Una de las últimas novedades es la reciente incorporación de Irán a la vida económica mundial y a la abierta participación política.
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Se han cumplido cinco años del estallido de lo que se ha dado en llamar la Primavera Árabe y una primera evaluación de sus efectos es que la región de Oriente Medio, junto con parte del norte de África, han estado experimentando a lo largo de ese lustro terremotos políticos y económicos de gran intensidad, que han provocado una persistente inestabilidad regional dentro de la cual los reacomodos han sido inevitables.
El cuadro ofrecido por la zona antes de 2011 era bastante distinto del que es posible captar ahora, ya que el nivel de violencia, los avances de las agrupaciones terroristas, la devastación, las condiciones dramáticas en las que intentan sobrevivir millones de civiles, las penurias económicas, las gigantescas oleadas de refugiados y la severa fragmentación sectaria son infinitamente más graves que en las décadas anteriores.
Una de las últimas novedades que ha irrumpido en el escenario y que imprime un desafío adicional a los endebles equilibrios regionales es la reciente incorporación de Irán a la vida económica mundial y a la abierta participación política en el ámbito internacional, en concordancia con lo establecido en el acuerdo firmado entre Teherán y el G5+1 en julio pasado. Este ingreso está constituyendo un verdadero tsunami al alterar de manera aun imprevisible muchas realidades tales como el reparto de inversiones y de mercados, entre éstos el que tiene que ver con la producción y venta de petróleo, junto con los cambios en la relación de fuerza entre el mundo musulmán chiita y el sunita ya de por sí enfrentados en una feroz lucha por los espacios de poder en la región. El derrumbe de los precios del crudo en las últimas semanas y la ruptura entre el bloque sunita encabezado por Arabia Saudita por un lado y, por el otro, el mundo chiita representado por Irán y sus aliados, constituyen un aviso claro de que se está gestando un nuevo Oriente Medio cuyo rumbo se muestra pletórico de incógnitas y de riesgos frente a los cuales los actores centrales y los periféricos buscan reacomodarse.
El ejemplo de Turquía al respecto es ilustrativo. El presidente Erdogan, con su pragmatismo característico, ha empezado a tomar medidas para reposicionarse en el nuevo escenario y contrabalancear al emergente poder iraní que le hace competencia no sólo regionalmente sino también en lo que respecta a las relaciones con Estados Unidos. Con ese propósito, el jefe de gobierno turco ha reiniciado el diálogo con Israel para normalizar relaciones luego de años de tensiones que si bien nunca llevaron a una ruptura total, sí enfriaron los vínculos entre ambos de manera importante. Y con el mismo objetivo se está gestando un acercamiento de Erdogan con el régimen egipcio de Abdul Fattah Al-Sisi, a contracorriente del furibundo rechazo a la legitimidad del gobierno de Al-Sisimanifestada en su momento por Turquía, debido a su solidaridad con el depuesto gobierno de Mohamed Mursi.
El hecho es que Ankara acaba de invitar al presidente egipcio Al-Sisi a la reunión de la Organización de la Cooperación Islámica, que tendrá lugar en Turquía en abril próximo, donde probablemente se gestará un encuentro entre ambos jefes de gobierno. De forma similar, se ha anunciado que muy pronto volverá el embajador de Emiratos Árabes a Turquía, luego del largo enfriamiento de las relaciones entre ambos países a causa de las discrepancias entre ellos a raíz del golpe de Estado dado por Al-Sisi. No cabe duda que en estas reconciliaciones tiene mucho que ver la necesidad de un reagrupamiento de fuerzas sunitas, hasta hace poco distanciadas por desacuerdos diversos. Parece ser que el objetivo prioritario ha pasado a ser cerrar filas ante el desafío implicado en el retorno de Irán a la abierta participación política y económica en la región y en el mundo.
Fuente: Excelsior
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