EMILIO DE BENITO
El psiquiatra sacó la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales.
De un plumazo, Robert Spitzer (Nueva York, 1932; Seattle, 25 de diciembre de 2015) curó a millones de personas. Fue en 1973, cuando el psiquiatra hizo un estudio sobre las personas homosexuales para determinar si su orientación sexual les causaba algún tipo de enfermedad psiquiátrica. La conclusión —que hoy parece obvia en el mundo occidental, aunque no en el resto— fue que no había tal patología. Ese mismo año, la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) aprobó eliminar la homosexualidad de su manual de enfermedades, el DSM, que entonces iba por la segunda edición.
El DSM está considerado la guía de referencia de la psiquiatría mundial, y normalmente marca la pauta en el resbaladizo terreno de decidir qué comportamientos o actitudes son normales y cuáles representan una patología. La Organización Mundial de la Salud siguió su criterio en 1990, cuando la institución reunió los apoyos suficientes para oponerse a las corrientes integristas de diferentes religiones que tienen poder en muchos países (esos 80 que penalizan la homosexualidad, para empezar) que se oponían a despatologizar la homosexualidad.
Campaña en su contra
No fue la única vez que Spitzer, titulado en Psiquiatría por la Universidad de Cornell y en Medicina por la de Nueva York, se interesó por la orientación sexual de los individuos. En 2001 hizo un estudio sobre las terapias que supuestamente la cambian y que aún se utilizan para volver heterosexuales a los homosexuales. Contra la opinión de la mayoría de sus colegas, publicó un artículo en el que avalaba esas consultas. Según sus datos, el 44% de las lesbianas y el 66% de los gais que decían que se habían convertido en heterosexuales tenían un comportamiento que se ajustaba a ese patrón. Sus anteriores seguidores, empezando por las asociaciones del movimiento LGTB (Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales), organizaron una campaña en su contra. Él argumentó desde la ciencia de sus números, con la fuerza moral que le daba su anterior trabajo, lo que descalificaba cualquier intento de llamarle homófobo. Mantuvo su criterio durante 11 años, hasta que él mismo se retractó del artículo argumentando que no era científico porque no había una manera objetiva de medir ese supuesto cambio de orientación. Estas terapias han sido rechazadas por la Asociación Americana de psiquiatría, y en febrero de 2015 el Tribunal Supremo de EE UU las prohibió.
Pero, por encima de estos episodios que le dieron notoriedad mundial, Spitzer está considerado uno de los psiquiatras más influyentes de la segunda mitad del siglo XX por su tarea para clasificar y homogeneizar las enfermedades mentales, sus definiciones y tratamientos. De hecho, participó activamente en el lanzamiento desde el primer DSM hasta el quinto, de 2013, y fue el director del tercero. Ya con anterioridad había demostrado ese interés por articular la disciplina con un primer trabajo, germen de los posteriores, en los que comparaba la definición y clasificación de las enfermedades mentales en Estados Unidos y Reino Unido. Para su tranquilidad, vio que a ambos lados del Atlántico se usaba un sistema similar, menos en la esquizofrenia, que en Estados Unidos englobaba un conjunto mayor de trastornos.
Ese interés por dotar de un corpus científico a la psiquiatría le llevó a enfrentarse a sus colegas cada vez que no estaba de acuerdo con algo. Su influencia fue decisiva a pesar de estar ya jubilado y con párkinson, por ejemplo, para dar fuerza a los críticos con el último de los DSM, el V, por la falta de transparencia en su elaboración y por no incluir algunos de los síndromes que él postulaba.
Fuente:elpais.com
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