El régimen se enfrenta ya a dificultades que lo están orillando a recortar el gasto y los amplios subsidios de los que ha gozado su población.
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Con la atención mundial puesta en el terrorismo del Estado Islámico (EI) y en el desafío presentado por la oleada inmensa de refugiados que aspiran a llegar a Europa, poco se habla de muchas otras situaciones en desarrollo en el Oriente Medio que presagian cambios adicionales capaces de imprimir una inestabilidad aún mayor a la región. Ése es el caso de Arabia Saudita.
País con un lugar privilegiado dentro del mundo árabe y musulmán debido no sólo a su status de centro religioso máximo del islam, sino también a su legendaria riqueza petrolera. Los problemas para el Reino Saudita se localizan en diversas áreas: 1.— la brutal caída de los precios internacionales del crudo; 2.— los complejos cambios históricos y políticos que han transformado en unos cuantos años el perfil de la región, cambios cuyo desenlace final es todavía incierto; 3.— las luchas por el poder cada vez más intensas y evidentes dentro de la cúpula gobernante que están ya inyectando una inestabilidad política no vista antes en el reino fundado por la Casa de los Saud.
El derrumbe de los precios del petróleo ha sido tan estrepitoso, que aún a una potencia petrolera como Arabia —cuyos costos de producción de crudo son de los más bajos del mundo— le está significando una catástrofe. Si bien las reservas económicas acumuladas a lo largo de los años de vacas gordas han servido hasta hace poco de colchón para paliar el problema, el régimen se enfrenta ya a dificultades que lo están orillando a recortar el gasto y los amplios subsidios de los que ha gozado su población. El Fondo Monetario Internacional advirtió recientemente que, de continuar las actuales tendencias, Arabia Saudita se encamina a un agotamiento de sus reservas monetarias para finales de esta década.
En cuanto a los cambios políticos regionales, la lista es larga: turbulencias inéditas a partir de la llamada Primavera Árabe, entre ellas la interminable guerra civil en Siria y el surgimiento del EI, el cual a pesar de su identidad sunita constituye también, en su activismo dentro de territorio saudita, un elemento desestabilizador; nuevas realidades profundamente desafiantes para la monarquía árabe, como el acuerdo firmado por el G5+1 con Irán que ha permitido al régimen de los ayatolas —archienemigo de los sauditas— reingresar de forma más libre y abierta al juego de poderes que se escenifica en el ámbito regional y mundial; necesidad de intervenir militarmente en Yemen —con altos costos económicos y en vidas— a fin de combatir a los rebeldes chiitas hutíes que amenazan con romper la hegemonía sunita en la zona de la cual es beneficiaria y garante el Reino Saudita.
Por último, y no menos importante, está la lucha interna por el poder protagonizada por los múltiples nietos de Ibn Saud, el fundador del reino. La mayoría de las disputas se centran en la denuncia de las ambiciones de uno de ellos, Mohammad bin Salman, joven de 30 años e hijo del actual rey, que acapara puestos clave y por tanto irrita a otras ramas de la familia que se sienten excluidas injustamente de los centros de toma de decisiones. El descontento se ha filtrado incluso a la prensa internacional por medio de cartas publicadas por el periódico inglés The Guardian, donde los denunciantes llaman a sus adeptos a derrocar al rey Salman, al que acusan de inepto y de privilegiar al citado Mohammad en detrimento de los legítimos derechos que como herederos pretenden ellos tener en cuanto al ejercicio del poder.
El panorama es así enormemente complicado para el régimen de Arabia Saudita porque las tendencias adversas que dominan en el escenario no parecen tener solución en el corto y mediano plazo. Por ello no es descabellado prever que el reino —tan estable y próspero durante largas décadas— sufrirá inevitablemente cambios radicales en los próximos tiempos.
Fuente: Excelsior
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