El Holocausto en Enlace Judío / Dolly Hirsch, la sobreviviente del Holocausto que siguió creyendo en Dios

NADIA CATTAN Y MIRIAM BALEY PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Dolly Hirsch, residente en México, es una sobreviviente de los campos de concentración y exterminio nazis. Nacida en el gueto de Vilna, Lituania, en 1939, fue llevada junto con sus padres a Auschwitz. Entrevistada por Nadia Cattan, Hirsch narra su experiencia durante y después de la Segunda Guerra Mundial.

Nadia Cattan: Primero, gracias por la entrevista. Quería preguntarle, ¿en dónde nació?

Dolly Hirsch: En Vilna, Lituania.

NC: ¿En qué año?

DH: 1939.

NC: Entonces, ¿nació en el gueto?

DH: Sí, en el gueto de Vilna.

NC: Y, ¿cómo fue esta primera parte de su vida, naciendo en el gueto en una situación tan difícil?

DH: Pues sí era una situación muy difícil pero estábamos juntos mi papá, mi mamá y mi abuela materna. En 1944, nos llevaron en vagones hacia Auschwitz. A mi abuela materna la dejaron en Postdam, que era un lugar en Polonia, porque era paralítica y, como los alemanes necesitaban gente para trabajar, llevaron a Auschwitz a mi mamá, a mi papá y a mí. [Ahí] había una selección y nunca se sabía si la derecha era para la vida, o la izquierda. Ese letrero que decía “arbeit macht frei”, o “el trabajo te libera”, era una gran mentira. Pero, a veces, uno no sabía si la derecha era la vida o la izquierda era la vida, o los alemanes invertían las cosas y era al revés.

Mi mamá me escondió bajo su abrigo y tuvo la suerte de que la escogieran para la vida, igual que mi papá.

Dentro de esas alambradas, lamentablemente, lo que había era puro cemento o tierra porque, si hubiera habido pasto, la gente se lo hubiera comido.

En Auschwitz estuvimos hasta principios del ’45.

Nadia Cattan: ¿Usted recuerda cuando la transportaron a Auschwitz? ¿Usted recuerda el tren?

DH: Sí, mucho.

Nadia Cattan: ¿Qué recuerda de ese tren?

DH: Que la gente estaba apretujada entre sí, que había una sola ventana y que ponían una sola cubeta, con su perdón, para los desechos humanos, y la cambiaban cada 24 horas. El olor era insoportable.

Estuvimos en Auschwitz, donde la gente dormía en barracas. Tres mujeres así y tres, así.

Nadia Cattan: Invertidos.

DH: Invertidos.

Nadia Cattan: Y, ¿por qué dormían invertidos? ¿[Era] para que cupiera más gente?

DH: Para que cupiera más gente en esa madera. Como comprenderás, no había ni colchas ni cobijas ni nada parecido. Ya en los campos de concentración, lo que se daba era… una verdura podrida en unos platos, y cada quien tenía que cuidar ese plato porque si te lo robaban no te podían dar ni siquiera esas verduras podridas.

Nadia Cattan: Entonces, su mamá la escondió debajo de su abrigo.

DH: Sí.

Nadia Cattan: Pero, ¿cómo le hacía entonces su mamá para ir a los trabajos forzados si tenía que cuidar de usted?

DH: Me escondía debajo de las tablas de las barracas. Se iba a los trabajos forzados. Mi mamá, por cierto, era una gran concertista. Terminó de estudiar piano en el Conservatorio de Varsovia, y mi abuelita cuidaba sus manos como si fueran de oro [pero] la pusieron a trabajar a coser sin dedal botas para los alemanes, y se agujeraba los dedos.

Nadia Cattan: Su mamá la escondía debajo de las barracas mientras se iba a trabajar.

DH: Sí, a los trabajos forzados.

Nadia Cattan: Usted, en esos tiempos, ¿qué edad tenía?

DH: Pues yo creo que 4 años.

NC: ¿Por qué los transportan a Bergen-Belsen?

DH: Porque Auschwitz estaba lleno; ya no cabía la gente. Y en las cámaras de gases ya no cabían tampoco. La gran mentira estaba ahí: “arbeit macht frei”. Ya no cabía la gente, y por eso nos trasladaron en otro vagón a Bergen-Belsen. Pero mis recuerdos son horribles porque mi mamá me escondió.

Al llegar a Bergen-Belsen, a mi papá lo fusilaron. Había botes de basura, casi del tamaño de una persona, como de unos 80 o 90 centímetros de diámetro, así que ahí me escondió mi mamá. (Teníamos un código) Cuando me decía “come, mi hija”, eso quería decir que la esvástica gamada estaba a la vista. Yo no podía llorar, ni gritar, ni hablar, ni moverme, y lo que echaban en esos botes era horrible porque era papel con excremento, basura…

NC: Ahora, tengo entendido que, durante su estadía en este bote de basura, usted sufrió un accidente en su boca.

DH: Sí, un alemán echó una piedra y me rompió el paladar; ya no podía comer.

NC: ¿En qué momento se enteran que el Holocausto había terminado, que eran libres? ¿Recuerda ese momento?

DH: La gente salió hambrienta y sedienta. Bergen-Belsen fue liberado por los ingleses. Lamentablemente, nadie le dijo a la gente que no se llenara con chocolates y panes porque esas personas que lo hicieron, después de cinco años sin comer, sus estómagos se reventaron, y murieron por comer.

NC: ¿Por qué su mamá se tardó dos días en buscarla después de que liberaron el campo?

DH: Porque estaba desesperada buscando a mi papá. Ella en la mente tenía que su madre se había quedado en Postdam, paralítica, pero no podía comprender o retener que mi papá estaba muerto.

NC: Creo que parte de lo que la salvó a usted fue la debilidad que tenía y, entonces, usted no lloraba, y por no llorar no la descubrieron.

DH: Sí, por eso. Yo no podía… mi mamá tenía ese dicho que rezaba “come, come, mi niña” y que también quiere decir “los hombres SS pueden venir y matarte”.

NC: Entonces, se enteran que liberan el campo. ¿Recuerda usted ese momento?

DH: Mi mamá estaba feliz pero creía que mi papá todavía vivía; decía “voy por Loba”, como se decía el nombre de mi papá en Vilna. Se fue a las barracas de los hombres y, en medio de la tierra, lo buscó durante dos días.

En Bergen-Belsen había 3,000 cuerpos que los alemanes no quemaron y no enterraron. Como los ingleses vaciaron el bote [en el que yo estaba], pensaron que estaba muerta y me echaron con todos ellos.

Mi mamá pasó dos días buscando a mi papá, hasta que un señor se compadeció de ella y le dijo “ya falleció; ya no está vivo”. Ella no les creía, hasta que un día pareció entender que mi papá había muerto, entonces se puso a gritar que tenía una hija viva. Entre los soldados ingleses debió haber algunos judíos porque ella gritaba en idish que su hija estaba viva, y uno de ellos pensó que tenían que llevarla con los muertos, “a ver si de verdad tiene una hija viva”. Oyeron los latidos de mi corazón, y me envolvieron en periódicos.

En Bergen-Belsen había tres chicas checoslovacas que le preguntaron a mi mamá si quería regresar a Lituania, a Rusia… Le dijeron: “Se va a llenar de comunistas y de quién sabe qué más. ¿Por qué no viene con nosotras a Suecia?. El Rey de Suecia sacó una ley para curar a  todos los niños enfermos”.

NC: Y su mamá, ¿qué decidió?

DH: Ir conmigo a Suecia. A mí me urgía la operación del paladar; la comida no bajaba, sino que se salía, y yo pesaba 6 kilos a los 7 años.

NC: Llegan a Suecia y, ¿cómo es su estancia ahí?

DH: Pues muy agradable porque me internaron en el hospital infantil y me pusieron una lengua postiza para que la mía no fuera a lastimar el paladar- me lo cosieron. Mi mamá estaba feliz, después de siete meses, porque yo iba a salir del hospital. Ella iba a dar un concierto pero olvidó que en la calle había coches, así que uno la atropelló y le rompió los dos pies. Entonces, tuve que seguir en el hospital muchos meses más, casi un año, mientras ella estaba en otro hospital para que la atendieran.

NC: Usted tiene que esperar en el hospital porque no hay más familia que vaya por usted.

DH: No, no había nadie. Ahí es donde me visitaron unas señoras suecas y me llevaron el vestido que doné a Memoria y Tolerancia. Era un vestido talla cero que usé a los siete años.

El vestido que Dolly donó al Museo Memoria y Tolerancia

NC: Finalmente, su mamá se recupera en otro hospital y va por usted.

DH: Y va por mí. Mi mamá, de lo único que se acordaba, es que tenía unos primos que se habían ido a Managua, Nicaragua, pero esos primos ya no vivían ahí porque habían ido en busca de novias judías paisanas. Uno viajó a México, otro a San Salvador, otro más a Miami…

La carta viaja pero el cartero dice “este señor ya no vive en Managua; se fue a México”, así que la carta fue redireccionada a la comunidad de México y un tío fue a recibirme al edificio Empire State, donde  grabé un disco para oír cómo sonaba mi voz. En México viví con mis tíos, que eran muy lindas personas.

NC: Entonces, en México, los recibieron familiares de ustedes.

DH: Sí, primos de mi mamá.

NC: Por primera vez en su vida, entró usted a la escuela, ¿a qué edad?

DH: A los siete u ocho años entré a primero de Primaria. Me hacían un poco de burla; no hablaba el español muy bien. Hablaba ruso, polaco, idish, pero el español no lo hablaba muy bien. Era la más chaparrita de la escuela, la más chiquita. Y me desarrollé como a los 17 años. De repente.

NC: En México, crece. ¿A qué escuela ingresa?

DH: A la Yavne, que estaba en Agrarismo. Ahora está por el Hospital de México.

NC: Entra a la escuela, crece, y ¿a qué edad se casa?

DH: A los 19 y medio, o algo así.

NC: Y, ¿cuántos hijos tuvo?

DH: Dos.

NC: ¿Padeció alguna enfermedad estando en los campos?

DH: Sí, tuberculosis. Si hubiera llegado al pulmón, me hubiera muerto. Tuve la suerte de que fue en la matriz, estómago y esófago. Ésa es la razón por la cual tuve que adoptar a mis hijos.

 NC: ¿Cómo fue su vida, después de que llega a México, hasta el día de hoy? ¿Cómo ha sido? ¿Ha sido feliz?

DH: Sí, muy feliz. Gracias a D-os, muy feliz.

Dolly Hirsch con su esposo, en una reunión de sobrevivientes del Holocausto

NC: Una última pregunta. Tal vez una pregunta un poquito fuerte. ¿Cree en D-os?

DH: Sí, claro que sí. Si no, ¿quién me salvó, hija? Yo sí creo en D-os fervientemente. Hay mucha gente que salió de esos lugares horribles renegando de D-os. Pero yo no.

NC: Si pudiera decirles una sola cosa a sus nietos, a sus hijos, para que siempre la recuerden, para que el día que usted no esté aquí, que, primero D-os, nos acompañe 120 años, ¿qué les diría a sus nietos?

DH: Que sean felices, y que estén muy contentos con lo que tienen y con lo que la vida les ha dado. La vida les ha dado cosas preciosas: escuela, padres muy lindos.

NC: Estoy de acuerdo. Y gracias por permitirnos escucharla, y ser testigos, y colaborar con nuestro granito de arena a que estas historias nunca se olviden.

DH: Eso espero.

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