Yo quería ver a Forrest Whitaker o a Al Pacino que están ahorita en Broadway; el musical Hamilton; a Jeff Daniels y Michelle Williams en Blackbird; Matilda con mis hijas, o de perdis a Bruce Willis en Miseria, pero mi cuñado nos invitó generosamente a ver este clásico que me daba güevita y terminó por conmoverme hasta las lágrimas.
DALIA PERKULIS
Un amigo de mis padres se queja en yidish de que “no es chistoso” ser padre de cuatro hijas: “Siz nit kain guelejter“, dice. Bueno, Tevye el lechero, el célebre protagonista de “El violinista en el tejado” tiene cinco de ellas y lo sabe. El musical está de vuelta en Broadway desde el 20 de diciembre del 2015, dirigido por Bartlett Sher. Es la sexta puesta en escena ahí de esta obra con música original de Jerry Bock y canciones de Sheldon Harnick, desde que se estrenara en Broadway por primera vez en 1964.
Tevye el lechero es un hombre humilde y chambeador, un judío ortodoxo que vive en el pueblo ficticio de Anatevka, en un “shtetl” (sector judío con sus propias costumbres dentro de un pueblo o aldea) en la Ucrania zarista de 1905. Su prioridad es casar a sus cinco hijas con “buenos partidos”, es decir hombres provenientes de familias conservadoras como la suya. Si además son ricachones para que de una vez dejen de ser pobres, mejor. Pero las cosas no le salen a pedir de boca.
Primero Tevye tiene “la suerte” de que el viudo Lazar Wolf, un carnicero adinerado se fije en su hija mayor Tzeitel y se la pida en matrimonio. El conflictuado padre accede en una negociación en una taberna en la que el virtual yerno termina llamándolo “pa”, a lo que Tevye, dotado de un sentido del humor inquebrantable (y muy judío), responde que siempre quiso tener un hijo pero de preferencia menor que él. Tevye da la buena noticia a su esposa Golde y luego a su hija mayor, la implicada en esta boda arreglada, y ella le ruega que deshaga el compromiso porque ama a Motel, un pobre y tímido sastre que se arma de valor y le pide a Tevye la mano de su hija. A Tevye le cuesta un trabajo horrible acceder porque los hijos se casan con quien les elige la casamentera (“la matchmaker”) con la venia de sus papás, pero se deja conmover por los ruegos de su hija de que “no la condene a la desdicha”.
Ahora Tevye, en una de las mejores escenas del musical, tendrá que montar una enorme farsa para disuadir a su esposa dura e intransigente, pero muy supersticiosa, del recién acordado matrimonio con el carnicero viudo. Durante la noche, en camas separadas como duermen los judíos ortodoxos para evitar cualquier contacto físico durante los días impuros de la mujer, los días de la menstruación, Tevye despierta a su esposa Golde y le dice simulando un sobresalto que tuvo una pesadilla: que en sueños se le apareció la abuela de su esposa, su homónima Golde la original, y la esposa muerta del carnicero, Frume Sore, para decirle que si su hija y el viudo se casan estarán condenados a una suerte trágica y que sugieren, en su lugar, que Tzeitel despose a “un tal Motel”, “un sastre al parecer” (disimula Tevye para apoyar a su hija), ya que dicho matrimonio sí gozará de buena fortuna. Es tal el temor y los horrores que Tevye le infunde a su mujer según su falsa pesadilla que ella termina rogándole que casen a la mayor con “¡Motel, el sastre!” y asunto resuelto.
En la boda de Tzeitel los padres de la novia cantan el tema “Sunrise, Sunset”, que cuestiona cuándo creció la hija que apenas era una niña y se convirtió en mujer, entre amaneceres y atardeceres. Es la versión jadísica que resume ese síndrome de la película “El padre de la novia”, de cuando los padres ven a su hija de novia y evocan una emotiva retrospectiva mental de su “pequeña”.
Esa canción hacía llorar a mi padre. Aunque él nos decía de broma a mi hermana y a mí que huyéramos con nuestros prometidos para ahorrarse la boda y que él nos daba una lanita por debajo para empezar, que se haría el sorprendido pero nos daría su bendición, soñaba con entregarnos de novias en fastuosas bodas con ese tema de fondo. A mi hermana sí “la casó”, pero se les olvidó tocar la canción en la ceremonia y para mi boda sí tocamos la canción pero ya había muerto mi papá. Las cosas no salieron a pedir de boca tampoco, pero sí se le hizo que ambas nos casáramos con buenos partidos judíos.
De vuelta a la boda de Tzeitel, hay también una coreografía donde los varones bailan con una botella sobre la cabeza sin tirarla, es lo único que a mis hijas les gustó de la obra. A ellas no les significó gran cosa. Y el casamiento termina en humillación cuando las autoridades de Anatevka irrumpen y profanan el recinto violentamente. Así concluye también el primer acto.
La incorporación a la familia de los yernos indeseados se repite en el segundo acto con la segunda hija, Hodel, quien elige como marido a un rebelde profesor judío de ideas revolucionarias, considerado un radical incluso por sus ideas audaces acerca de que las mujeres estudien, que hombres y mujeres religiosos convivan más de cerca o que los judíos se levanten en armas para luchar por sus derechos civiles.
La tercera hija, Chava, decide casarse con un “gentil” o “goy” en yidish, es decir un hombre que no es judío, y eso sí es inadmisible para los padres Tevye y Golde, quienes dan por muerta a su tercera hija ante esta decisión. Sólo hasta el final se reconcilian, la “aceptan”.
Intermitentemente, Tevye se topa con un oficial de policía, un personaje antagónico, que lo amedrenta por ser judío y ejerce en todo momento una presión hostil sobre el personaje y su entorno con agresiones sutiles como “eres agradable, para ser judío”, o advirtiéndole que vienen “pogroms”, es decir masacres contra los judíos y hay que estar preparados; ni se diga al participar en la destrucción violenta el día de la boda y finalmente es el que notifica a la población judía de Anatevka que ha sido expulsada de ahí por decreto del zar.
Mi abuelo materno, originario de un pueblo llamado Velegarodka en Rusia, fue víctima y testigo de esos “pogroms”. Él se estableció en México en diciembre de 1928 junto con la menor de sus hermanas. Las tres mayores ya vivían en Chicago, en Estados Unidos, a donde los dos menores ya no consiguieron la nacionalidad.
Durante toda la obra merodea también la figura del “violinista sobre los tejados” y entre las casas judías. Se pasea tocando en vivo su violín con vestuario jasídico y una túnica morada, en una imagen mística altamente chagallesca, como símbolo de la marca de itinerancia y persecución que ostentan los hogares judíos.
Al salir expulsados de Anatevka los judíos cuestionan al rabino del “shtétl”: “¿no que el Mesías nos vendría a salvar?”. A lo que el rabino responde: “Sí, pero por ahora es momento de empacar”.
Muy importante en esta obra es la figura de la casamentera, quien representa también a las señoras chismosas del pueblo –“pueblo chico infierno grande”– y aunque no tiene mucha suerte con la familia de Tevye porque ahí cada quien hace lo que quiere, no se da por vencida y al final trae también prospectos para las dos hijas menores que permanecen solteras. “¿Cuál para quién?”, pregunta Golde la madre; “da lo mismo”, responde la casamentera, para enfatizar el por qué de la resistencia de las tres hijas ya casadas, quienes no se dejaron manipular.
Cuestionar la tradición es el “leit motif” y “Tradición” el tema musical más pegajoso que reverbera de principio a fin del drama como hilo conductor, donde Tevye no sólo va a tener que ser flexible con respecto a sus convicciones y ceder ante las presiones de sus hijas que no acatan las estrictas reglas religiosas tal cual, sino además luchará como miembro del “shtetl” por la libertad de credo de su comunidad, ante un entorno hostil que ejerce una amenaza constante cada vez más palpable contra las costumbres de dicha comunidad, hasta expulsarla.
Es un musical ambientado a principios del siglo XX como se dijo, con vestuario, música y coreografías pintorescas al estilo jasídico alegre y festivo, “naíve”, de tinte folclórico.
Durante toda la obra el caballo de Tevye brilla por su ausencia, ya que se le rompió una herradura, así que él anda solo a su suerte jalando su carreta para despachar la leche. “Tengo que apurarme que va a empezar shabat” le platica a Dios (y hay que guardar descanso). Se ve a las familias reunidas alrededor de la mesa en diversos hogares judíos en una escena a oscuras solamente iluminada por el encendido de velas ritual en cada uno de los hogares.
En el trayecto dramático se develan la fe y el optimismo de Tevye ante Dios, con quien sostiene conversaciones en voz alta. “Gracias por hacernos el pueblo elegido”, le reclama sarcásticamente como reprochando “no nos hagas favores”; le canta el clásico “Si yo fuera rico” (“If I Were a Rich Man”) y le platica sus peripecias.
Se revela también la abnegación de Tevye a su esposa Golde, una mujer dura y controladora como ya se ha dicho a quien le tiene pavor, por si fuera poco que lo manipulan sus cinco hijas. En toda la obra no puede sacarle a su mujer una confesión de amor.
En un rectángulo recortado en el primer tercio del escenario se divisa al director de orquesta durante todo el espectáculo. La orquesta que toca en vivo desde luego se despliega un piso abajo del escenario. Los actores rodean la zona con toda naturalidad, como si el área musical fuera un árbol o una carreta parte de la escenografía. El teatro “Broadway” imponente, con majestuosos candelabros antiguos de cristal que penden del techo.
El musical está basado en los cuentos de “Tevye el lechero” o “Tevye y sus cinco hijas” del autor ucraniano (o ruso según la división política del momento) Sholem Aleijem, cuya obra fue escrita en yidish, quien por cierto murió en Nueva York el 13 de mayo de 1916 y a cuyos funerales asistieron miles de personas en esta ciudad.
Actores como Alfred Molina y Haim Topol, quien hizo el papel de Tevye en la versión cinematográfica que se estrenó en 1971, han hecho al lechero en Broadway en versiones anteriores y la actriz Rosie O’Donnell ha caracterizado a Golde (le queda perfecto).
Danny Burstein es Tevye y la actriz Jessica Hecht es Golde en esta versión actual. Ambos llenan el traje como hecho a la medida. Las actrices Alexandra Silber, Samantha Massell y Melanie Moore hacen los papeles de las tres hijas mayores Tzeitel, Hodel y Chava, respectivamente. Todos imperfectibles, actores de amplia experiencia en Broadway, multi laureados y nominados a Tonys en la meca del teatro occidental, el de más alto estándar de calidad, que no es “enchílame otra”.
Yo quería ver a Forrest Whitaker o a Al Pacino que están ahorita en Broadway; el musical Hamilton, lo de hoy, que “cambia los formatos y ambiciones de los musicales y conmociona”, según me reporta un amigo periodista de allá; a Jeff Daniels y Michelle Williams en Blackbird; Matilda con mis hijas o de perdis a Bruce Willis en Miseria, pero mi cuñado nos invitó generosamente a ver este clásico que me daba güevita y terminó por conmoverme hasta las lágrimas. Hasta los sollozos.
Además conforme se acercaba el 31 de diciembre (El violinista… la vimos el 26), Time’s Square estaba cada vez más abarrotado e intransitable, de modo que no se antojaba ir a formarse a la fila de los “Tkts”, boletos de por sí caros pero con descuento para el mero día, que de otro modo estaban a precio prohibitivo: de 200 hasta 1600 dólares.
Qué bueno que “me llevaron”, la verdad nunca había visto la obra ni la película o no me acuerdo. Ignoraba de qué iba la trama, no sabía por ejemplo que era una película sobre el exilio. Conozco todas las canciones y me pareció reconocer escenas, situaciones, nombres de personajes como “Frume Sore”. De alguna manera este musical marcó el inconsciente colectivo de mi historia, así como crecimos por ejemplo con retazos de los melodramas de Pedro Infante, que aunque no podamos enumerar con precisión, conocemos perfectamente.
Rompí en llanto al final. Cómo se me removió la infancia y la nostalgia. Cómo evoqué a mi padre que además era actor aficionado y clarito lo veía yo en el papel de Tevye en todo momento.
Fuente:animalpolitico.com
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