DENNIS ROSS
Pocos asuntos han confrontado al presidente Barack Obama como el de Siria. A lo largo de casi cinco años de guerra en Siria, Obama ha enfrentado dilemas sobre cómo Estados Unidos debe responder y constantemente decidió hacer lo mínimo. Desde un principio, cuando la respuesta de Bashar Assad a los llamados a una reforma fue draconiana y las manifestaciones pacíficas se transformaron en un levantamiento, el primer instinto del presidente fue evadirse. Al mirar a Siria, vio un nuevo enredo en un conflicto de Oriente Medio, donde nuestra participación sería costosa, no conduciría a nada, y probablemente empeoraría las cosas. En casi todas las reuniones sobre Siria en las que se presentaron posibles opciones para involucrarse en la guerra civil, el presidente exigía: “díganme dónde esto termina.”
Sin duda, Obama estaba en lo correcto en cuestionar las alternativas. Pero él no hizo la pregunta necesaria: ¿Qué pasa si no actuamos? Si hubiese sabido que no actuar produciría un vacío que generaría una catástrofe humanitaria, una terrible crisis de refugiados, una creciente guerra de poder y el surgimiento del Estado Islámico en Irak y Siria, sus respuestas podrían haber sido diferentes. Sin embargo, Obama no hizo esta pregunta porque al mirar a Siria, vio a Irak.
Ante el doloroso legado de la guerra de Irak, sus acciones no son de extrañar. A sus ojos, Irak fue un error colosal. Obama fue electo para sacarnos de las guerras de Oriente Medio. ¿Pero Siria es realmente similar a Irak? Erróneamente creyendo que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, cometí el error de apoyar la guerra de Irak. Otros defensores de la guerra deben reconocer ahora que fue un error buscar un cambio de régimen, y no entender el vacío que creábamos al hacerlo; fue un error ir a la guerra sin un plan contundente y bien pensado de lo que se requeriría para crear una transición adecuada, incluyendo las fuerzas militares y policiales necesarias para garantizar la seguridad y los medios para establecer un gobierno; no debíamos habernos convertido en los administradores de Irak, y por ende, en el símbolo de la ocupación. La alternativa podría haber sido una administración provisional de las Naciones Unidas. Fue un error ir a la guerra sin tomar en cuenta las consecuencias de desatar un conflicto entre chiitas y sunitas que podría no estar limitado a Irak únicamente.
Pero Siria siempre ha sido un tema diferente. No se trata de una invasión estadounidense, sino de una revuelta interna contra un líder autoritario. Assad conscientemente la convirtió en un conflicto sectario, creyendo que podría sobrevivir sólo si los alauitas y otras minorías consideraban que su supervivencia dependía de la suya. A partir de entonces, el conflicto se transformó en una guerra de poder en la que Arabia Saudita y Turquía se volvieron contra Irán. El vacío no fue creado al sustituir el régimen de Assad, sino debido a nuestra indecisión de no hacer más que simples declaraciones – de sobreaprender las lecciones de Irak. Y ese vacío fue llenado por otros: Irán, Hezbolá y otras milicias chiítas proxis de Irán; Arabia Saudita, Turquía y Qatar; Rusia; y el Estado Islámico. La situación saldrá aún más de control a menos de que Estados Unidos ahora haga más por llenar este vacío.
Fuente: Politico Magazine
Traducción y edición: Esti Peled
Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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