Da Akko ejemplo de coexistencia

El rabino tiene un iPhone. El imán, un Android. En esa diferencia aparentemente insalvable podría residir el éxito o fracaso del proceso de paz entre israelíes y palestinos.

El rabino se llama Yosef Yashar; el imán, Samir Asi. Ambos son los líderes espirituales de dos religiones que el mundo cree que no pueden convivir y, sin embargo, en Akko conviven.


AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – El rabino se llama Yosef Yashar. El imán, Samir Asi. Ambos son los líderes espirituales de dos religiones que el mundo cree que no pueden convivir y, sin embargo, en esta pequeña ciudad del norte de Israel pegada al Mediterráneo, conviven.

Con 54 mil habitantes, Akko -o Acre-, es lo que en Israel se conoce como una ciudad mixta. Con 26 por ciento de población árabe, en su mayoría musulmana, la mezcla es incluso superior a la tasa nacional, que se sitúa alrededor del 20.7 por ciento.

Por lo tanto, si la convivencia entre judíos y árabes estuviera condenada de antemano al encontronazo, Akko sería un campo minado.

No lo es.

“No sé por qué no funciona así en todos lados”, se pregunta en voz alta el rabino Yashar. “Parece la cosa más sensata que se puede hacer”.

“Dice el Corán que debemos de tener una relación pacífica con nuestros vecinos, incluso si nos odian”, apunta el imán Asi.

“Todavía más si esos vecinos respetan mi derecho a practicar mi religión”, agrega el jeque, conocedor de que el Ministerio del Interior israelí financia, en parte, el mantenimiento de ésta y todas las mezquitas de la nación.

“Cualquier otra alternativa de comportamiento está condenada al fracaso. No sólo es la fe: es el sentido común”, sentencia Asi.

Ese pragmatismo ha llevado a ambos líderes, amigos desde hace tantos años que no pueden ponerle fecha, a visitar junto con sus respectivos fieles los campos de concentración en Auschwitz.

Lo que en otros países sería una visita normal, entre la comunidad musulmana de Israel es un tema espinoso, ya que abundan los negacionistas del Holocausto, la herida más profunda para los judíos.

Pero Yashar y Asi tuvieron éxito en su paseo. Tanto, que ahora éste se repite cada año con generaciones enteras de estudiantes preparatorianos.

Del mismo modo ambos líderes visitan escuelas judías uno, musulmanas el otro, organizan conferencias, encuentros interreligiosos y son anfitriones de convivios donde las diferencias se disipan en un mismo plato de humus.

A lo largo de esta ciudad amurallada, escenario de batallas napoleónicas, los centros comunitarios tienen actividades conjuntas, en las que musulmanes y judíos aprenden a pelear… pero con una tabla de ajedrez de por medio.

La orquesta juvenil de la ciudad, mixta también, viaja a Europa para dar conciertos, financiada por el Gobierno municipal y los padres.

Tal es el éxito social de Akko –donde la sinagoga principal está en medio de un barrio árabe, entre casas que presumen imágenes de La Meca en el dintel de la puerta, a unos pasos está el templo cristiano de San Francisco– que gobiernos de otras ciudades mixtas, como Lod o Nazaret, han venido a pedir consejos.

“(Pero) no es un modelo matemático. Los dos lados tienen que creer en él”, afirma Ohad Segev, administrador municipal de Akko.

El Alcalde, Shimon Lankri, que lleva 12 años en su puesto, es judío; el vicealcalde, musulmán y miembro del Movimiento Islámico.

“(Judíos y musulmanes) caminamos por las mismas calles, compramos en los mismos supermercados, vivimos en los mismos edificios”, afirma Lankri.

El nombre de esta ciudad sólo se había publicado una vez en la historia de este periódico… para hablar de lo bien que se come. Sus habitantes no son famosos. No ha habido un atentado en años.

La paz, a veces, no es noticia.

Excepto cuando se trata del nombre verídico de un restaurante en Akko, que se encuentra, quizá no por accidente, en la intersección de una calle llamada Weizman y otra nombrada Salah ad Din.

Fuente: Reforma

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