Para qué la Secretaría de Cultura

SABINA BERMAN

1. No bebemos el agua fría sin pensar “es agua fría”. No bebemos el agua fría sin pensarla con las palabras acuñadas por una cultura. O sin relacionarla con una sucesión de imágenes. Vivimos inmersos en la Naturaleza y también en la cultura. Círculos concéntricos, vivimos la Naturaleza a través de la cultura.

Y eso que llamamos Cultura con C mayúscula, y que Octavio Paz prefirió llamar arte, para evitar la excesivamente sutil distinción entre la c y la C, es el laboratorio donde se renueva conscientemente ese acervo de pensamiento y relaciones simbólicas.

El laboratorio donde acaso el acto de beber agua fría se re-significa y se vuelve “bebemos el aliento líquido de la vida”, para citar una línea de un joven poeta, Jesús Gallardo. O el momento previo a beber el agua fría que colma un vaso, se vuelve el súbito darse cuenta de que en la superficie circular del agua del vaso se refleja la habitación entera donde nos encontramos a punto de beber el agua fría, según un lienzo hipnotizante de Elena Climent.

Beber el agua fría o vivir en México o morir una mañana cualquiera: nada hacemos fuera de la cultura.

2.- De ahí que sea importante que un grupo social invierta en sus propios creadores conscientes de Cultura. En sus artistas contemporáneos. Y que no dependa únicamente de creadores distantes, de artistas de culturas de otras latitudes o de otros tiempos.

Un país sin arte propio y contemporáneo es una casa de espejos deformados donde aquel, aquella que entra, al mirarse reflejado no se encuentra. O dicho de otra forma, se encuentra deformado. Con otro rostro, con otra complexión, otro lenguaje, otro contexto que el propio. Mira su reflejo enajenado de sí mismo.

3.- Ha venido a discutirse recientemente en México la creación de una Secretaría de Cultura. El secretario de Educación explicó que era necesaria para poner fin a la “trampa burocrática” donde la Cultura ha estado atrapada, formando parte de la SEP, “que no tiene tiempo de atenderla” y del Conaculta “que no tiene la fuerza política” para hacerlo a cabalidad. Una razón de peso sin duda, que sin embargo dejó en suspenso para qué serviría la tal secretaría.

Me confía una diputada especialmente aguda, Cristina Gaytán, de la Comisión de Cultura del Congreso: “En todo el proceso de decidir votar o no por la fundación de la nueva secretaría, lo que privó entre los diputados fue la inseguridad cultural”. Ningún legislador podía atreverse a votar en contra de la Cultura, pero ninguno sabía por qué votar en pro de la secretaría. Y eso por la simple razón ya dicha: nadie ha explicitado para qué servirá la nueva Secretaría de Cultura.

El vacío de un plan es sin embargo una circunstancia próvida. No sólo permite, exige que antes de su creación se apalabre su para qué, de forma que sus engranajes se construyan para ese fin expreso. Permítaseme el símil: una institución, igual que un motor, se construye sabiendo para qué ha de usarse. Si los engranajes no están dispuestos para hacer rotar un taladro, pues el taladro que se le acople nunca rotará. Si no está construido para revolucionar las ruedas de un Ferrari, bueno, el Ferrari donde se instale se quedará con sus cuatro ruedas quietas en el pavimento.

4.- Cierto, los diputados primero y luego los senadores que aprobaron la fundación de la nueva secretaría no tuvieron tiempo para sumergirse en el tema. ¿Qué le falta a nuestra Cultura? ¿Qué necesita? ¿Cómo puede ser más útil al país? Entre el anuncio de la creación de la Secretaría de Cultura y la votación, en el Congreso mediaron dos semanas escasas, y en el Senado cuatro. Por fortuna, entre los que hacen la Cultura día a día, los artistas, los empresarios y los promotores culturales, sí existe un consenso antiguo ya de qué hace falta.

Lo que hace falta es hacer llegar la Cultura contemporánea a los muchos mexicanos. Desclasar la Cultura: llevarla a todos sin distinción de clase. Socializarla: volverla parte de lo social, que por cierto es la única justificación de que el Estado invierta en ella. Porque si la intención no es que la Cultura toque los corazones de millones de mexicanos, que toque su identidad y enriquezca la textura de sus vidas, invertir en los artistas y su creación es un desperdicio.

Como por cierto ha sido hasta el día de hoy. Un desperdicio no total pero sí parcial. Desde hace tres décadas, el Estado mexicano ha gastado en Cultura decenas de miles de millones de pesos anuales mientras que 91% de los mexicanos no asistió el año pasado a un solo evento cultural creado por un artista mexicano; 86% no ha pisado jamás un museo, y 62% nunca ha entrado a un espacio cultural –una Casa de Cultura, una biblioteca, un teatro, etcétera. Son cifras de la última encuesta de consumo cultural.

De cierto, desde hace tres décadas México cuenta con más artistas en su seno que nunca antes en su historia, pero en contraste vivimos una etapa cultural especialmente árida. Es poco el arte fresco que escapa del círculo de la comunidad artística y toca las vidas de otros mexicanos.

Se preguntará el lector, la lectora, cómo hemos llegado a este despropósito. La respuesta es interesante porque también muestra que el desperdicio es solucionable por una Secretaría de Cultura que se lo proponga, y a corto plazo.

5.- En el año 1975 Octavio Paz publicó en el periódico Excélsior un artículo en el que aconsejaba al Estado apoyar a la Cultura de una forma novedosa. El Estado debía gastar menos en burocracia y con el excedente ahorrado debía becar a los mejores creadores y subsidiar su obra, pero debía también retirarse de la pretensión autoritaria de controlar su contenido.

Solo así el país transitaría de una Cultura monolítica, a cargo de señores mestizos, a menudo encorbatados, obedientes al régimen, a una Cultura diversa, donde se diera voz y espacios a los más diversos. A las mujeres, a los homosexuales, a los indígenas, a los estrafalarios: a todos aquellos que por nacimiento o creatividad existían desviados de la norma.

Durante una década nada pasó con la propuesta de Paz; este era un país de un solo líder, el presidente, un solo canal de televisión, Televisa, un solo partido poderoso, el PRI, y una sola casta artística apoyada por el Estado, la formada por los señores alineados a todo lo anterior citado.

Pero en 1988 el recién ungido presidente del país, Carlos Salinas de Gortari, se propuso legitimar su presidencia y entre otros pasos para lograrlo, llamó al poeta para que se sentara a la mesa con Víctor Flores Olea, y diseñaran las bases del nuevo Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

La meta central del Conaculta resultó, naturalmente, la propuesta de Paz. La de patrocinar a los creadores, dejándolos en entera libertad de elegir sus temas y sus estilos. Por fortuna otras dos metas se añadieron, acompañando a la central. Proteger el acervo cultural existente, desde lo creado por los olmecas hasta la creación reciente. Y la de hacer llegar la Cultura a la mayor cantidad posible de mexicanos. Respeto la cauta formulación oficial que esquiva la demagogia.

Desde ese remoto 1988 a nuestros días, el Conaculta en efecto ha protegido el acervo cultural y en efecto ha patrocinado a los creadores vivos dejándolos en libertad. De ahí que durante la década de los noventa y la primera de este siglo, los artistas en México se multiplicaron geométricamente y se profesionalizaron.

Pero sobre la tercera meta de su propio documento fundacional, el Conaculta nunca se ocupó. Acaso consideró que tarde o temprano el abundante arte encontraría los caminos a la sociedad. Acaso consideró lo inverso, que la gente se iría acercando al nuevo arte espontáneamente. En realidad todo era adverso para que una cosa o la otra sucedieran. En los programas educativos del país nada prevé sembrar el interés de los escolares por la Cultura nacional. Y los canales y lugares existentes de exhibición de la Cultura, de por sí estrechos y escasos, estaban copados por los productos de la Cultura estadunidense, relativamente más fáciles de revender.

En todo caso, ahí por 1995 el Conaculta renunció formalmente a solucionar el problema. En aquel año empezó a aparecer en los contratos que firmaba con sus becarios una cláusula donde la institución se liberaba de toda obligación de hacer llegar a alguna parte lo que el becado creara.

Lo que resultó en la situación antes esbozada. Una situación trágica para los creadores y de desperdicio para los ciudadanos. En México existe, como nunca antes en su historia, abundante y muy diverso arte contemporáneo, que llega a cuentagotas a la sociedad, que por cierto es quien lo paga.

Las obras de teatro subsidiadas dan en general 30 funciones. El 15% de las películas filmadas son exhibidas en cines por más de una semana. Los tirajes de literatura son de mil ejemplares en promedio. Conciertos maravillosos ejecutados a cambio de becas, como la temporada anual del Cuarteto de Cuerdas Latinoamericano, el más célebre de la región, suceden como en secreto. Las compañías de danza, varias notables y aplaudidas en los mejores foros internacionales, como la de Cecilia Lugo o Delfos, tienen en México temporadas de 10 funciones. Pintores de extraordinaria y mexicanísima expresividad embodegan sus lienzos. Etcétera…

Es un puto embudo. Y disculpe el lector, la lectora el enojo con que describo este desperdicio. Mucha creación que llega a muy pocos. Mucha obra artística que disfrutan unos cuantos. Una comunidad cultural encerrada en sí misma: ensimismada; una comunidad artística enajenada de la sociedad, consumiendo endogámicamente su creación, y no pocas veces antropófaga de sus prestigios.

6.- ¿Para qué debería servir una Secretaría de Cultura? La respuesta espero que parezca natural luego del anterior periplo histórico. Debería servir para completar el proyecto original del Conaculta y para por fin volverlo justificable y relevante. Una Secretaría de Cultura debería servir para hacer llegar el arte a la vida de la mayor cantidad posible de mexicanos.

¿Cómo hacerlo? La pregunta admite diversas respuestas, y lo cierto es que para tener éxito, y dada nuestra extensa geografía, en la práctica la intención de distribuir el arte sólo puede lograrse implementando diversos caminos. Apunto sólo los cuatro más evidentes.

El primero me lo hizo notar Carlos Monsiváis hace 10 años. Es tan simple y barato que cuando Carlos lo apalabró ante Jorge Volpi y quien esto escribe nos reímos: se nos antojó increíble que hasta entonces no se hubiera implementado. La obra artística de los artistas nacionales merece la difusión. Una difusión extensa e inteligente. Este mero ejercicio, ridículamente barato, abriría en medida notable el embudo.

Los caminos de la obra artística, desde el momento de su creación hasta la llegada al público, deben revisarse rama por rama del arte, para detectar los obstáculos que impiden su flujo. Lo saben los creadores y los empresarios culturales: en cada rama existen tapones concretos, antiguos, inamovibles, es decir inamovibles excepto para el Estado, y en especial para el Congreso, con su capacidad de legislar.

Por poner un solo ejemplo. El de nuestro cine. El cine actual se produce gracias a que el Estado permite las inversiones de particulares a descuento de sus impuestos. Bueno, eso explica la cantidad importante de películas que se filman cada año. Pero editadas ya las películas, se topan con que los exhibidores de cine privados, los únicos que existen, se cobran de las taquillas 60% de lo ingresado. Una cifra que deja a los productores de cine descapitalizados para poder difundir su película y a los realizadores en una injusta indigencia. ¿A quién le extraña pues que apenas cinco o siete películas mexicanas de las muchas filmadas son exhibidas más de una semana en los cines?

Revisar el flujo de cada especialidad artística, encontrar sus tapones, y extraerlos, abriría el embudo considerablemente.

Este tercer camino es evidente. Los programas de la SEP deberían sembrar en los escolares la emoción estética y la curiosidad por el arte contemporáneo. Como ocurre en los países europeos, asiáticos y los otros países norteamericanos donde las fronteras entre el arte popular y el alto arte han sido propositivamente difuminadas por la educación.

Y menciono un cuarto camino. El camino populista: la distribución de arte a cargo del Estado puede multiplicarse por 100, con una inversión moderada y creativa.

Para retomar el ejemplo del cine. Sabemos que una carpa inflable, que albergue a 300 personas cómodamente sentadas, y a una pantalla profesional, cuesta 1 millón de pesos. ¿Qué pasaría si el Estado, en lugar de hacer dos películas, que nadie sabe si llegarán al público, compra el año venidero 100 carpas ambulantes para dar cuatro funciones de cine mexicano los 365 días del año?

La distribución directa del arte por el Estado es una opción que no invalida a las anteriores ni a otras que puedan imaginarse. Y abriría el embudo notablemente.

7.- No es ciencia oculta lo que necesita nuestra Cultura. Durante varias décadas lo han expresado los creadores y empresarios culturales, incluso los funcionarios, luego de que se beben un tequila frío y se sinceran. Hace falta que el arte llegue a los muchos.

Ahora que el Congreso y el gobierno muestran la voluntad para darle a la Cultura una nueva relevancia, sería terrible que la Secretaría de Cultura se enredara en sofismas o se acomodara en la indolencia de sólo cambiarle al Conaculta el nombre y la papelería.

Seamos optimistas. Ser optimista es un imperativo moral. Ojalá la nueva Secretaría de Cultura detecte la meta y vaya a ella. Seamos también propositivos, hablo de aquellos a los que nos importa que tal suceda: hagamos público nuestro interés

Fuente:proceso.com.mx

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