. De algo Grueso sí está seguro que hará Allen mañana: “Sabe que solo la práctica le da cierto nivel en la música, así que ensayará al menos una hora con su instrumento, como hace casi todos los días, incluso en los rodajes”. Y así Allen entrará en su novena década.
Fuente:elpais.com
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