Mucha gente se sorprende al ver fotos de manifestaciones anti-israelíes en donde aparecen judíos que, a todas luces, apoyan estas expresiones. ¿Quiénes son? ¿Cómo es posible que esto suceda?
IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El Judaísmo siempre ha sido una colectividad dotada de una impresionante pluralidad ideológica. Todos los estereotipos caricaturescos que se han hecho sobre “el judío” fallan porque es imposible encajonar al pueblo de Israel –su cultura, su religión, sus tradiciones, sus convicciones– en un mismo esquema.
Sin embargo, a muchos les resulta sorprendente descubrir que esa pluralidad incluye una buena cantidad de judíos que, en contra de toda lógica aparente, están abiertamente en contra del Estado de Israel y apoyan la causa palestina. En los casos más extremos, algunos judíos piden que el Estado judío sea desmantelado.
¿Quiénes son, por qué existen este tipo de judíos?
La primera pregunta es un tanto difícil de contestar, porque son judíos de todo tipo, desde religiosos ultra-ortodoxos hasta neo-marxistas ateos, pasando por todo tipo de matices intermedios.
Pero comencemos por los más evidentes, que integran el grupo conocido como Neturei Karta (nombre que significa “guardianes de la ciudad”). Se trata de ultra-ortodoxos de muy variado origen, pero que coinciden en que el Estado de Israel no debe existir. Por ello, apoyan abiertamente “la lucha palestina contra la ocupación israelí”, y en otros tiempos mantuvieron relaciones muy cordiales con Yasser Arafat; actualmente las tienen con el régimen iraní que ha amenazado con destruir a Israel.
Su lógica es fácilmente comprensible: dado que el Mesías no ha llegado, los judíos no podemos tener un Estado propio. Por lo tanto, todo lo que representa el Estado de Israel es ilegítimo, y según ellos “lo correcto” sería desmantelarlo, y que todos los judíos de la zona pasaran a vivir bajo soberanía árabe.
El otro grupo que últimamente ha ganado notoriedad es el llamado BDS, siglas que se refieren a “boicot, sanciones y desinversión”, y que se dedican a promover un proyecto global que incluya estas tres acciones en contra de Israel. Para sorpresa de muchos, muchos judíos participan activamente o apoyan a este grupo.
Aparte de estas dos colectividades, han existido o existen muchos judíos que se han caracterizado por su postura anti-israelí, a veces discreta, a veces rabiosa. Ejemplos de ello han sido el ajedrecista estadounidense Bobby Fischer, el lingüista también estadounidense Noam Chomsky, o la profesora británica Marsha Levine, que recientemente se hizo célebre porque una niña israelí le solicitó información sobre caballos –su especialidad–, y la respuesta fue que sólo le daría la información cuando “los palestinos sean libres en Palestina”. Para justificarse, dijo que el régimen israelí se ha convertido en “los nazis” de hoy, y que una niña que ya sabe mandar e-mails tiene que conocer la historia de “los crímenes” de su gobierno. Otro célebre judío anti-israelí es el profesor de Derecho Richard Falk, colaborador de la ONU y abierto defensor de las causas palestinas. Con un discurso menos agresivo, pero con una postura igualmente visceral, destaca el pianista y director de orquesta argentino Daniel Baremboim.
Y, por supuesto, la amplísima mayoría del staff del periódico israelí Haaretz.
Sin detenernos en más ejemplos específicos de grupos o personas, vamos a analizar dos aspectos que nos explican qué es lo que sucede con estos judíos. O, dicho de otro modo, cómo es posible que siendo judíos asuman estas posturas tan aparentemente contradictorias con el “ser judío”.
Lo primero que hay que analizar son los defectos propios de sus postulados. El más sencillo es el de Neturei Karta, por estar inmerso en terribles contradicciones.
La más notable es que rechazan todo lo que venga del Estado de Israel, menos los subsidios. Muchos de sus integrantes se han visto beneficiados por el presupuesto que el gobierno asigna a las instituciones religiosas. Ese simple detalle lesiona la integridad moral de sus exigencias.
Pero hay algo peor: sus verdaderas posturas políticas. El meollo de sus ideas no es que haya que hacerle justicia a los palestinos. Eso sólo es algo coyuntural y, en realidad, irrelevante. En realidad, lo que cree este tipo de judíos ultra-religiosos es que el actual Estado de Israel es ilegítimo porque no ha venido el Mesías, pero cuando venga el Mesías entonces se establecerá el Gran Israel, lo que implica que Egipto, Siria y Jordania tendrán que donarnos amplias regiones de sus territorios, y el hipotético Estado Palestino simplemente desaparecerá.
Neturei Karta es el exponente de una de las perspectivas religiosas y políticas más retrógradas y agresivas, donde lo que menos existe es la negociación: así como el Estado de Israel debe desaparecer sin negociación hoy en día, en el futuro los demás países tampoco tendrán derecho a negociar nada. Simplemente, los judíos les decomisaremos todo el territorio necesario para la creación del Gran Israel gobernado por el siempre victorioso Mesías.
El discurso de Neturei Karta no tiene nada que ver con la reivindicación de nadie. Israel no debe existir no porque “su existencia sea una injusticia contra los palestinos”, sino por una razón estrictamente teológica. Naturalmente, la propaganda pro-palestina que suele apelar a ellos como “ejemplos de judíos que reconocen que Israel no debe existir” no se mete con este, el tema incómodo. Se limitan a lo que les resulta propagandísiticamente útil, bajo la bizarra lógica de que el único judío que puede estar bien es el que se pone en contra de los demás judíos. Si Neturei Karta está en contra del Estado de Israel –por la razón que sea–, son “buenos judíos”.
El discurso del BDS o de judíos como Chomsky, Fiscer y Falk es más sofisticado: en resumidas cuentas, se basa en que “se cometió una terrible injusticia contra los palestinos cuando se creó el Estado de Israel”. ¿Por qué? Porque se trató de un Estado “impuesto por los europeos como consecuencia del cargo de conciencia que les produjo el Holocausto”. El resultado fue “la ocupación de los territorios palestinos” y, a decir de los más radicales –como Falk–, la “limpieza étnica y la condición de Apartheid a la que los palestinos se ven sujetos por parte del gobierno israelí”.
Falacias. Mentiras.
Vamos por orden: ¿Se cometió “una injusticia contra los palestinos” al crearse el Estado de Israel? Sería difícil afirmarlo empezando por el hecho de que en 1947 –cuando se aprobó el Plan de Partición– no había un pueblo identificado como “palestino”. En realidad, se empezó a hablar de ellos hasta 1967. Pero dejemos eso de lado. Hay algo más serio todavía: si la creación del Estado de Israel fue una injusticia contra los palestinos, entonces también fue una injusticia la creación del Estado rumano contra los transilvanos, la creación de Polonia contra los prusianos, la creación de México contra los tlaxcaltecas, o la creación de Uruguay contra los guaraníes. O, para terminar pronto, la creación de todos los Estados del mundo contra cualquiera de los miles y miles de grupos o etnias internos que existen en todos lados.
Un Estado es una entidad jurídica, no una entidad nacional (en el entendido de que una nación es un grupo que comparte sus rasgos más relevantes, como idioma, cultura, gastronomía, folclor y memoria histórica). Por ello, prácticamente no existe ningún Estado en el mundo que corresponda a una sola nación. En todos los Estados coexisten dos o más “naciones”, y hay muchas “naciones” que están repartidas en diversos estados. El Medio Oriente nos ofrece dos ejemplos inmejorables de esto último: los Kurdos están distribuidos entre Turquía, Siria, Irak e Irán, y los Druzos entre Líbano, Siria e Israel.
Por lo tanto, los Estados no se crean ni se destruyen por motivos “nacionales”, sino por ajustes geopolíticos, generalmente después de situaciones complejas y difíciles que suelen involucrar una guerra de por medio.
Hay dos ejemplos clásicos de cómo son estos procesos: el surgimiento de los Estados en los Balcanes después del colapso del Imperio Austro-Húngaro, y el surgimiento de los Estados en Medio Oriente después del colapso del colonialismo inglés y francés. Cada uno de estos proceso fue posterior a alguna de las dos Guerras Mundiales.
Del colapso del Imperio Austro-Húngaro surgieron Estados como Austria, Hungría, Rumania, Checoslovaquia y Yugoslavia. Este último fue un absoluto invento, porque –en realidad– se conformó con diversos grupos que, cada uno por separado, era una nación en toda regla: Serbia, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia y Dalmacia. Todos estos grupos, salvo Dalmacia, se convirtieron en Estados independientes después de la Guerra Civil Yugoslava, aunque apareció uno nuevo que no tiene antecedentes históricos: Kosovo.
Sucedió algo similar en Medio Oriente: al desmantelarse las estructuras coloniales inglesa y francesa, aparecieron todos los Estados modernos de la zona: Siria, Líbano, Egipto, Libia, Argelia, Jordania, Irak y, por supuesto, Israel. Se podría decir que Siria y Egipto eran “naciones” milenarias (aunque lo mismo se puede decir también de Israel), pero la realidad es que no existían como naciones independientes desde más de 15 siglos atrás, porque habían sido parte de uno u otro Imperio. Vale la pena agregar que Jordania fue un Estado inventado por completo, sólo para complacer a un príncipe saudí y convertirlo en rey de algún pedazo del desierto.
Pongamos las ideas claras: es imposible, por todo lo anterior, decir que “la creación del Estado de Israel” fue, por sí misma, una injusticia contra un grupo local. Se podría discutir si el proceso implicó acciones injustas, pero la creación del Estado como tal fue sólo una decisión política tan justificada o tan arbitraria como las decisiones que han creado, en algún momento de la Historia, cualquiera de los otros Estados modernos que hay actualmente en todo el mundo.
Pero sigamos: una de las razones por las que se dice que dicha creación fue “injusta” es que “se trata de un Estado impuesto por los europeos como consecuencia de su cargo de conciencia por el Holocausto”.
Eso es completamente falso. Incluso, es absurdo e irracional.
En primer lugar, la decisión de crear el Estado de Israel no fue europea, sino de la ONU, aceptada por 33 votos a favor contra 13 en contra. Al respecto, me he cansado –y me reído– de escuchar una respuesta tan banal como tonta: “ah, pero es que la ONU lo hizo por presión europea…”. Es decir: si la evidencia demuestra que tu respueta es incorrecta, el asunto se resuelve diciendo que tu respuesta incorrecta fue la que generó la respuesta correcta. Inteligentísimo.
En segundo lugar, la creación del Estado de Israel no fue consecuencia de una especie de cargo de conciencia por el Holocausto. Eso sería razonable si todo hubiera dependido de Alemania, pero en ese preciso momento –entre 1947 y 1948– Alemania apenas estaba empezando a reconstruirse, muy lejos todavía de convertirse en una potencia mundial.
El Estado de Israel se creó –ya se mencionó– como parte del desmantelamiento de las estructuras coloniales inglesas y francesas en la zona. Los modernos Estados de Líbano, Siria y Jordania se crearon en 1946; en 1948 tenían que haberse creado el Estado Judío y otro Estado Árabe. Es, por lo tanto, evidente que la aparición de estos nuevos Estados en el mapa fue la culminación del proceso mediante el cual los vestigios de los “imperios” inglés y francés llegaron a su fin en Medio Oriente.
El antecedente de la resolución de la ONU fue el proyecto original inglés implícito en la Declaración Balfour, según la cual era necesaria la creación de un Estado para el pueblo judío. Dicha declaración data de 1917, más de dos décadas antes del Holocausto.
Ante esta evidencia simple y clara, entonces se apela a que de todos modos hubo una injusticia, porque los palestinos “fueron despojados de sus tierras”.
Error. Los palestinos no tenían tierras.
Hablar de un pasado idílico donde los árabes palestinos eran propietarios de la tierra que, repentinamente, les fue arrebatada por los perversos judíos sionistas es una tontería. La cruda realidad es que antes de 1947 “la tierra” era propiedad inglesa, antes de 1917 propiedad turca (otomana), antes de 1516 propiedad de los Mamelucos, antes de 1291 propiedad de los Cruzados, antes de 1099 propiedad de los Califatos Abasí y Omeya, antes del 638 propiedad del Imperio Sasánida, antes de 614 propiedad del Imperio Bizantino, antes de 328 propiedad del Imperio Romano de Oriente, y desde el ao 63 AEC propiedad del Imperio Romano.
Decir que eran “tierras palestinas” es caer en la insensatez de suponer que la presencia de una potencia imperial es simbólica y que, en realidad, los habitantes locales siguen siendo dueños de sus tierras. No: cualquier habitante que haya estado allí entre los años 63 AEC y 1948, fue siervo y propiedad de un imperio que podía imponer a su arbitrio cualquier cosa que se le ocurriese.
En otras palabras: en 1947, los árabes palestinos que vivían allí no eran más dueños de la tierra que los judíos que vivían allí. ¿Se puede apelar a una “pertenencia ancestral” por parte de esos árabes palestinos? Tampoco: eran árabes. Es decir, en el mejor de los casos llegaron hacia el año 638 con la invasión del Califato Omeya (en realidad, la mayoría llegó hacia finales del siglo XIX e inicios del XX).
La realidad objetiva es que no se les quitó la tierra. Simplemente, cuando la tierra se independizó ellos no se convirtieron en los dueños de todo el lugar.
Ante esto, no queda más remedio que apelar a que por culpa de la creación del Estado de Israel cientos de miles de palestinos se tuvieron que exiliar.
Eso también es inexacto. Cierto que hubo un exilio, pero no fue por la creación del Estado de Israel. Se demuestra con un hecho sencillo: 150 mil árabes se quedaron allí. Nadie los obligó a irse, y sus descendientes (millón y medio a la fecha) son ciudadanos israelíes.
En estricto, los árabes palestinos que se fueron no tenían por qué irse. Se fueron porque se dio una guerra, pero hay que recordar que dicha conflagración no fue iniciativa israelí, sino de los demás países árabes. Además, no fue un desplazamiento extremo: en muchos casos, apenas si se movieron 30 o 40 kilómetros. En ese momento –1949– era muy sencillo resolver ese problema. Bastaba con firmar un tratado de paz y asunto arreglado.
Pero, nuevamente, fueron los árabes los que se opusieron. En vez de ello, colocaron a los exiliados en campamentos de refugiados en condiciones miserables y sin darles ningún tipo de derecho político, ni a ellos ni a sus descendientes.
Desde 1949 hasta 1967, ningún árabe palestino exiliado estuvo bajo control israelí. Todos, absolutamente todos, estuvieron bajo control árabe en Líbano, Siria, Jordania o Egipto. Esa fue la etapa donde se gestaron los problemas económicos y sociales que, hasta la fecha, aquejan a la población palestina. Pero recuérdese: se gestaron bajo el dominio árabe. Israel no tuvo nada que ver.
Otro dato relevante es que durante este período de casi veinte años ni Jordania ni Egipto se propusieron “crear un Estado para el pueblo palestino”. De hecho, ni siquiera se hablaba de “palestinos”. Sólo se les mencionaba como “refugiados árabes”. Ellos mismos nunca pidieron que se creara un Estado propio en función de una identidad nacional ancestral propia.
Es decir: a ningún país árabe le interesaba el concepto de “los palestinos eran dueños de su tierra y se las quitaron”.
Como puede verse, toda la argumentación anti-israelí se basa en información fácilmente refutable con datos puntuales (si les interesa el dato, he puesto sobre la mesa de debate estos y otros datos y NUNCA he recibido una respuesta que los refute; nadie –eso incluye a un exembajador palestino en México– me ha dado datos precisos que desmientan lo que he señalado; en el más elaborado de los casos, sólo he recibido clichés y consignas que repiten ad nauseam que Israel es bien malo; ¿por qué? Porque es malo).
El otro argumento –muy repetido por Falk– es peor todavía: que Israel está llevando a cabo una “limpieza étnica” en los territorios palestinos. Otros lo refieren como el “genocidio del pueblo palestino”.
Un genocidio es un intento enfocado a erradicar de una zona concreta a un grupo concreto, identificable por sus identidad étnica-cultural, nacional, lingüística, religiosa o ideológica.
Por lo tanto, un genocidio se debe medir en números. Por ejemplo, hacia finales del siglo XIX había alrededor de 3 millones de armenios; después del genocidio perpetrado por los turcos, la población armenia se redujo a alrededor de 1.3 millones.
¿Cuál es la situación de los hoy llamados palestinos? En 1949, 150 mil se quedaron a vivir en lo que es Israel; otros 600 mil se exiliaron a los alrededores. En la actualidad, dentro de Israel viven 1.5 millones, y en las zonas de Gaza y Cisjordania viven cerce de 3 millones más, de tal modo que en los últimos 67 años la población árabe palestina pasó de 750 mil a más de cuatro millones.
Nótese, además, que todos ellos son autónomos en su vida religiosa y cultural; la mayoría, además lo son en su vida política.
¿Dónde está el genocidio? ¿Dónde está la limpieza étnica?
Cuando los furibundos anti-israelíes son confrontados con las cifras, comienzan a dar respuestas abstractas y subjetivas, tipo “es que no es cuestión de números, sino de la represión en la que viven…”.
O, dicho en palabras concretas: el genocidio palestino es el único en la historia que no depende de un exterminio real de la población, sino de su condición de infelicidad por culpa de Israel. Se multiplican como conejos, pero son infelices. Luego entonces, hay un genocidio.
Inteligentísimo.
¿Por qué este tipo de judíos –BDS, Chomsky, Falk, etc.– son capaces de comprar sin ninguna crítica racional de por medio este tipo de argumentos?
Al principio mencionamos que primero había que analizar los defectos de los argumentos. Ahora hay que analizar la psicología de los que se creen esos argumentos. Y la respuesta es simple y en una palabra:
Miedo.
Es una cuestión casi atávica, heredada de casi dos mil años de exilio, de siglos y siglos de ser un pueblo apátrida y en permanente riesgo.
Se trata de un fenómeno bien estudiado en el caso de los judíos anteriores al siglo XIX. Por ejemplo, es un hecho que los más virulentos inquisidores –como Fray Juan de Torquemada– eran de origen judío. ¿Por qué se volvieron tan ferozmente anti-judíos? Por miedo. Fue el modo erróneo en el que canalizaron su ansia de salir de esa esfera de riesgo y sentirse seguros. En su afán de ser aceptados por la sociedad anti-judía en la que creían que estarían seguros, asumieron que sólo lo lograrían convirtiéndose al anti-judaísmo.
Torquemada es un extremo en esa ideología. Un ejemplo igualmente patético, aunque ni remotamente parecido en sus modos externos, es el del rabino Ignaz Lichtenstein, que optó por la conversión al Cristianismo, y que para justificarlo e incluso invitar a otros judíos a convertirse, escribió un librito llamado “Exhortación a la nación de Israel”, en donde puede percibirse perfectamente que era un hombre que vivía con miedo. Amable, incluso tierno –nada que ver con el Gran Inquisidor medieval–, pero con pánico.
Intenten ponerse en los zapatos de esta gente: descendientes de un grupo que ha sido sistemáticamente marginado, perseguido y atacado durante casi dos milenios, y que en 1945 estaba saliendo de su peor tragedia, el Holocausto.
La pura expectativa de fundar un Estado en medio de una abierta hostilidad árabe no les ayudó demasiado. Por el contrario: fue lo que les hizo creer que el resultado sería una nueva catástrofe, un nuevo Holocausto, que tal vez significaría la desaparición del pueblo judío. Por ello, una amplia mayoría de los líderes religiosos se opuso inicialmente al Sionismo.
Para su desconcierto, el resultado fue el opuesto: Israel se impuso en esa primera guerra contra los árabes, y en 1967 y 1973 propinó dos severas derrotas –contundentes– a dos nuevos intentos masivos por parte de los árabes para destruir al Estado Judío. El resultado fue simple y claro: a partir de 1973 se hizo evidente que Israel no podría ser destruido por una alianza militar árabe. Ese joven país había llegado para quedarse.
Las consecuencias han sido las más lógicas: poco a poco, los sectores religiosos ortodoxos se han ido ajustando a la “normalidad sionista” que se vive en Israel e incluso en la Diáspora. Por ello, grupos como Neturei Karta son, en realidad, minoritarios. Sectores religiosos de línea más liberal, como el Movimiento Masortí o Conservador, son abiertamente sionistas.
Lo que sucede con grupos como el BDS o personas como Chomsky y Falk no es muy distinto. En realidad, es exactamente la misma actitud, sólo que en su expresión secular y hasta anti-religiosa. Sin embargo, es el mismo reflejo a un condicionamiento construido durante casi 2 mil años que no se quita con estudiar un doctorado o ser un gran lingüista.
Es la simple idea de que para ser un buen judío hay que ponerse en contra de los demás judíos.
No importa que el boicot y las desinversiones afecten, principalmente, a los palestinos (porque son golpes directos contra fábricas israelíes cuya mano de obra es palestina). Vamos, los palestinos en realidad no les interesan. Por eso pueden construir una retórica incendiaria basada en mentiras (como lo del genocidio o la limpieza étnica), porque de todos modos no van a ir al terreno a tomar acciones concretas para “defender” palestinos (exactamente igual que las naciones árabes: ninguna ha mandado tropas para “defenderos” de las “agresiones israelíes”).
Lo único que les interesa es sentir que están afuera de esa zona de anti-confort que es el Judaísmo histórico, un grupo siempre atacado, siempre señalado. En otros tiempos, perseguido y marginado. Hoy, descalificado y deslegitimado.
El pretexto es lo de menos: pueden decir que nada se justifica hasta que no venga el Mesías, o defender a los palestinos que, en realidad, tienen las mejores condiciones de vida en todo el Medio Oriente bajo la irracional suposición de que “los están masacrando”.
Al final de cuentas sólo es miedo.
Nacieron judíos, pero les quedó grande la presión que ello implica, y se fueron por la salida falsa: suponer que poniéndose en contra de lo judío, de los demás judíos, lograrán la aceptación y complacencia de quienes los rodean.
Lo que es no saber de Historia.
¿Dónde terminaron todos los judíos que se pusieron en contra de su propia gente con tal de evitar la marginación y el desprecio?
Marginados y despreciados, porque eran judíos.
Cuando los palestinos extremistas o los europeos antisemitas reclamen su “obligación histórica” de matar judíos, no les importará si son sionistas o si apoyan el BDS. Son judíos y deben morir.
No hay nada más inútil que intentar caerles bien.
Pero ni modo. No todas las personas soportan vivir con miedo.
Por eso hay judíos anti-judíos. Dicen que no son anti-judíos, sino “anti-sionistas” o “anti-israelíes”. Aclaración falaz. Puede ser sincera como experiencia personal, pero la realidad objetiva ha demostrado que TODAS las manifestaciones “anti-sionistas” o “anti-israelíes” están profundamente impregnadas de anti-semitismo.
Mientras tanto, en el otro extremo, los demás judíos –la mayoría, en realidad– no tenemos más alternativa que sobreponernos al mismo miedo (porque somos hijos de las mismas tragedias) y seguir aplicando nuestra frase por excelencia:
Si no puedes unirte a ellos, véncelos.
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