Angelina Muñiz y Alberto Huberman forman una pareja excepcional: Muñiz es poetisa, escritora y docente (además de personaje del año 2015 de Enlace Judío) y Huberman un gran médico e investigador. Sin embargo, detrás de la fachada de dos apacibles académicos, se esconden unos héroes, pues lucharon, en la década de los 70’s, a favor de los refuseniks de la entonces Unión Soviética, también llamados Prisioneros de Sión, que pagaron con su libertad- y muchas veces con su vida- la osadía de querer trasladarse al Estado judío.
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO- Entre estos refuseniks estaba Nathan Sharansky, preso político de la exURSS vuelto político israelí, quien, en una reciente visita a México, habló de su vida en este país y de su encarcelamiento durante 9 años en Siberia.
En su departamento, Angelina y Alberto nos recibieron, para relatar cómo un grupo de mexicanos, judíos y no judíos formaron el Comité Pro Derechos de los Judíos en la Union Soviética e influyeron sobre el gobierno soviético para salvar a prisioneros de consciencia, castigados por querer emigrar a Israel.
“Todo empezó”, recuerda Huberman, “cuando, en septiembre del 1948, Golda Meir fue nombrada primera embajadora de Israel en la URSS. Poco después de su llegada, surgió la fecha de Rosh Hashaná. En la sinagoga de Moscú se reunían aproximadamente unas 2,000 personas; pero con la presencia de Meír y el establecimiento del Estado de Israel, se presentaron entre 30,000 y 50,000 personas en la gran Sinagoga de Moscú. Esto volvió a suceder en Yom Kipur”.
“El hecho llamó la atención a las autoridades soviéticas, pues los judíos siempre fueron considerados una minoría. Además de eso, habían mas de 900 sinagogas en territorio de la URSS, periódicos en idish, teatro judío en Moscú, poetas reconocidos, pero sorprendió el hecho que hubiera un renacimiento cultural judío. Eso sorprendió a las autoridades. Y decidieron que tenían que tomar medidas”.
“Cerraron el periódico idish de Moscú, así como el teatro de Moscú, y empezaron a “desaparecer” ( fueron físicamente eliminados) los autores judíos. De ahí en adelante empieza a surgir un antisemitismo oficial, que siempre estuvo pero no era tan aparente. Se empezaron a imprimir “Los protocolos de los sabios de Sión soviéticos” y se hizo propaganda antisemita. Después vino la Guerra de los Seis Días (1967), y la cosa se puso mucho más grave: la URSS apoyó a los árabes, y la represión judía por parte de los soviéticos se hizo oficial”.
“Muchos judíos, entre ellos académicos, pidieron salir de la URSS y sus salidas fueron negadas. Actores, bailarines, físicos, médicos, profesores sufrieron ya que al solicitar visas se les marcaba como refuseniks, quedaban segregados, perdían su empleo y no podían salir del país. Y como estas personas habían perdido sueldos como profesionistas, tenían que ganarse la vida de maneras alternativas. La situación empeoró hasta que en los años 70 se empezaron a formar grupos de defensa de los Derechos Humanos de judíos en la URSS”.
Esto nos lleva a México, en el año de 1970 aproximadamente, cuando los Huberman se incorporan al Comité Pro Derechos de los Judíos en la Unión Soviética, que se ocupaba de la lucha por los derechos humanos de judíos de la URSS y por el derecho de poder salir. Su slogan: “Deja salir a mi Pueblo”, parafraseando el Éxodo.
“Un día, me citan en la embajada de Israel; tenía que lograr que académicos mexicanos se unieran a este Comité, protestando por el trato a los científicos judíos soviéticos. También se protestó por artistas que no podían salir. Jean Paul Sartre, de Francia, firmó esta misma iniciativa”.
El propósito del Comité era obtener la liberación de los prisioneros. Y el movimiento de los distintos comités en el mundo tuvo repercusión global. La URSS reaccionó ya que su prestigio estaba a la baja.
“Intentábamos encontrar la mayor cantidad de gente famosos y conocidos para que firmaran los desplegados. Esa presión, que se hizo a nivel internacional, tuvo su efecto. De pronto, se liberaban algunos presos” dice Alberto.
Angelina se ocupaba de traducir y difundir panfletos y libros soviéticos antisemitas, así como obras de prisioneros de conciencia liberados, los cuales relataban sus experiencias.
Los judíos no podían publicar periódicos, literatura litúrgica, revistas, Biblias, calendarios religiosos. Tampoco producir artículos religiosos esenciales como los talit y tefilim. No se podía tener contacto con correligionarios en el extranjero.
“Buscábamos también firmas de políticos pertenecientes incluso a partidos comunistas en países occidentales” dice Muñiz. ” Ellos también nos apoyaron. La esposa de Martin Luther King, después de que lo asesinaran, participó con nosotros en la reunión realizada en México. Trajimos también a un senador italiano del partido comunista”.
“El problema, a veces, era convencerlos de unirse a esta causa. Explicarles en qué consistía. Alberto convencía a los científicos y yo a los escritores. Algunos simplemente no quisieron unirse”.
A la lucha se integraron las comunidades, los colegios hebreos, los movimientos juveniles. El Secretario era Sergio Nudelstejer y Mauricio Lulka, hoy director del Comité Central, fue parte del Comité. “Hicimos una protesta frente a la embajada de la Unión Soviética. Se convocaron a todas estas instituciones y llevábamos gente de todos lados ara que representáramos varios sectores”.
En el año 1977, Alberto, como destacado médico, visitó, en el marco de un congreso, la Unión Soviética: “Aprovechando que yo iba a ir, tuve dos misiones: entrevistar a dos prisioneros de conciencia. Uno de ellos era Ilia Esas, que era refusenik y tenía prohibido salir, supuestamente por poseer secretos de Estado. Le dije que no estaban solo, que desde México luchábamos por su libertad. Me quiso dar documentos, pero me habían advertido que no los cargara encima”.
El otro era el profesor Levich que era el único miembro de la Academia de Ciencias de la URSS que pidió salir, y le dijeron que nunca saldría. Lo despidieron y lo obligaron a pintar paredes y restaurar puertas, actividades manuales que lo agotaban.
Fui a su casa pero la Dejour Naya (concierge) me dijo que no estaba. No le creí y subí las escaleras hasta su departamento. toqué y nadie abrió, pero me encontré con la cuidadora en la puerta, que había subido por el elevador. Al verla, entendí que me había denunciado y que ya venia en camino la KGB. En efecto, cuanto salí, vi un coche negro grande con dos agentes, el cual me siguió unas cuadras. De pronto, los hombres me abordaron y me interrogaron – pero afortunadamente no me hicieron nada, fue más como un aviso.
Luchamos por Mark Asbel, por Nathan Sharansky, llevábamos una medalla para cada preso de conciencia, y no nos la quitábamos hasta su liberación;algunas se conseguían, otras tardaban años”.
La segunda vez que Huberman visitó la URSS, estaba en misión oficial, en la gestión de Mijail Gorbachov: “Acompañé a Sergio Nudelstejer, al Rabino Abraham Bartfeld, a Emma Adler con su esposo, además del embajador de la URSS en México; nos permitieron ir también a Lituania, aver lo que quedaba de la vida judía en estos lares.
En la URSS, tuvimos una junta en el Ministerio de Relaciones Interiores y el de Exteriores; les hablamos del problema de los científicos. Me dijeron que dentro de un tiempo corto sacarían una ley nueva que permitiría salir de la Unión Soviética”. Y el milagro ocurrió: uno o dos meses después, se promulgó el decreto que les otorgó libertad de salida”.
Aun así, Huberman y Muñiz lamentan que, cuando el año pasado Sharansky visitó México, “ni siquiera nos enteramos de su llegada. Nos hubiera encantado invitarlo a casa y platicarle cómo luchamos por su liberación- amén de la de otros cientos de “Prisioneros de Sión”.
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