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domingo 22 de diciembre de 2024

Derecha y nacionalismo: ¿Qué le está pasando a Europa?

No, Europa está muy lejos de verse islamizada por completo. De hecho, falta mucho para eso, y antes de que suceda, vamos a ver el resurgimiento de algo muy distinto, pero no necesariamente mejor.

IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Desde hace algunos meses lo venimos señalando: Europa no está en un proceso real de islamización. Está en un proceso donde la conformación de núcelos islámicos extremistas se ha convertido en un problema, pero eso no significa que, en términos reales, el continente esta “a punto” de quedar islamizado.

El país con más alto porcentaje de musulmanes es Francia, con un 10%. Eso significa que en toda Europa, más del 90% de la población no es musulmana.

Pero muchos insisten: los musulmanes, y especialmente los integristas, son los más activos o los que más crecen. Cierto, pero todavía están en un rango proporcional donde son minoría. Y aquí el detalle es entender qué está pasando en Europa.

Las recientes elecciones regionales en Francia confirmaron lo que anticipé hace tiempo en estas mismas páginas: todos los problemas sin solución que involucran al Islam de una u otra manera, falsa o veraz, disimulada o exagerada, están generando un despertar de la Europa más recalcitrante y nacionalista, fácilmente proclive a la derecha extremista y, en el peor de los casos, al Neo-Nazismo.

Se vio en Francia: después de que ciertos sondeos indicaron que el Presidente Francois Hollande -socialista- incrementó su popularidad en 20 puntos después de los recientes atentados en París, las elecciones vinieron a poner las cosas en su verdadero lugar, y para sorpresa de muchos -aunque no entiendo por qué- el partido de Hollande cayó al tercer puesto, siendo superado por el del ex-mandatario Nicolás Sarkozy, pero especialmente por el Frente Nacional de Marine Le Pen, que ahora puede decir sin recato alguno (y sin exagerar) que, como partido político, son la primera fuerza en Francia. Si las cosas siguen como van, muy seguramente Le Pen será la próxima líder de la política francesa.

Un detalle que ha llamado mucho la atención es que el Frente Nacional, en otros tiempos de abierta ideología neo-nazi y judeófoba, ha conseguido el apoyo de muchos integrantes de la Comunidad Judía Francesa, y eso se debe -sin duda- al tino de Le Pen por haberse desmarcado del descarado antisemitismo de su papá (fundador del partido), al punto de declararse como “sionista”.

No es el único caso: en las últimas semanas, hemos visto fuertes acercamientos de Israel -como Estado- y de judíos -como individuos- hacia Rusia. De repente pareciera que el nuevo gran enamorado de Israel y de lo judío es Vladimir Putin, que incluso no está interfiriendo con la defensa que Israel hace de sus intereses cuando, ocasionalmente, destruye depósitos o embarques de armas para Siria o Hizballá.

Y en muchos otros países, los movimientos de derecha (tradicionalmente antijudíos) cada vez tienen más líderes abiertamente a favor de Israel.

¿Qué sucede? ¿Qué es lo que estamos viendo en Europa?

Empecemos por entender algo: la judeofobia europea, milenaria y de gran arraigo, ha sido el miedo a un fantasma.

Durante siglos, los europeos vivieron con la insistencia -irracional, de principio a fin- de que los judíos éramos un grupo obsesionado con su destrucción. Si dicha idea funcionó pese a no tener un sustento real en los hechos, fue porque el judío siempre fue la representación de “el otro” y, por lo tanto, el perfecto chivo expiatorio para que en los momentos de crisis social o económica, los líderes políticos o religiosos pudieran canalizar la frsutración de la gente sin comprometer su propia integridad y seguridad.

Hasta que apareció el Islam con los problemas y retos de hoy.

Naturalmente, se trata de una colectividad compleja y no hay nada más inexacto -e injusto- que generalizar. Pero hecha la aclaración, concentrémonos en ese tipo de Islam extremista, intransigente y fanático que es el que está causando los mayores dolores de cabeza en Europa. Un tipo de Islam donde abundan las personas que realmente están convencidas de que su deber sagrado es destruir a la civilización europea, y que por lo mismo hacen un nulo esfuerzo por asimilarse a los países en donde han encontrado un nuevo hogar. Por el contrario: la lucha es por reproducir la patria abandonada (Siria, Irak, la que gusten) en Europa, y de ese modo convertir paso a paso a Europa en una extensión del Medio Oriente.

En menos de un siglo, ese tipo de Islam militante y extremista ha pasado a convertirse objetivamente en aquello que durante más de 16 siglos se temió de los judíos. O dicho al revés: más de 16 siglos para construir un fantasma judío que justificase el miedo, la xenofobia y la agresión, para que apenas en menos de medio siglo los europeos descubran algo idéntico a ese fantasma judío, pero que ni es un fantasma ni es judío. Lamentablemente, es una realidad que está viviendo allí, con ellos, en sus ciudades y en sus barrios.

Naturalmente, la judeofobia no ha desaparecido. Lo podemos ver en la postura de Suecia, cuya canciller Margot Wallstrom siempre ha asumido una postura desmedidamente anti-israelí, y que no está muy lejos de la línea de ideas que, en general, se mantiene en el gobierno de ese país escandinavo.

Pero Suecia está en problemas. Severos. Es uno de los países donde el nivel de violencia interna provocada por los inmigrantes musulmanes ha llegado a extremos verdaderamente grotescos. Por ello, muchos sectores europeos poco a poco se van desmarcando y alejando de una postura como la Sueca, al corroborar que es -simple y sencillamente- contraproducente. Prácticamente un suicidio.

A la par de ello, van descubriendo que un país que les gana por décadas en el desarrollo de políticas eficaces contra el terrorismo es Israel. Y eso, sin duda, está generando que una nueva generación de políticos empiece a manifestar posturas distintas a las tradicionales al respecto. Con ello, el apoyo y la admiración a Israel van creciendo poco a poco.

¿Es algo bueno?

Permítanme ser pesimistas: no, no lo es. Si nos limitamos al simplón asunto de “cuántos me quieren y cuántos no me quieren”, supongo que parece bueno. Pero la realidad europea detrás de ello es atroz, y lo que se vislumbra en el futuro es, lamentablemente, violencia. Más violencia.

De entrada hay que señalar que estamos ante una polarización, y esas dinámicas no suelen dejarle nada bueno a nadie.

El riesgo es que con ello se deja abierta la puerta a la xenofobia, y el hecho de que la xenofobia anti-judía pudiese desaparecer o disminuir considerablemente, para pasar a la xenofobia anti-musulmán no significa que se haya resuelto un problema. Sólo se le está dando otro matiz.

Los judíos sabemos por experiencia que, en general, es mejor que no nos queramos mucho pero que llevemos la fiesta en paz, a que nuestro amor esté comprometido sólo con unos, y como contraparte a ello nuestro odio feroz esté comprometido con otros.

Lamentablemente, pareciera que Cristianismo e Islam todavía no lo terminan de entender. Son culturas surgidas de un entorno originalmente religioso, aunque el Cristianismo ya pasó a la etapa del laicismo desde hace mucho. Sin embargo, ambas culturas heredaron de sus primeros grandes promotores -el Imperio Romano y el Califato de Rashidún- la idea de que eran las portadoras de una “salvación universal” que, por lo tanto, tenía que extenderse (entiéndase: conquistar) a todo el mundo.

Cristianos y musulmanes han desarrollado los más grandes esfuerzos proselitistas en la Historia. Nunca religión alguna se propuso la conquista de todas las almas en la medida en la que estas dos lo han hecho. Naturalmente, hay de posturas a posturas, desde las más ecuánimes y moderadas que entienden que el colonialismo espiritual no tiene sentido y sus adherentes están dispuestos a vivir en una coexistencia pacífica, hasta los grupos fundamentalistas que viven convencidos de que todo aquel que rechacé sus esquemas de creencias han garantizado un lugar en el infierno.

Es un hecho que Cristianismo e Islam tienen un amplio historial de choques, tanto culturales como sociales, económicos, religiosos y militares. Dichos choques se habían dado en Oriente Medio, especie de frontera entre un mundo y el otro. Lo que es nuevo ahora es que los conflictos significativos han entrado a Europa, y empiezan a darse a probar en los Estados Unidos.

¿Quiénes están protagonizando esos conflictos? Naturalmente, aquellos que -en ambos bandos- están dispuestos a llegar a cualquier nivel de violencia con tal de imponer “su verdad”.

Por eso la polarización no puede ser buena.

Lo que estamos viendo es el principio de la derechización europea. Si en esta nueva etapa va a asumir posturas más tolerantes o incluso de simpatía con los judíos e Israel, no soluciona -vamos, ni siquiera diluye un poco- el riesgo de la violencia a la que se puede llegar.

¿A qué se puede llegar? Sin más ni más, a un nuevo Holocausto. A Europa le da por cometer verdaderas barbaridades cada cien años, más o menos. No sirve de mucho apelar a que hay una gran conciencia sobre los Derechos Humanos y otros temas semejantes. Hace un siglo, Europa era el culmen de la civilización occidental, y Alemania era el país más civilizado de todo el mundo. Con todo y eso, pudieron echar a andar el mayor crimen de la historia -el Holocausto- y la mayor catástrofe -la Segunda Guerra Mundial-.

¿Por qué tendría que ser diferente ahora? De hecho, hay un elemento que lo hace todavía más riesgoso: hace un siglo, el gran crimen europeo -el Holocausto- se desató contra un fantasma, contra una amenaza que, en realidad, no existía. Simplemente, había un condicionamiento cultural para ver a los judíos como un peligro.

Hoy en día no es así. Sí existe un peligro real, y es un hecho que su origen está en las comunidades musulmanas. Ojo: esto no significa desde ningún punto de vista que TODOS los musulmanes sean parte de ese problema, pero el afán de ser políticamente correctos no debe funcionar como una evasión que nos impida entender que hay un problema concreto con el Islam.

¿Por qué? Porque justamente por no entender la naturaleza de ese problema es que se está regresando a esa añeja xenofobia que, poco a poco, se prepara para cometer los grandes crímenes del siglo XXI.

Ya lo vimos en la ex-Yugoslavia en la década de los 90’s. Apenas hace 20 años. Comunidades enteras de musulmanes fueron masacrados sin ningún tipo de misericordia.

Se pudo en ese momento. Se puede hacer cuando se quiera.

Lamentablemente, el éxito electoral del Frente Nacional Francés es otro paso en esa dirección. Y lo peor del caso es que quienes tendrían que ofrecer la alternativa razonable parecen estar comprometidas en todo lo contrario: una postura aún más extremista e irracional, aunque antagónica.

Me refiero a las izquierdas, epicentro actual de la judeofobia y la irresponsabilidad en relación al conflicto real y objetivo con los extremistas islámicos.

Cuando el europeo se lo propone, puede ser muy rudimentario en sus razonamientos. Por eso, conforme le va quedando claro que el modelo sueco -antijudío e inútil para garantizar la seguridad de su propia población-, la política estadounidense -que ha hecho del Medio Oriente un lugar más peligroso que nunca- o la simpleza bonachona de Hollande en Francia -traducida en tres graves ataques terroristas en menos de un año, algo simplemente injustificable-, por no referir también las abiertas complicidades del régimen chavista con Hizballá e Irán, sólo han significado desgracias y más desgracias, no van a tener ningún miramiento en apoyar el otro extremo, el que parece ofrecer una solución (muy dudosa) pero que, por lo menos, se atreve a hablar del asunto y mencionarlo como lo que es: un problema (aunque no estemos de acuerdo en el modo de explicarlo, definirlo y, menos aún, resolverlo).

Por eso insisto: Europa no se está islamizando. Al contrario: parece correr sin freno alguno hacia el punto donde la violencia ideológica y bélica levante a la Europa que todavía parece dormida, la ultranacionalista, la de derecha extrema, la que no se toca el corazón para masacrar al “otro”.

Ya abrió sus ojos en Francia. Pronto lo hará en otros lugares.

Los judíos tenemos a dónde huir esta vez, aún en el peor de los casos. Pero no se trata nada más de eso. Esa es una solución parcial que nos beneficia, sin duda, pero que deja a todo un continente ante las peores expectativas de sufrimiento en casi un siglo.

Mientras, Barack Obama sigue neceando con que sólo es cuestión de poner controles más severos a la venta de armas; Wallstrom sigue con su simpática idea de que sería maravilloso que los israelíes se dejaran matar por los palestinos; Hollande sigue hundido en su mediocridad; y la ONU continúa premiando la sinrazón de los palestinos en particular, y los musulmanes extremistas en general.

¿Y nosotros?

Denunciando. Aquí seguimos, necios como siempre, tercos como los profetas de la antigüedad que también, al ver las fallas estructurales de sus sociedades, lanzaron ominosas advertencias de destrucción con la esperanza de que alguien reaccionara, alguien decidiera cambiar, alguien le diera otro rumbo al destino.

Porque se puede. Está en nuestras manos.

Parafraseando al Talmud, depende de nosotros…

1. Que, como dice Isaías, el lobo more con el cordero.
2. O, como dice Woody Allen, el lobo more con el cordero, pero que el cordero no lo pase nada bien.

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