A Cristina Fernández de Kirchner siempre le molestó que la señalar como antisemita. Es lógico: se trata de una etiqueta que resulta muy incómoda para lo “políticamente correcto”. Sin embargo, la evidencia está allí, y el de CFK será recordado como otro de tantos gobiernos “izquierdistas” en América Latina en donde el desprecio hacia el judío, lo judío y los crímenes contra el pueblo judío fueron la constante. Justo eso que, en términos fríos y obejtivos, se llama antisemitismo.
Casi de inmediato se puso a circular la idea de que “podría” haber sido un suicidio, pero la evidencia que se fue analizando terminó por desmentir semejante absurdo. Sin embargo, el caso no caminó. Se quedó atorado en una especie de limbo jurídico muy similar al que –por cierto– Nisman estaba investigando: el atentado contra la Asociación Mutualista Israelita de Argentina (AMIA), ocurrido el 18 de Julio de 1994, y que dejó un saldo de 85 muertos y alrededor de 300 heridos. Caso que, hasta la fecha, sigue sin ser resuelto en cuanto a la aplicación de justicia.
Con el asesinato de Nisman volvió a ponerse en evidencia el grotesco entramado del antisemitismo institucionalizado en los gobiernos izquierdistas de América Latina.
Vamos por partes.
El trasfondo de todo el problema es, como ya se señaló, el atentado a la AMIA en 1994, un caso cuya investigación se vio exageradamente entorpecida durante el largo gobierno de Carlos Alberto Menem (1989-1999). La investigación fue, desde un principio, bastante torpe. Originalmente se le encomendó al juez Juan José Galeano, y en 1997 se agregó a Alberto Nisman, que para entonces ya era fiscal.
Desde entonces quedó en claro que el atentado había sido organizado por funcionarios de la Embajada de Irán en Argentina, y que había contado con el apoyo operativo de Hizballá. Sin embargo, la torpeza del juez Galeano –que pagó dinero a Carlos Telledín, el comerciante que vendió el auto con el que se cometió el atentado– hizo que en 2004 todo el avance que se había obtenido fuera anulado por decreto, aunque la investigación contra los funcionarios iraníes continuó. En 2006, Nisman quedó a cargo de la investigación. Galeano fue separado del caso, y en su lugar se designó al juez Rodolfo Carnicoba Corral.
En Octubre de 2006, Nisman solicitó órdenes de aprensión contra varios ex-funcionarios de la Embajada de Irán en Argentina, y contra Imad Mughniyé, un alto mando de Hizballá. Las órdenes fueron concedidas por el juez Carnicoba, y en Noviembre de 2007 la Interpol lanzó las fichas rojas contra los acusados: Ali Fallhijan, Mohsen Rezai, Ahmed Vahidi, Mohsen Rabbani y Ahmad Reza. Al año siguiente, un coche bomba en Damasco eliminó a Mughniyé. De inmediato, Hizballá acusó a Israel de haber organizado el atentado.
El escándalo siguió en 2009, cuando la Corte Suprema echó abajó la decisión de 2006 de anular la investigación, y se ordenó que el caso fuera abierto otra vez. Como consecuencia de esa medida, unos meses después se abrieron investigaciones contra el ex-presidente Menem, su hermano Munir Menem, el juez Juan José Galeaon, los jefes de la Secretaría de Inteligencia Hugo Anzorreguy y Juan Carlos Anchézar, y los policías responsables de la investigación, Jorge Palacios y Carlos Castañeda. Todos ellos acusados de encubrimiento y de entorpecer la investigación.
Sorprendentemente, en 2013 el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner firmó un acuerdo de “cooperación” con Irán para esclarecer el caso. Pese a las severas críticas en contra del proyecto, el Congreso lo aprobó en Febrero. Sin embargo, en un duro golpe legal contra el desempeño de Cristina Fernández, en Mayo de 2014 la Cámara Federal Argentina declaró inconstitucional el acuerdo con Irán.
Nisman siguió con su trabajo y e14 de Enero de 2015 soltó la bomba, acusando a Cristina Fernández de Kirchner de ser parte de un intento por encubrir a los ex-funcionarios iraníes, como una especie de condición en el marco de un acuerdo comercial que a Argnetina le “urgía” firmar con Irán. Según la acusación de Nisman, todo el intento por establecer una “comisión de la verdad” conjunta entre Argentina e Irán para “resolver el caso”, pretendía exonerar por completo a quienes ya se había señalado como responsables del atentado.
Nisman fue citado a comparecer el 19 de Enero ante el Congreso argentino para exponer oficialmente la acusación y las pruebas, pero es mañana fue encontrado muerto en su departamente, con una balazo en la cabeza.
Pero sucedió lo que, hasta cierto punto, era predecible: el caso Nisman empezó a entorpecerse tal y como había sucedido con el caso AMIA. Las primeras declaraciones vinieron de la fiscal Fein, que señaló que todo apuntaba a un suicidio porque no había modo de “demostrar la participación de terceras personas”. Sin embargo, unos días después tuvo que retractarse al admitir que las pruebas no habían encontrado pólvora en las manos del fiscal. Tras un mes de un absoluto caos en la investigación del asunto, el fiscal Gerardo Pollicita –que había retomado el caso que investigaba Nisman– solicitó que se investigue a Cristina Fernández de Kirchner y a otros funcionarios (entre ellos, el Canciller Héctor Timmerman y el piquetero Luis d’Elia) por intento de encubrimiento a los iraníes acusados por el atentado. Sin embargo, el juez Daniel Rafecas desestimó la denuncia. Sin embargo, el fiscal Pollicita apeló la decisión y el asunto fue turnado a la Cámara Federal. A finales de Marzo, en esa instancia se desestimó la causa por dos votos contra uno.
Un mes más tarde, la continuidad de la denuncia de Nisman quedó en manos del fiscal Javier De Luca, que finalmente declaró que con los elementos aportados por el fiscal asesinado no había modo de armar un caso contra Cristina Fernández. Sin embargo, recibió severas críticas por tratarse de un personaje muy cercano al Kirchnerismo. En Mayo, el asunto queda definitivamente desestimado. A la par del trabajo de De Luca, una junta médica fue designada para hacer otro análisis forense. Su dictamen final fue que Nisman podía haberse suicidado sin dejar rastros de pólvora en sus manos. Con todo esto, el caso parecía ir directo hacia el letargo.
Sin embargo, la situación se complica cuando a inicios de Junio se difunde un video del momento en que se hizo el primer peritaje en el departamento de Nisman, y se reabre un debate molesto que la fiscal Fein había intentado eludir: si se había alterado la escena del crimen. Justo un día antes de la difusión del video, se demostró que alguien había accesado a la computadora personal de Nisman la noche del 19 de Enero, y en el video se pudo corroborar que quienes hicieron el peritaje y que recogieron las pruebas –sobre todo, el arma homicida– no usaron guantes ni tomaron las mínimas medidas de seguridad para garantizar la integridad de la escena del crimen. Unos días después, se confirma que incluso el cadáver fue movido.
En medio de todo el proceso, llamó poderosamente la atención el conflicto directo que se gestó entre Sandra Arroyo Salgado –exesposa de Nisman– y diversos personajes oficialistas que estuvieron muy involucrados en la investigación, especialmente la fiscal Viviana Fein.
En una medida que tomó a muchos por sorpresa, la jueza Fabiana Palmaghini decidió tomar el asunto personalmente y destituyó del caso a la fiscal Fein a mediados de Diciembre.
¿Se trata de un cambio de aires a partir del reciente ascenso al poder de Mauricio Macri? La derrota del oficialismo Kirchnerista puso a Argentina en una gran expectativa, y Macri acaba de prometer que se encargará de que el caso Nisman sea resuelto.
Más allá de todos estos enredos y desenredos –de los que habrá que estar pendientes en los siguientes meses–, lo que resaltan son dos hechos indiscutibles: la voluntaria parsimonio de los ex-gobernantes argentinos para encargarse de que tanto el caso de la AMIA como el del fiscal Nisman no llevaran ninguna urgencia por resolverse.
Es un gesto típico de la mentalidad tercermundista y mediocre. Imagínense, justo hace un año (en los días en que mataron a Nisman), a un París sacudido por los atentados en la revista Charlie Hebdo, y escuchando a sus gobernantes decirles que la investigación para conocer a los autores de los ataques van a tardar un mínimo de 20 años. Y que es probable que los fiscales que se encarguen del caso sean asesinados.
En cualquier país con instituciones medianamente funcionales y una población medianamente exigente, algo similar haría caer al gobierno o, por lo menos, a buena parte de sus funcionarios.
Pero no en Argentina, pese a que el evento inicial –el atentado contra la AMIA en 1994– ha sido el peor evento de terrorismo en ese país, en toda su Historia.
Pero se trata de judíos. Judíos muertos. Judíos exigiendo justicia. Judíos y judías viudos, viudas o huérfanos. Judíos lisiados. Al gobierno de Menem –de origen sirio y siempre tan proclive a la judeofobia– no le importó, y por ello hay una causa en su contra por encubrimiento de los culpables. Néstor Kirchner fue el único que intentó reactivar una investigación certera, pero su esposa se doblegó ante Irán con demasiada facilidad.
Imagínense en los Estados Unidos, en 1942, al gobierno anunciando que abrirían una “comisión de la verdad” conjunta con el gobierno japonés para investigar el ataque a Pearl Harbor el año anterior. O al gobierno polaco, en 1940, solicitando la colaboración de Hitler para “investigar” los enfrentamientos en Polonia en 1939.
Es absurdo. No tiene el mínimo sentido lógico invitar al culpable de un crimen a que colabore en la investigación de ese crimen.
A menos que el objetivo sea exonerarlo.
Lamentablemente, este tipo de conductas institucionales son la norma en muchos gobiernos latinoamericanos de izquierda, y últimamente también en los Estados Unidos.
Se trata de una extraña vocación ideológica en la que lo único que tiene sentido es tomar partido. No existe la mínima conciencia moral.
Por ejemplo, Margaret Tatcher puede ser acusada –justamente, no hay duda– de haber sido una homófoba, y no falta quien la satanice por ello. Pero el Ché Guevara fue igualmente homófobo (de hecho, más radical), y de todos modos se le debe seguir considerando un héroe.
Ya desde hace un poco más de medio siglo podíamos ver esa incongruencia, incluso en grandes intelectuales como Jean Paul Sartre, que se atrevió a defender a Pol Pot sólo por su afinidad ideológica con el socialismo anti-yanqui. En ese extremo, no le importó que Por Pot fuera un despiadado criminal que dejó a su país bañado en sangre.
En la lógica más rudimentaria de las izquierdas tan emotivas y poco dadas al razonamiento crítico, simplemente hay que apoyar a quienes están “contra el sistema”. Y por “contra el sistema”, entiéndase contra Estados Unidos e Israel. Por eso no importa que personajes como Mao Tzedong, Stalin o el Ché Guevara hayan sido verdaderos criminales de guerra. Muchos consideran que se les debe ensalzar como héroes porque “se opusieron al Capitalismo”.
Partidismo. Mucho, sin duda. ¿Ideales? Técnicamente, sí. Pero cero conciencia moral, cero noción de lo que es bueno y lo que es malo, de lo que en última nos debería motivar para querer cambiar las cosas.
El asunto no para allí: se vuelve más extremo cuando se trata de judíos. Y, además, la moda progresista pseudo-izquierdista e irracional llegó a la “capital del sistema”. Es decir, a Estados Unidos.
En los últimos años, hemos visto un sorprendente desfile de imbecilidades protagonizadas por funcionarios europeos, de la ONU o, con cada vez más frecuencia, Barack Obama y John Kerry.
Por ejemplo, durante los conflictos en 2014 entre Israel y Hamas, Kerry se presentó con Netanyahu exponiendo una lista de condiciones exigidas por la administración Obama. Eran, literalmente, las mismas exigencias de Hamas, que se podían resumir como la rendición incondicional de Israel. Naturalmente, Kerry se fue con las manos vacías y con la cola entre las patas (permitidme la expresión) gracias a la siempre infalible colaboración de Hamas, que justo en ese momentó violó una tregua e intentó secuestrar a tres soldados israelíes. Kerry quedó en un ridículo absoluto y tuvo que regresar a Estados Unidos.
Luego vino el penoso asunto del arreglo firmado con Irán. Pese a la presión ejercida por Israel y sus frecuentes denuncias de que el arrego era un error, Obama se obstinó en seguir adelante. Cuando el Congreso cuestionó a Kerry sobre el contenido de las claúsulas discrecionales del tratado, Kerry tuvo que admitir –desconcertado– que nos las conocía. No las había leído. Él, Secretario de Estado.
Pero no importa: se trata de reforzar el proyecto de Barack Obama de hacer de Irán el gran aliado de los Estados Unidos en la zona, pese a que el gobierno iraní –con el beneplácito de su población– sigue haciendo llamados a “destruir Ámerica”. Cuando Kerry fue interrogado sobre ese tema gracias a lo que acababa de decir públicamente el máximo líder iraní (textualmente, “muerte a Estados Unidos y a Israel”), el inteligentísimo Secretario de Estado sólo se limitó a balbucear que “no sabía qué querían decir con eso los iraníes”.
No creo que no lo entienda. No creo que su estupidez vaya por esa ruta. Simplemente, es cínico. Demasiado cínico –y eso es lo estúpido del caso–, al punto de dejar ver descaradamente que Israel es algo que le molesta a Obama y a su gabinete, al punto de estar dispuestos a firmar tratados infumables con Irán (por si no se ha enterado, Estados Unidos acaba de anunciar que va a imponer sanciones contra funcionarios e instituciones iraníes por violaciones a varias sanciones de tipo militar; es una dura bienvenida a la realidad: Obama se obstinó en presentar a Irán como un socio “confiable” para hacer un tratado, y justo el día que se confirma que todo va muy bien, se anuncia que no, que todo va muy mal y se van a tener que imponer otras sanciones).
En la ONU nos han regalado otras joyas. Durante aquel conflicto en Gaza en 2014, la Comisionada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Navi Pally, acusó a Israel de “crímenes de guerra” por no compartir su tecnología militar con los terroristas de los que Israel se estaba defendiendo.
Es una lógica monstruosa, indecente, grotesca.
Y en ese mismo plano internacional, muchos de los últimos mejores momentos nos los ha ofrecido Margot Wallstrom, la impresentable Canciller sueca. Representante de un gobierno que ha dejado a su población en la indefensión absoluta ante los crímenes cometidos por inmigrantes musulmanes, se ha quejado de que Israel “ejecuta extrajudicialmente” a los terroristas palestinos, refiriéndose a todos los terroristas que han muerto en el intento de asesinar judíos.
En otras circunstancias, ante un comentario similar proveniente de un europeo uno simplemente podría hacer el reclamo de “lo dices porque no es a tu gente a quien están intentando matar”. Pero no. En el caso de Suecia no se puede, porque lo verdaderamente terrible del asunto es que los suecos están siendo sometidos a una violencia brutal por parte de extremistas musulmanes que han llegado al país como refugiados.
¿Cuál ha sido la reacción del gobierno socialista sueco? El apoyo incondicional a los refugiados musulmanes. Los propios suecos se quejan de que han sido abandonados por su gobierno. ¿Las consecuencias lógicas? Cada vez se vuelven más frecuentes los ataques de suecos contra inmigrantes. Y es un ciclo de violencia que no se va a detener.
Y la culpa es de la ineptitud del gobierno sueco. Por supuesto, Margot Wallstrom tiene otra versión: la culpa de toda esa violencia islámica contra los europeos la tiene Israel, porque es una expresión de “la frustración de los palestinos”.
Esa es la lógica con la que el gobierno argentino se movió en la investigación del atentado a la AMIA. La lógica con la que Cristian Fernández de Kirchner quería procesar el caso del asesinato de Nisman. En el fondo, no es otra cosa que antisemitismo, vulgar judeofobia. Al judío es al único que no se le debería ofrecer la posibilidad de la justicia.
Si vive, hay que atacarlo. Si es atacado, hay que convencerlo de que se deje atacar. Si se defiende, hay que acusarlo, perseguirlo. Si los problemas están en otro lado y no involucran a ningún judío, no importa, hay que señalarlo como el culpable por la frustración que le causa a vaya usted a saber quién. No importa.
El antisemitismo sigue siendo la tara cultural más grotesca en el mundo.
Pero lo peor de todo es que los judíos no somos quienes estamos llevando la peor parte por ello. Son los propios antisemitas los que están empezando a sufrir las consecuencias de preservar como un tesoro aquello de dónde proviene su antisemitismo: el odio.
En occidente, el antisemitismo fue una tara cultural propia del Cristianismo extremista típico de la Edad Media. Tuvo que llegarse al extremo de la II Guerra Mundial para que se hiciera toda una reflexión al respecto, y se puede decir que la mayoría de las Iglesias cristianas ya han marcado su distancia y rechazo a la judeofobia.
Pero el antisemitismo no desapareció. Se instaló en las izquierdas pseudo-progresistas. Incluso, regresó a algunas iglesias partidarias de la Teología de la Liberación.
En el otro extremo del mundo, el Islam vivió una situación perfectamente paralela, asimilando el antisemitismo como un rasgo cultural aceptado como natural y justificable.
Pero –ironías de la vida– el avance tecnológico del último siglo ha hecho al mundo un lugar demasiado pequeño, y lo que nunca se había dado de un modo tan evidente y contundente, por fin está aquí: la confrontación de un Occidente medio adormilado que en su afán de renunciar a la guerra también perdió sus capacidades de reaccionar rápido en defensa propia, contra un Islam agresivo y extrremista que ha abrumado por completo a quienes durante siglos fueron los exponentes del Islam culto y civilizado.
En ambos bandos se siguen quejando de los judíos, pero ahora la confrontación es entre ellos.
No, no es una nueva versión de las cruzadas. Es algo infinitamente peor, porque el terrorismo es un asunto global, y los grupos islámicos más radicales pueden atacar en cualquier lugar del mundo.
Sucedió en 1994 en Buenos Aires, cuando Irán financió un atentado contra una institución judía –por el puro hecho de ser judía–, que se saldó con 85 muertos y 300 heridos.
Sorprendentemente, Argentina no reaccionó. La militancia ideológica de sus gobernantes, que le dieron preferencia a sus intereses y lealtades que a la justicia y la sensatez, se encargaron de que hasta la fecha el asunto no esté resuelto. Todavía en una abyecta jugada, la ex-presidenta Cristina Fernández quiso exonerar a los culpables y protegerlos en el manto de la impunidad institucional.
Eso le costó la vida a un fiscal judío, hace exactamente un año.
Si no fuera por el creciente hartazgo del pueblo argentino contra la incompetencia de sus gobernantes, situación que permitió un cambio de gobierno, podríamos garantizar que el caso Nisman se iría exactamente a la misma congeladora burocrática a la que se lanzó el caso AMIA.
Ahora es Mauricio Macri quien tiene la palabra.
Ya veremos en los siguientes meses si nos demuestra que podemos conservar la esperanza de que se puede ser mejor.
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