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viernes 22 de noviembre de 2024

Crónicas Intrascendentes. Parte CXC

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LEÓN OPALÍN PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO

 

El Fin de Año

Este fin de año me fue difícil; el 22 de diciembre en la madrugada tuve que llevar de emergencia a mi esposa a un hospital del sur de la Ciudad de México, tenía vómito, diarrea y un fuerte dolor de estómago. Le hicieron diferentes estudios y aparentemente tiene gastritis infecciosa, tenemos que esperar al inicio del 2016 para conocer los resultados de unas biopsias que le tomaron, su estado de salud no se ha estabilizado. Simultáneamente  se “me volvió a destapar la presión”, quizá como resultado de la fuerte impresión que registré por su estado de salud y los dolores del hombro (desgaste de la clavícula) que se me han agudizado y me causan mucha tensión y una gran impotencia para desempeñar actividades cotidianas como peinarme o ponerme una camisa; sin embargo, lo que más me duele es no poder cargar a mi nietecita Orli, de un año, o jugar con ella en el suelo. Empecé una terapia de rehabilitación y la suspendí por la elevada presión arterial que he registrado.

En este contexto, tuvimos que cancelar la comida que cada año realizamos con nuestros amigos de toda la vida, Bila y Abraham, para la que mi esposa prepara platillos de la Navidad: romeritos, bacalao, caldo de camarón, entre otros. No obstante, mi esposa, después de dos días de estancia en el hospital, preparó una lasaña para mi hijo menor que la sirvió en la noche del día 24, aunque ella y yo no la pudimos comer debido a nuestro estado de salud, nos sentamos los tres alrededor de la mesa a platicar en un entorno de ensueño, en el que se convierte la casa con los arreglos que con gran sensibilidad decorativa realiza mi esposa.

El ambiente de fin de año es para nosotros de gran nostalgia, en virtud de que mis hijos mayores y mis nietos, desde hace años, salen de viaje en esta temporada. Mi hija menor Tali, no nos acompaña en nuestra reunión familiar en mi casa, en virtud de que es practicante ortodoxa del judaísmo, y mi hogar está decorado con artículos religiosos, que sin ser objeto de adoración, sólo afición a este arte, por sus creencias dogmáticas rechaza estar en los convivios familiares.

Como judío, percibo a la Navidad como parte de la tradición mexicana, desafortunadamente esta celebración se ha comercializado en extremo; cada vez más las familias mexicanas llevan a cabo las celebraciones navideñas como meros actos sociales para disfrutar de la comida y de las bebidas, alejándose del verdadero propósito místico de celebrar el nacimiento de Jesús. Ciertamente, el pasado 24 de diciembre escuchaba uno de los programas grabados del fallecido Ernesto de la Peña (1927-2012), nacido en la Ciudad de México, quien fuera un celebre escritor, lingüista, polígrafo, académico, erudito y amante de la buena comida y bebida, en el que decía que las familias mexicanas ya no hacen pesebres alrededor del árbol de navidad como se hacia antaño, y que formaban parte de la esencia del entorno de la Natividad de Jesús; en vez de ser la Navidad una celebración solemne en la que  el pesebre significa la humildad de su nacimiento, ésta se ha transformado en una pachanga (fiesta).

En México y en todo el mundo los individuos, sean o no creyentes, no pueden desprenderse del sentimiento que se crea en el ambiente para las reuniones familiares. La nostalgia por tener una familia en esta época, y si no se tiene o se está separado de esta última, induce a la depresión de las personas, e incluso a algunas de ellas al suicidio; este fenómeno está documentado en varios países, especialmente en los más desarrollados.

Si bien disfruto de las tradiciones de México, no me olvido de mis raíces judías. Este diciembre, como todos los años festejo Janucá (la fiesta de las luminarias) durante 8 días, encendiendo las velas de la Janukia (candelabro), digo la bendición alusiva a esta celebración. El año pasado encendimos la primera vela de Janucá en la casa de mi hija menor, Tali, también estuvieron presentes sus suegros y, por primera vez, mi nietecita Orli, en aquél entonces tenía escasamente un mes de nacida, fue objeto de un rezo especial.

Janucá es una fiesta de alegría por el triunfo de los Macabeos, una familia sacerdotal que inició el levantamiento de los judíos en el año 167 AC contra los griegos, que bajo el poder de Antíoco Epifanes saqueó el sagrado Templo de Jerusalén y prohibió a los judíos todo aquello que tenía relación con su fe: la celebración del Shabat, la circuncisión, el uso de tefilim (filacteleas) en sus rezos, entre otras múltiples restricciones. La guerra de los judíos contra los griegos, también fue una guerra civil entre judíos leales al judaísmo contra judíos que se habían helenizado y que estaban del lado de los griegos.

Al mismo tiempo, Janucá representa el milagro del aceite de oliva que encendía el Candelabro de Oro del Templo, que fue encontrado en una vasija del mismo, sellada con la insignia del Sumo Sacerdote; si bien solo era suficiente para una noche, prendió por ocho días. Cabe destacar que todo el aceite de oliva disponible en el Templo había sido profanado por los griegos; conseguir el mejor aceite de oliva (como lo especificaba la Torá, libro Sagrado de los Judíos, en la que se indicaba que tuviera el mayor grado de pureza, ello implicaba su cultivo en tierras vírgenes, sin uso de fertilizantes, recolección de las aceitunas de las ramas más altas) provenía de los huertos de Tekúa, distante a tres días de viaje, de manera que utilizar ese aceite implicaría una jornada de siete días; “nadie quería utilizar un aceite de calidad inferior; de manera que el milagro de Janucá fue el hallazgo de la vasija y que sirvió ocho días para el encendido del Candelabro.

Posteriormente los Macabeos purificaron el Templo y lo reinauguraron el 25 del mes de Kislev del calendario judío, fecha en que se comienza a celebrar los ocho días de Janucá, palabra hebrea que significa inauguración. Las velas de Janucá simbolizan la fortaleza interna espiritual del pueblo judío que, a pesar de todas las dificultades, nunca se extingue.

La reinauguración del Templo no acabó con la lucha. Una guarnición griega se mantuvo apostada en Jerusalén en la fortaleza Acra; el ejército griego se situó en Jerusalén e intentó reconquistarla. Los griegos y judíos debieron luchar más batallas antes que el conflicto terminase. Recién en el año 167 AC, los griegos se cansaron de luchar y firmaron un tratado de paz con Shimon, el último sobreviviente de los cinco hijos de Matitiahu.

En Janucá se acostumbra regalar monedas a los niños, esta práctica está relacionada con las monedas que acuñaron los Macabeos al restablecer la independencia. Las monedas tenían la imagen de la Menorá (candelabro) del Templo. Le regalé a mi nieta Orli 13 monedas de plata (onza troy); a mis otros nietos durante varios años les obsequié monedas conmemorativas de oro, plata y bronce, principalmente, y sobres con timbres conmemorativos de eventos importantes en la historia de México como el centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia. A mi hijo mayor, Natan, le di una moneda de oro de 24 kilates, del tamaño de un centenario, que mi padre me dio, conmemorativa de la creación del Estado de Israel en 1948.

Queridos lectores concluyo estas Crónicas con el deseo de que tengan un feliz 2016, con mucha briut (salud) parnasá (prosperidad) y paz.

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