¡Llegaron! , de Fernando Vallejo

NEDDA G. DE ANHALT

Lo primero a señalar de, ¡Llegaron!, la novela más reciente del escritor Fernando Vallejo, es que estamos ante una autobiografía ficcionalizada con el mejor humor negro. Para los lectores, será divertido conocer a una familia y su finca, situada en un lugar de Medellín, Colombia. A su vez, será un lujo compartir su niñez, privilegiada con los juegos más creativos que se pueda imaginar de este autor-narrador. Esto es en cuanto al contenido del relato.

Respecto a la forma, o mejor dicho, desde el punto de vista de su arquitectura literaria, estamos ante un libro perfectamente articulado de principio a fin. Nuestro narrador, a veces parece confundido cuando dialoga con sus interlocutores, pues no sabe si tiene los pies puestos en la tierra o en el aire (léase cuando viaja en avión) aunque esto no debe preocuparle al lector, pues como solía decir un famoso actor del cine mexicano: “no tiene la menor importancia”. Y no la tiene porque la imaginación alienada de nuestro narrador abarca ciertas figuras y formas del pensamiento: decepción, duplicidad, hipérbole, ambigüedad y, sobre todo, la irrisión. La multiplicidad también está presente con este narrador que, o es desmemoriado o no aprendió bien la aritmética; porque, en una página, nos dice que cuenta con un determinado número de hermanos y, más adelante, cambia la contabilidad hasta que, por fin, se arroga el derecho de reconocer a los hermanos que le da la gana. Además, distribuye a los protagonistas de la novela de manera arbitraria, poniendo en primer plano a personajes secundarios. Es caprichoso y le da por pintar su raya entre ricos y pobres. Muy dado también es de mezclar a los menores con los mayores y los viejos, por ende, víctimas pasan a ser victimarios y viceversa con una incongruencia pasmosa. ¿Qué se puede hacer? Nada. Estamos ante un narrador anti convencional.

Una virtud hay que reconocerle; todos los personajes de estas historias están debidamente identificados… hasta un árbol en la novela tiene nombre. La finca familiar se llama “Santa Anita”. Lo menciono por la manía de quien narra por duplicar, ya que hay otra finca más, “La Cascada”. Es mejor que los lectores vayan reteniendo en la memoria los nombres de esta familia, que serán reales o posiblemente inventados, pero eso no importa; cuando los lean, les parezcan verdaderos o no y, sea de un modo u otro, en literatura eso es válido.

El título de la novela proviene de un episodio espacio-temporal limitado. Un coche cuya marca está escrita en diminutivo viene acercándose, con la matriarca, el patriarca y una serie de chiquillos. La tercera persona en plural del presente indicativo del verbo “llegar”, proferidas por la abuela y la tía abuela del narrador cuando apenas divisan el coche a lo lejos y exclaman, “¡llegaron!”, es una antífrasis ya que se menciona el verbo antes que se haya realizado la acción. O sea, ellos están llegando, van a llegar, pero aún no lo hacen. Después, nos daremos cuenta que todo este episodio es tramposo, porque volverá a repetirse con otro automóvil de otra marca con su debido diminutivo, pues como se sabe a este narrador le encanta la duplicidad y multiplicidad. Es decir, este viaje y esta llegada volverán a repetirse. Y cuando por fin la familia llegue, ese “llegaron” lleva implícito: “se quedaron”. Y al hacerlo, el patriarca, la matriarca y esa banda, no de músicos, sino de granujas, sabremos que todos ellos como la música de una estación radial, “llegaron para quedarse”.

Sus batallas, que no son en el desierto sino en la finca “Santa Anita”, se convertirán en juegos y travesuras nada inocentes, sean personificaciones de villanos o héroes de la Segunda Guerra Mundial o invenciones de carácter químico. Esas batallas, aunadas a una serie de aforismos y frases memorables, constituirán para los lectores la gloria misma de esta novela, como un móvil en perpetuo movimiento.

Nadie en este libro saldrá invicto. La matriarca sólo sabe dar órdenes. Pareciera que el patriarca saldría mejor librado. Craso error, pues cuando acepta un puesto gubernamental, se hincha de prepotencia. ¡Qué no le toquen a las niñas de sus ojos!, —que son sus dos hijitas obviamente las hermanitas del narrador—. Estas descaraditas sinvergüenzas pueden escribir, hablar y hacer lo que les dé la gana. Están fuera de límite, y si alguien se atreve a contradecirlas, habrá consecuencias del padre, quien como el clásico político prepotente. Cuando a una de ellas le pregunten en el colegio: “¿dónde se estudia el latín?” Ella responderá: “En la tina”. Sabremos que esta niñita distingue muy bien su pertenencia a un mundo joven alejado de las convenciones del mundo adulto. Su respuesta es un metalenguaje que, de primer instante, parecerá un lenguaje-objeto. Éste es el que transforma más que habla. Mas siguiendo los lineamientos de Roland Barthes este lenguaje-objeto habla no de las cosas, sino a propósito de éstas. O sea, lo que ha hecho esta hermanita se asemeja al metalenguaje que se convierte en un canto donde reconocemos el ser mismo de la Literatura: jugar con las palabras.

Hay que resaltar que en la vida real, Fernando Vallejo es un autor dedicado a la defensa de los animales. Entonces, ¿cómo es posible que el narrador se regocije contándonos una batalla campal que libran esos niños matando pulgas para así practicar las bellas artes del asesinato? Autor y narrador, poseen diferentes personalidades aunque habiten en una misma persona. Esta duplicidad consigue causar confusión. En esta novela, como en otras de Fernando Vallejo, sus narradores presumen cierta famosa “Libreta de los Muertos”. Lo malo es que, han aparecido en esas listas como muertos algunos personajes que aún están vivos. Nadie debe tomarlo a mal. Como diría el cubanísimo Trespatines, se trata de que estas personas sean “ojomeneadas”. Para evitar este tipo de confusiones, en ¡Llegaron! aparecen unos lineamientos definitivos para llevar correctamente la “Libreta de los Muertos”.

De los cinco sentidos del cuerpo humano, el narrador privilegia la vista. Para poner el nombre de una persona muerta es condición sine qua non que haya sido vista, aunque sea por un segundo, en la vida real. No se vale foto ni aparición televisiva, cinematográfica o de otra índole. Por ello, aclara que cuando Cabrera Infante murió, el narrador no pudo poner su nombre en dicha lista, porque sólo había hablado por teléfono con este escritor.

Bien mirado, la mención de Cabrera Infante permite hacer una digresión; porque, tanto el colombiano-mexicano, como el cubano-británico, pertenecen a la misma estirpe espiritual. Ambos son escritores valiosos e ingeniosos capaces de desarrollar cualquier tipo de crítica, inclusive la historia política y social de sus países. La crítica para ambos es tan necesaria como el propio oxígeno que respiran. Los dos son cultísimos, conocen a la perfección el idioma español, entre otros. Y sin embargo privilegian la oralidad del lenguaje hablado en su escritura. Para ellos, la Literatura es una categoría de la palabra. Tanto el uno como el otro son un par de lúdicos que saben mezclar la comicidad con la seriedad. Obviamente, éstos son sólo unos apuntes y faltaría más por agregar como, por ejemplo, el uso de la parodia que hizo el cubano en la sección “Bachata” de la conocida novela TTT, donde un capítulo contiene una serie de ensayos sobre la muerte de Trotski, que es una burla al estilo literario de las vacas sagradas de la literatura cubana. Vallejo va más lejos. En ¡Llegaron! se auto parodia su estilo como lo hace en su reconocido libro Logoi: una gramática del lenguaje literario. Y es que en este libro ofrece una información erudita en el modo exhaustivo de analizar cada palabra desde su origen hasta su uso, abuso y mal uso en el idioma español y también otros idiomas. En ¡Llegaron! esta auto parodia elige una palabra nada elegante para la sociedad, a causa de su olor y sonido. Pero el narrador la trata con el debido respeto trazándole su herencia latina. Algo similar hizo con su anterior novela Casablanca la bella, cuando le dedica párrafos al análisis de un inodoro.

Para finalizar, cito una frase de George Orwell que no me cansaré de repetir: “Sólo la niñez es la vida verdadera”. De acuerdo, pero la niñez en ¡Llegaron! no está romantizada como la etapa más feliz de la vida, sino como un combate continuo que libran esos niños contra la autoridad de los mayores. Todo en esta novela es un combate constante contra Yahvé, Cristo, Alá, Colombia, la clase política, eclesiástica, la deshumanización humana y un largo etcétera.

En ¡Llegaron! rescato una frase no textual: “Estábamos tan felices, que no nos dábamos cuenta de lo desdichados que éramos”.

Niñez, adultez y vejez se imbrican en este libro, porque la familia es un nido donde pueden gestarse las sorpresas más terroríficas. Pero que nadie se asuste. La lectura de ¡Llegaron! proporcionará la risa más destemplada. Su final es glorioso. Se rubrica con un verbo conjugado en tercera persona, pero esta vez perfectamente coordinado con el tiempo y el espacio. No debe causar extrañeza, Vallejo es un artista que sabe fusionar con gracia y naturalidad lo intimista con lo fantástico.

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