GABRIEL ALBIAC
En Colonia, varones musulmanes aplicaron el criterio coránico, sobre hembras no musulmanas y, por tanto, apropiables.
Refugees Welcome! La bienvenida es un exorcismo: me viene diariamente a la memoria el axioma de los etnólogos, cuando paso ante el horrendo edificio que fue sede de Correos y es hoy ayuntamiento de Madrid. “¡Bienvenidos, refugiados!”, en lienzo enorme, que no afea aún más la fachada del palacio de Cibeles, porque eso es imposible. “Bienvenidos”.
¿Qué exorciza, en las comunidades humanas primitivas, el ritual, extraordinariamente codificado, de la bienvenida? Aquello a lo cual se teme. O aquellos. La bienvenida es una operación litúrgica, cuya función precisa es la de desactivar al enemigo. O al que puede serlo. En esa exacta medida, la bienvenida no borra la hostilidad. La sella. En el doble sentido de la palabra: poner una marca de identificación y encerrar en una cápsula impermeable. La bienvenida es un acto de guerra paradójico, que pospone el choque, que lo deja en suspenso transitorio, hasta que el desenlace se decante en absorción, alianza o conflicto.
Claude Lévi-Strauss, en un artículo de 1949, daba el envite exacto de esa ambivalencia que pervive siempre en el acto hospitalario. Y de cómo nos empecinamos en ocultarnos su desasosiego: “Todo el esfuerzo del pensamiento cristiano moderno ha estado enteramente dirigido hacia una ampliación constante de los límites del grupo humano, hasta hacer la noción de humanidad coextensiva al conjunto de los seres humanos que pueblan la superficie del globo. Pero, en la medida en que hemos tenido éxito –y sabemos, sin duda, cuan imperfectamente–, hemos perdido algo; hemos perdido, precisamente la posibilidad de pensar esta humanidad indefinidamente ampliada como un conjunto de grupos concretos entre los cuales debe establecerse un equilibrio constante entre la competición y la agresión”. Y los olvidos no borran lo real.
Las constricciones materiales no se esfuman al contacto con las buenas voluntades. Permanecen, configurando mentes y comportamientos. La constricción material de la religión islámica –en todas sus variedades– impone como ineludible una jerarquía de origen divino entre varones y hembras: las segundas bajo el imperio de los primeros. Así lo dictan Libro y Ley. En la variedad más literalista –la de los yihadismos–, esa subordinación se prolonga en la deshumanización de las hembras no sometidas al islam; y en su consiguiente reducción a mercancía: objeto de trueque, compra o expropiación bélica. Es lo que, entre Iraq y Siria, han impuesto los clérigos del Daesh sobre cristianas y yazidíes: “Las incrédulas capturadas nos pertenecen, una vez que el imán las haya distribuido”.
Las agresiones sexuales de nochevieja en Colonia fueron algo aborrecible, pero no extraño. Varones musulmanes aplicaron el criterio coránico, en el cual su conciencia de varones fue gestada, sobre hembras no musulmanas y, por tanto, apropiables. Y el exorcismo de la hospitalidad chocó con una norma litúrgica más fuerte. Y fue roto. Prevaleció lo hostil; el ensueño universalista quedó en nada: Refugees Welcome!
Fuente:abc.es
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