RICHARD HUROWITZ
Los esfuerzos por ayudar con refugio en las Islas Vírgenes estadounidenses a los judíos que estaban huyendo de Europa se encontraron con la hostilidad burocrática.
Con asuntos de inmigración de todo tipo en las noticias, el Día Internacional de Recordación del Holocausto, el 27 de enero, trae a la mente el sufrimiento de los refugiados judíos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo ofreció muy poca ayuda. El historial de Estados Unidos sobre el tema es considerado a menudo afectado por la indiferencia del gobierno de Roosevelt, si no hostilidad directa, hacia los refugiados, pero algunos miembros del gobierno estadounidense sobresalen por sus esfuerzos que bien podrían haberlos colocado a la altura de Oskar Schindler, Raoul Wallenberg y otros que salvaron muchas vidas inocentes.
La lista de honor que podría haber sido incluye al entonces Secretario del Interior, Harold Ickes, cuyos esfuerzos humanitarios en tiempos de guerra son bastante conocidos, y -en forma menos conocida— a Lawrence W. Cramer, el académico educado en Columbia que se desempeñó como gobernador en las Islas Vírgenes estadounidenses antes del ataque a Pearl Harbor en 1941. Los miembros de la legislatura del archipiélago también merecen mención.
El 18 de noviembre de 1938, nueve días después de los ataques contra los judíos a lo largo de Alemania en lo que llegó a ser conocido como Kristallnacht, Cramer proclamó a la bucólica cadena de islas un refugio para los que estaban huyendo de Hitler. La legislatura del territorio en St. Thomas declaró en forma unánime que las personas refugiadas “encontrarán un cese del infortunio en las Islas Vírgenes de los Estados Unidos.”
La idea se había originado a fines de la década de 1930 con el Secretario del Interior Ickes como una forma de eludir la oposición notoriamente antisemita del Departamento de Estado a aceptar a los refugiados. Ickes resolvió proporcionar un refugio en los territorios bajo su jurisdicción. Las Islas Vírgenes de Estados Unidos—hogar de 25000 personas pero cubriendo más de 130 millas cuadradas—podían acomodar fácilmente a decenas de miles de refugiados.
A medida que Europa ardía, las solicitudes calificadas para las visas de inmigración a Estados Unidos por parte de las víctimas de la persecución nazi redujeron las cuotas existentes (las que estaban basadas en parte en la nacionalidad y en ningún caso fueron alcanzadas debido a las aprobaciones estadounidenses limitadas). Los refugiados tendrían que esperar años hasta que su número llegara, viviendo en gran peligro si estaban en países ocupados por el Eje. Ickes y Cramer propusieron visas temporarias que permitirían a la gente esperar fuera el proceso de solicitud de inmigración en las islas.
El Departamento de Estado se opuso al plan de visado temporario, citando regulaciones consulares y lo que el Secretario de Estado, Cordell Hull, llamó la incompatibilidad del plan con el derecho existente. Pero el Departamento de Trabajo, el cual supervisaba la inmigración, declaró legal al plan. Siguió una parálisis burocrática. A medida que pasaban los meses sin ninguna resolución, el equipo de Ickes encontró otra ruta: una orden ejecutiva existente de Franklin Delano Roosevelt que permitiría a Cramer renunciar a los requerimientos de pasaporte en emergencias.
El 7 de noviembre de 1940, Cramer firmó una proclama ofreciendo refugio temporario en las Islas Vírgenes de Estados Unidos a los que podían cumplir con ciertas salvaguardas financieras y de seguridad, incluyendo la investigación de antecedentes previa por parte de los Departamentos de Estado y Trabajo y por parte de la Casa Blanca. Ickes publicó un informe de 22 páginas declarando “legalmente inatacable” el decreto. Con la fuerza del impulso, fueron agendadas reuniones con organizaciones filantrópicas para apoyar a los refugiados y con funcionarios relevantes del gobierno.
Pero entonces, el decreto de Cramer atrajo la atención del Secretario de Estado Adjunto, Breckinridge Long, vástago de una prominente familia política y un antisemita virulento. En 1938 escribió en su diario que “Mein Kampf” de Hitler era “elocuente en la oposición a la judería y a los judíos como exponentes del Comunismo y el caos.” Desde su puesto de alto rango supervisando cuestiones consulares, Long bloqueó el cumplimiento inclusive de las pequeñas cuotas existentes para los refugiados judíos.
Al enterarse de la proclama de las Islas Vírgenes, Long fue a toda marcha. Telefoneó a Roosevelt para quejarse, y un FDR irritado envió un memorando a Ickes, quien registró en su diario que el presidente lo había “increpado duramente, diciéndome que las cuestiones de refugiados eran decisión suya y del Departamento de Estado”. Roosevelt declaró su “simpatía” por los refugiados en el memorando, pero concluyó que “él no podía hacer nada que dañara en forma concebible el futuro de los actuales ciudadanos estadounidenses.”
Sin inmutarse, Ickes fue a ver al presidente para defender su caso. Long había descuidado explicar las distintas protecciones financieras y procesales creadas dentro del plan de visas temporales y las extensas negociaciones interdepartamentales. Ickes expuso esos puntos, destacando que el plan tenía la virtud de servir a la vez a un propósito humanitario como de ayudar a la economía de las islas. Ickes partió pensando que FDR podría aprobar el plan si el Departamento de Justicia confirmaba su legalidad.
Long estaba furioso. “Yo antagonicé en forma irreparable con Ickes oponiéndome a su esquema de las Islas Vírgenes,” destacó en su diario (las selecciones de la época de la guerra fueron publicadas en 1966, y sus documentos están en la Biblioteca del Congreso). Un maestro manipulador burocrático, Long decidió actuar antes que pudiera ser emitido el análisis legal del Departamento de Justicia: Planteando preocupaciones de seguridad nacional espurias acerca de espías enemigos acechando posiblemente entre los refugiados que serían difíciles de descartar con el país en pie de guerra.
Él se concentró en Alan G. Kirk, entonces el jefe de la inteligencia naval. Long propuso que la Armada declarara a las Islas Vírgenes un área restringida para uso militar, eliminando efectivamente el control del Departamento del Interior y quitando, como escribió Long en su diario el 22 de abril de 1941, cualquier “cuestión política involucrada en este tráfico de refugiados y ciudadanos indeseables.” Kirk accedió. Y con ese juego de poder, Ickes y Cramer habían sido superados en maniobra. Las Islas Vírgenes de Estados Unidos permanecerían tan escasamente pobladas como antes y miles de familias judías quedarían libradas a un destino siniestro.
Los esfuerzos de Ickes, Cramer y los miembros de la legislatura de las Islas Vírgenes pueden haber fracasado, pero su ejemplo sigue siendo poderoso para las personas de buena voluntad.
*Richard Hurowitz es un inversor y editor del Octavian Report.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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