LEÓN OPALÍN PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO
Convivencia con los Amigos.
El viernes pasado asistí a una comida que organizan algunos amigos del club deportivo al que voy a nadar diario; las instalaciones están próximas a mi casa, entre la Calle de Copilco e Insurgentes Sur.
Cuando no hay mucho tránsito el trayecto me toma 10 minutos; empero, la mayoría de las veces, entre 30 y 40 minutos. Los compañeros del club realizan el convivio en el restaurante del mismo que tiene una agradable terraza con vista a la alberca, cada uno o dos meses, para celebrar a los que cumplen años. Esta vez concurrieron entre 30 y 35 personas, tengo una relación directa con menos de diez. Cada uno pide los alimentos que quiere y paga por su consumo; la mayoría traen una botella, ya sea de vino, whisky, tequila o ron, y se paga el descorche respectivo al restaurante.
Mi amigo Luis, a quien regularmente le envío las Crónicas, me pidió que realizara la Crónica de esta comida; se comprometió a enviarla a los asistentes a la misma. Luis es un actor de cine y teatro, muy apreciado en el club por sus finas maneras, sensibilidad, ecuanimidad y cultura. En octubre pasado, cumplió 80 años, su ascendencia es francesa. Mi amistad con Luis es reciente, al igual que con los socios del club con los que la tengo, ello a pesar de que me inscribí al club alrededor de 25 años atrás; lo cierto es que me mantuve distante de la gente del mismo.
Este año, Luis y otras personas se acercaron a mí, cada quien por su lado, para invitarme a que mantuviéramos una relación de amistad, lo cual agradezco porque me he percatado de que son buenas personas y de un carácter agradable. Sin embargo, de Luis yo tenía noticias desde la década de los sesentas, cuando junto con mi primera esposa asistíamos a las funciones de teatro de vanguardia en las instalaciones edificadas en torno al Auditorio Nacional de la Ciudad de México.
El día que Luis se acercó a mí para platicar le expresé que yo era su “fan” desde hace mucho tiempo, lo cual le causó sorpresa y satisfacción. Hoy día, Luis, con 80 años, sigue activo en la vida artística; este año se estrenó una película en la que fue coestelar de otros veteranos del cine y teatro; asimismo, aparece en una telenovela que pasa diario a las 9:30 P.M, es decir, se proyecta en una hora con gran audiencia.
Por lo demás, en las comidas previas declamó unos poemas muy emotivos. Su salud es buena, cuida su dieta y de ello sabe, porque antes que actor fue médico al igual que su padre.
Clemente es el amigo mas joven del grupo, 48 años; portador de un gran bigote tipo Emiliano Zapata; tiene un carácter agradable y despreocupado. Es abogado, empero, se pasa buena parte del día en el club jugando tenis y quizá en otra de sus actividades de “Don Juan”, su agradable forma de ser le ayuda en esta tarea. Con él es con quien más converso, me pone al tanto de todos los sucesos del club. Siempre me brinda múltiples atenciones. Me comenta filosóficamente que las personas con las que juega tenis, al calor de los partidos les sale la agresividad contenida y se vuelven violentos. En general hace reflexiones profundas sobre el ser humano.
Manolo, con 85 años de edad, juega dos veces a la semana tenis. Es de origen español, y su rostro no lo niega. En el presente es jubilado, antes era ingeniero civil; ha tenido padecimientos serios que ha superado. Hace aproximadamente un año enviudó; estuvo un tiempo deprimido, no obstante, salió adelante, es un ejemplo a seguir, es educado y agradable.
Rodolfo, de 71 años, es un empedernido nadador, tiene buena condición física, a tal grado que hace poco le hicieron una operación de columna y ocho días después ya estaba de nueva cuenta nadando. Fue empresario vinculado con la producción de productos químicos; sigue de manera parcial desempeñando sus negocios en ese ramo. Observo que es una persona meticulosa en su arreglo personal, se puede mantener una conversación seria e inteligente con él.
Arturo Gabilondo, de aproximadamente 65 años, cirujano plástico retirado parcialmente. Siempre bromeamos entorno a ir a las casetas de peaje de las autopistas que bloquea el magisterio disidente para recolectar nuestra “mochada” (cuota); platicamos con frecuencia del entorno político del país. Arturo es sobrino de Francisco Gabilondo Soler, conocido como Cri-Cri, el Grillito Cantor, quien fue cantautor de música infantil (1907-1990) que deleitó a millones de niños en México y en el extranjero entre ellos yo. Recuerdo que mi madre me alistaba para ir al colegio primario al compás de los alegres cantos del Grillito Cantor, los más famosos: “El Ratón Vaquero, “Caminito a la Escuela”, “La Patita”, “La Muñeca Fea” y “La Marcha de las Letras”. Arturo heredó el talento artístico de Don Francisco, a las comidas que he asistido, apoyado por el Karaoke, realiza muy buenas interpretaciones de Frank Sinatra.
En esta comida no faltó el karaoke, y fueron varios de los presentes, ya un poco alegres por las copas que tomaron, que “se aventaron” a cantar, con un tono un poco desafinado, canciones del gran compositor Agustín Lara y de otros más.
René, de 78 años, Contador jubilado. Hace varios meses tuvo un ataque cardiaco; hace ejercicio diario, camina y nada y ha logrado salir adelante. Llega al club en metrobus y por este medio se desplaza a muchas partes. Es cinéfilo y amante de la lectura y frecuentemente comentamos sobre películas y libros.
Con el resto de los participantes a las comidas, en sus setentas y ochentas, tengo poca relación; mi amigo Clemente me comentó de las virtudes de algunos de ellos y también “lo mala onda” que son otros. No faltó el encajoso que llegó y pidió unos tequilas y se fue sigilosamente sin pagar, claro, a cargo de los concurrentes. Así es la naturaleza humana y hay que aceptarla con sus virtudes y defectos.
En el ámbito de las comidas, el lunes pasado mi gran amigo de la carrera de Economía en el ITAM, Rodolfo, con el que llevo una amistad de más de 50 años, amante de la buena comida y bebida, me invitó a comer a un restaurante en la colonia Roma; tuvo la gentileza de enviar a su chofer a recogerme. Como en ocasiones previas, pasamos tres agradables horas, que solo parecieron media hora, conversando sobre nuestras familias, el pasado común y muchas otras cosas más. Como siempre, me colmó de atenciones. Entre risas y bromas terminamos el festín gastronómico y etílico expresándonos el cariño que nos tenemos. Realmente es una gran suerte tener un amigo como Rodolfo; expresivo, bondadoso y alegremente sarcástico.
Para rematar esta semana, el martes comí con John, quien en dos semanas cumple 80 años; más de 40 años de amistad, ya no maneja, pasé por él y fuimos a un restaurante de carnes uruguayas, que siempre había notado muy concurrido, sobre la avenida Insurgentes Sur. Lamenté haberlo llevado allí; en medio del salón principal estaba una gigantesca pantalla de televisión en la que se proyectaban ruidosamente bailes tropicales. Le pedí al personal que bajaran el volumen; estábamos debajo de una bocina; fue inútil, a pesar de que lo disminuyeron, no fue suficiente para acallar el ruido infernal que también se alimentaba de los gritos y risas de decenas de oficinistas de los de la zona que celebraban su fiesta de fin de año. La comida no fue sabrosa. Intercambiamos unos presentes y nos agradecimos mutuamente nuestra amistad. John, quien enviudó hace un año, el domingo sale con su hija a San Francisco, California, a disfrutar de unas breves pero merecidas vacaciones.
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