Los problemas de Israel, por Esther Shabot

Ningún sistema democrático puede funcionar como tal si desaparecen los órganos de defensa de los derechos humanos y de las minorías.

Ayelet Shaked

No sólo la irresuelta cuestión palestina, la violencia terrorista de los últimos tres meses y el desafío representado por las intensas turbulencias regionales que agobian al Oriente Medio encarnan los problemas más graves que enfrenta Israel como nación. Tampoco es sólo el agresivo activismo del Estado Islámico, el Hezbolá y el Hamas lo que constituye una persistente amenaza hacia la integridad y seguridad del Estado judío. Hay otras realidades que se vislumbran tan riesgosas como las mencionadas, aunque en la prensa internacional acaparen menos espacios y sean más ignoradas por el gran público. Se trata de algo que ha ido desarrollándose sobre todo a lo largo de la última década, vinculado a los temas arriba mencionados y que tiene que ver con la vida interna de Israel. Es la calidad de la democracia, con sus naturales atributos, lo que ha ido erosionándose de manera creciente, poniendo en jaque muchas de las instituciones y prácticas propias del sistema democrático que había prevalecido en el país prácticamente desde su fundación.

La polarización política que ha vivido Israel en los últimos años ha dado como resultado el encumbramiento en el poder de un gobierno calificado por propios y extraños como el más conservador y de derechas que jamás haya tenido esta nación en sus casi 68 años de vida. Puede afirmarse, sin mucho riesgo de equivocación, que se trata de una coalición gobernante que representa a las premisas ideológicas y a los intereses ultranacionalistas y ultrareligiosos cuyas agendas se centran en la expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania y en una cada vez mayor injerencia de elementos religiosos en la vida pública. Para ambos objetivos los valores democrático-liberales resultan estorbosos o contradictorios, por lo que poco a poco y gracias a las ventajas que significa estar en el poder, tales valores están sufriendo una serie de embates cada vez más abiertos y preocupantes.

El más reciente episodio al respecto ha sido la iniciativa legislativa impulsada por la ministra de justicia, Ayelet Shaked, la cual pretende asfixiar a muchas de las más importantes ONG israelíes mediante la prohibición o limitación severa de recepción de fondos provenientes de instituciones de otros países, bajo la acusación a tales organizaciones de fungir como “agentes de intereses extranjeros que atentan contra la seguridad nacional”. El contraste radica en que tales restricciones no operan para la transferencia de recursos de donantes del exterior hacia la construcción de asentamientos, organismos vinculados a la derecha nacionalista e instituciones y seminarios religiosos, ello bajo la justificación de que en estos casos los donantes son privados y no gubernamentales. Pero es un hecho que ningún sistema democrático puede funcionar como tal si desaparecen o son reducidos a su mínima expresión los órganos de defensa de los derechos humanos y de las minorías, aun cuando éstos puedan presentar ocasionalmente fallas en sus juicios. Porque no hay duda de que la crítica, la autocrítica y la vigilancia del aparato de poder estatal para que no se extralimite en sus atribuciones y ejercicios es un factor fundamental para la vida en democracia.

Por añadidura, esta intentona legislativa que está avanzando ha contribuido no sólo a enrarecer el ambiente social estigmatizando desde las alturas del poder a quienes disienten de las políticas oficiales como “izquierdistas colaboradores del enemigo”, sino que también está aislando a Israel cada vez más de sus tradicionales aliados. El embajador estadunidense Dan Shapiro la ha criticado acerbamente y lo mismo se ha dejado ver en las páginas delWashington Post, en las que se ha manifestado que sólo países con cuestionable calidad democrática como China y Rusia poseen legislaciones semejantes. Es así que el Israel actual no sólo enfrenta el desafío de ser parte de una región turbulenta y violenta en extremo, con múltiples enemigos declarados, sino también el de estarse deslizando por una pendiente que lo está llevando a perder muchos de los valores democráticos y liberales característicos de las sociedades abiertas que anteriormente fueron parte.

Fuente: Excelsior

 

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