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jueves 21 de noviembre de 2024

Era bulímica y le diagnosticaron cáncer: se repuso y se convirtió en atleta

En sus memorias, Just Three Words, la campeona de triatlón Karen Newman cuenta su sufrimiento de décadas con los trastornos de alimentación y cómo un diagnóstico de cáncer la ayudó a recuperar su vida

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AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – A los 46 años, Karen Newman ocultaba su bulimia. Era una atleta premiada de triatlón, estaba casada y tenía tres hijos, y era nutricionista.

Ese trastorno de alimentación, que en general viene acompañado de un sufrimiento agregado de gran vergüenza, la llevó una mañana de 2008 a desear la muerte. Era demasiada carga ya fingir que ella estaba bien, que podía con sus fantasmas, con la vida familiar y con el trabajo. Estaba en el baño de su casa, acababa de vomitar por octava vez en el día.

Tres semanas más tarde su universo se dio vuelta y quiso vivir. Y vivir bien, sin la tortura de la anorexia de su adolescencia o la bulimia de su adultez. Se debió a que escuchó apenas tres palabras, como se titula el libro que acaba de publicar (Just Three Words) en el que relata su experiencia de tragedia y superación:

—Karen, es cáncer.

En su blog, la autora cuenta que por increíble que suene, el diagnóstico de cáncer de mama en grado 3 no fue lo peor que le pasó en la vida, sino acaso lo contrario. “Fue lo que me salvó. Fue un llamado a la conciencia. Sabía que si no paraba, podría morir”. Pero no de cáncer. De sus trastornos de alimentación, o de su reacción a ellos.

Escribió en el capítulo 1 de su libro, “In the lion´s den” (“En el foso de los leones”):

“No estaba preparada. ¿Quién estaría preparado? Fue el martes 18 de marzo de 2008, veintiún días después del peor día de mi vida. La hora exacta, 4:53 de la tarde, quedó estampada en mi cabeza porque me pareció que el tiempo se detenía. Todo se veía con nitidez: el lirio a punto de florecer en su maceta en la mesada, las ramas del árbol que se movían suavemente por la brisa al otro lado de la ventana, la foto ligeramente descentrada en la pared, el polvo sobre la mesa negra. Estaba en una suerte de película en cámara lenta cuando escuché apenas tres palabras que penetraron mi mundo y cambiaron mi vida para siempre:

—Karen, es cáncer.

Mi mano comenzó a temblar incontrolablemente. Me quedé mirando fijo mis dedos alrededor del teléfono, como si pertenecieran a otra persona. Los instintos de supervivencia se activaron y pregunté con calma:

—¿Seguro?

La respuesta:

—Las cinco muestras tienen cáncer”.

Una enfermedad que causa vergüenza

El shock le trajo una sucesión de imágenes felices: momentos con sus hijos Stetson, Chase y Trent; el primer beso con quien sería su marido, Peter; el abrazo de su madre, la mirada de su padre. Pero cuando se filtraron los recuerdos de la adolescencia aparecieron las sombras: “La forma en que el fantasma de la muerte me amenazaba cuando me miraba en el espejo; las mentiras que me acostumbré a decir; el velo de la vergüenza bajo el cual me acostumbré a vivir; las maneras desesperadas en las que trataba de cubrir mis insuficiencias y a la vez de simular que no las tenía”.

Porque, en realidad, los desórdenes psíquicos y físicos de la anorexia habían atravesado esos años, y le habían dejado cicatrices. La más notable de las cuales era una continuación de lo que Newman describe en Just Three Words como “una voz en mi cabeza” o “la voz de la muerte”; también la llamaba “el Supervisor”, “el Amo”, “el Mentiroso”, “el Impostor”. Esa voz que representaba a sus demonios interiores le decía: “¿Cómo puede caber tanto en tu estómago?”, “Eres gorda”, “Tendrías que ser mejor”, “Eres despreciable”, “Estarías mejor muerta”.

Este sufrimiento psicológico a los quince años la mantuvo en un peso de riesgo, 74 libras (casi 34 kilos), y en la vida adulta —con excepción de los periodos de sus embarazos— la encerró en el secreto de que comía —en ocasiones, atracones mientras todos dormían en su casa— y a escondidas vomitaba. “Me odiaba tanto”, anotó en el blog que es el antecedente de este libro.

Cuando comenzó la carrera de nutrición en la Universidad de Vermont asistió también a una clínica para personas —en su enorme mayoría son mujeres— con trastornos de alimentación. Allí conoció a Peter, su esposo. Se volvió religiosa como en la infancia. Sintió que su vida estaba tranquila y plena, pero observó que muchas de sus compañeras de curso recurrían a prácticas de bulimia para mantener su peso. “Y así volví a invitar al demonio a mi vida”.

La invitación duró más de veinte años. En ese tiempo Newman no lo habló siquiera con su esposo; trató de mantener la enfermedad bajo control en silencio. Viajaba por los Estados Unidos para dar conferencias sobre nutrición.

Correr le hacía bien, aunque a veces se ejercitaba de más —otro síntoma habitual de los trastornos de alimentación—, y criar a sus hijos también. En 2001, contra toda expectativa para alguien amateur, fue aceptada para el Campeonato Mundial de Triatlón en Edmonton, Canadá.Así comenzó una carrera deportiva extraordinaria. Recibió premios en siete competencias en los Estados Unidos; en 2012 recibió la medalla de plata en el segmento para su edad del Campeonato Mundial de Triatlón de Auckland, Nueva Zelanda, y al año siguiente se quedó con las medallas de oro en triatlón y carrera de 5 kilómetros en los Juegos Nacionales para Adultos en Ohio, y repitió el primer puesto en los Juegos Mundiales para Adultos de Utah, donde rompió el récord mundial en triatlón para mujeres.

Mucho de esos logros sucedieron mientras Newman estaba en tratamiento contra el cáncer. Cuatro cirugías, rayos, quimioterapias. Pero, según ella, tenía la fuerza de quien ha luchado y derrotado a sus propios fantasmas, que le daban mucho más miedo que el tumor. De allí el título completo de su libro: Just Three Words: Athlete, Mother, Survivor. How One Brave Woman Against All Odds Wins the Race of Her Life (Apenas tres palabras: atleta, madre, sobreviviente.Cómo una mujer valiente ganó, contra lo esperado, la carrera por de vida).

La lucha contra el cáncer

El médico le dijo que sus probabilidades de supervivencia eran del 10% si no comenzaba el tratamiento de inmediato. Una serie de errores en los años anteriores habían hecho que su enfermedad pasara los controles sin diagnosticar: una mamografía no concluyente, una biopsia mal hecha (sobre células vecinas al nódulo, pero no del nódulo), la pérdida de una cita para una resonancia magnética que se hizo sólo nueve meses más tarde. De ese modo, el tumor había crecido, y avanzado sobre sus ganglios.

Por un segundo, mientras cortaba la llamada que le había llevado la noticia del cáncer, pensó que la quimioterapia la ayudaría a mantenerse en 105 libras (menos de 48 kilos). “Tan enferma estaba”, reflexionó en su libro. Las miradas de sus hijos menores, de 9 y trece años, la sacaron de esa idea delirante. Habían estado detrás de ella mientras hablaba.

Ella se quedó callada mirándolos. Chase, el mayor, no toleró el silencio:

—Mami, ¡¿qué dijeron?!

Y se puso a llorar antes de que ella articulara una palabra.

“Nada puede interponerse entre una madre y su hijo”, escribió Newman. “Es atávico, parte de nuestro ADN. Sólo podía pensar en arreglar esto, en luchar contra esto, en aniquilar esto, y en darle esperanza a mis hijos. No sabía cuán difícil iba a resultar esto, y de qué modo drástico me cambiaría la vida.” Trató de transmitirles esa especie de calma que le llegó con el impulso de dar pelea a la adversidad. “Puedo hacerlo. Voy a estar bien. Dios está conmigo. Mis hijos no se quedarán sin madre”, pensaba. “Le prometí a los niños que lucharía y que mantendría mi lugar en el equipo de los Estados Unidos y competiría, en tres meses, en el Campeonato Mundial de Triatlón en Vancouver”.

En los cuatro meses que siguieron al diagnóstico completó siete triatlones mientras recibía la quimioterapia. “Esa experiencia cambió mi perspectiva de lo que significa ser una campeona”. Tres médicos le desaconsejaron que hiciera ese esfuerzo físico y se expusiera al contagio de cualquier cosa, ya que el tratamiento bajaba sus defensas. Pero un médico entendió la necesidad de Newman y accedió a que compitiera siempre y cuando su nivel de glóbulos blancos no bajara de cierto nivel. Y así fue.

Y la idea de ganar se presentó con otras asociaciones: “Aprender a amarme a mí misma, y de ese modo dar amor al mundo”.

Desde 2013, Newman ha estado en remisión completa de su cáncer de mama, y superó la bulimia. Poder hablar de lo que le pasaba, cree, fue clave. La enfermedad medra en el silencio, y las víctimas creen que alguna vez romperán la vergüenza. Pero cuando ella supo que su vida estaba amenazada, sintió la urgencia de liberarse de ese peso.

Newman cree en el poder de las palabras. Por eso comenzó su blog. Nunca pensó en escribirJust Three Words: “No soy escritora”. Pero consideró que si las palabras de odio de esa voz imaginaria la habían sometido la mayor parte de su vida, tal vez su relato simple de esa experiencia y de su camino para torcerla podía ayudar a otros. La respuesta de los lectores de su blog la estimuló, y un agente literario al que conoció en una conferencia la convenció de que su historia era un libro, ese que sale ahora en los Estados Unidos.

Fuente: Infobae

 

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