El peligro de una sola historia

ROSA NISSÁN

Estaba yo haciendo algo sin saber que es una necesidad en mí, demostrar que árabes y judíos en esa tierra de Jerusalén pueden acercarse, que es fácil romper ese hielo al parecer imposible.

Ahora, a cierta distancia, ya de regreso en México, lo veo claramente, porque apenas tuve la oportunidad, o quizás la soledad suficiente durante mi corta estancia en Israel en septiembre del 2011, para decidir, porque fueron apenas unos minutos los que me tomó bajar al baño, en Jordania, camino a Petra, donde tomé la decisión: Me acercaría a esa mujer, la dependienta de esa tienda de souvenirs que me miraba con tanta curiosidad que hasta llamó a las otras mujeres. ¡Claro que sí! seré yo quien se acerque, si no ¿cuándo? ¡Claro que era un milagro que yo estuviera en Jordania, cuándo lo imaginé siquiera! No está en manos de una sola persona llegar a esa paz tan indiscutiblemente necesaria, pero si cada uno contribuye sacando una cubeta o una carretilla de arena, puede desmontarse una montaña.

Así de enredados, extraños y sorpresivos son los caminos de Dios, de la vida, en fin, de cómo llamemos a esos tejidos que desde arriba nos mueven.

¿A qué se debió esa reacción mía, ese acercamiento a esas mujeres musulmanas que yo propicié? El detonador fue un hecho muy lejano, el libro El Judío no sionista de Isaac Deutcher, que leí hace muchos años ¿cuántos? Fue mucho después de la Guerra de los Seis días, en que yo, todavía, creía que existía sólo un punto de vista. Durante esa guerra casi morí del terror al imaginar que Israel desapareciera y que la pesadilla harto conocida se repitiera, y obvio, quién no entra en paranoia con tantas persecuciones, ya veía cosida en mi ropa aquella estrella amarilla. Fue la primera vez que me sentí engañada por una sociedad con un sólo punto de vista. ¿Cuántos años tuvieron que pasar para que cayera en mis manos ese libro que haría que yo pensara por primera vez en los árabes como seres humanos con derechos, dolores, emociones, dudas; con las mismas inseguridades, deseos y fantasías que me aquejaban a mí? Confieso que me da vergüenza mostrar a esa que fui y decir lo que acabo de escribir; aunque sé que si yo fui así, es porque ser así (tener un solo punto de vista), era lo normal en mi vida de entonces. En la versión que había tenido, los árabes querían acabar con los judíos, por lo tanto eran malos y los judíos… acabábamos de enterarnos de lo que los nazis… pero no quiero lastimar más a tantas familias afectadas. Lo peor es que en estas cosas todos son víctimas.

Qué peligroso sólo un punto de vista en la vida. Por eso valoro a tal grado la conferencia de Chimamanda Adichie El peligro de una sola historia. Por algo ésta nigeriana lanzó un grito al mundo escribiendo su historia. Viajó, y estudió en diferentes lugares del mundo y en todos creían que en su país sólo había hermosos paisajes, animales y gente incomprensible que muere en la pobreza y sida, etcétera, así como ella creyó, entre otras cosas, que los mexicanos éramos todos, los inmigrantes que son arrestados en la frontera de E. U., o el clásico indígena al lado de un maguey y no la enorme diversidad de seres que ella misma vio el primer día que dio una caminata en Guadalajara. Había creído la historia única sobre los mexicanos y estaba muy avergonzada.

Y cuánto tiempo tuvo que pasar para que yo cuestionara que si el camino de la guerra, no es ni el más recomendable, ni el único, aunque a lo mejor en el inicio, no hubo otra forma que defender, hasta con los dientes, una tierra para los judíos en algún lugar del planeta, por eso, obvio, cómo voy a quitarle el valor a tener un ejército que defienda ese derecho indiscutible, pero también, hay que invertir tiempo y esfuerzo en procurar un entendimiento amistoso, de respeto, entre seres humanos de diferentes ideologías y religiones, mismo entre miembros de una familia de diferente sexo, de diferentes temperamentos, de diferentes valores, sin entender que ser distintos es lo normal y que además es lo más interesante y que aprender a vivir con esas diferencias, es nuestro quehacer cotidiano que nos llevará a vivir respetando y respetándonos. No está en mis manos, ni pretendo un acercamiento político, sino un acercamiento entre seres humanos.

No basta el triunfo, se requiere la paz. La armonía. Ya pasaron desde la proclamación de la Independencia, 1948, setenta años, ¡por Dios! y no se logra una convivencia enriquecedora y pacífica. ¿Y si pasaran otros setenta años sin que logremos los humanos, tan frágiles y vulnerables, mirarnos con mirada benévola? Hace pocos años, se estrenó la película Promesas, de tres jóvenes mexicanos que entrevistaron tanto a familias judías como árabes, para mostrarnos en vivo y a todo color ese odio ancestral tan arraigado, e inoculado de generación en generación de ambos bandos, y una posible solución a largo plazo, si eso, por convencimiento, por absoluta necesidad, deja de hacerse. Y ahora, al regreso de mi segunda estancia en Israel, me llega el libro de David Grossman Ausencias Presentes. Conversaciones con palestinos. 1994… Despierta mi rabia, esa guerra parece no tener fin. ¿Qué quiere decirme? ¿Qué quiere de mí?  Por eso la reflexión con la que inicié este escrito: “Estaba yo haciendo algo sin saber que lo hacía para demostrar que árabes y judíos en esta tierra de Jerusalén pueden acercarse, que es fácil romper ese hielo al parecer indomable”. Todo lo que quise decir, decirme, decirles, por el sólo hecho de acercarme de alguna manera a ellas, las jordanas, como representantes del pueblo árabe en general, de haberle tomado la mano a la musulmana que me miraba con gran simpatía en el tranvía, fue, ahora lo entiendo, crear un silencioso vínculo a través de la sonrisa, era demostrar que existe la posibilidad de tener otra historia. No sólo nos hacen, cuenta ella y yo también, contamos todos. Si no es así, pierden todos. Se necesitan nuevas generaciones de árabes y de judíos que se miren con compasión (padecer juntos la misma cosa que yo), para encontrar la manera de compartir con equidad esa tierra, y sane ese cielo, para que brille.

Para, y por algo se dan en ambos pueblos cerebros tan extraordinarios, para en eso también ocuparlos. No  hay de otra, o seguirá produciéndose la Guerra de… o la de, como la de… se les encontrará nombres a las que vengan.

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