Su colección supera las 650 piezas; entre ellas, un uniforme de Guantánamo y la cuerda de un ahorcamiento en 2011 en Egipto.
“No solo será un museo. También servirá como torre de vigilancia contra cualquier torturador”, advierte su impulsor.
AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO –
Aplastacabezas, desgarradores de senos, guillotinas o dentadas sillas de interrogatorios. Los espeluznantes aparejos de vetustos y modernos verdugos se amontonan por el sórdido apartamento que el egipcio Mohamed Abdelwahab aspira a convertir en el primer museo de la tortura de Oriente Próximo, un rincón del planeta donde dictadores y yihadistas compiten en el arte del flagelo más feroz.
“Todo empezó en 2003 durante un viaje a Irak. Mi conductor acabó por error a las puertas de la residencia de Sadam Hussein. Sus guardias nos preguntaron que hacíamos allí y les explicamos que nos habíamos equivocado. El taxista se orinó encima. Cuando le interrogué acerca de lo que acababa de pasarle, me dijo que no podía imaginar el tormento que aquellos hombres eran capaces de propinar”, relata Abdelwahab, el historiador que desde entonces se ha pateado el mundo en busca de estos objetos.
Hoy su colección supera las 650 piezas y aparece desparramada por cinco habitaciones, el sótano e incluso los alrededores del bloque de pisos que a las afueras de la megalópolis cairota -a un tiro de piedra de las majestuosas pirámides de Giza- aloja este singular museo en construcción. “He visitado muchos lugares y en todos ellos los habitantes se quejaban de las vejaciones que dictaban sus Gobiernos. Por eso mismo decidí reunir estos objetos para que se convirtieran en un mensaje en contra de la tortura”.
De la cruz de Jesús a los uniformes de Guantánamo
En su galería, a la que se accede desde una puerta secreta, el horror -ambientado y realzado por la decoración- va adoptando formas dispares y atravesando distintas épocas. Desde la cruz que segó la vida de Jesús al uniforme naranja originario de la cárcel estadounidense de Guantánamo del que se han apropiado los prebostes del autodenominado Estado Islámico para la puesta en escena de sus decapitaciones. “Hay algunos que tienen más de 700 años pero todos son valiosos. Yo siento que en cada instrumento de tortura permanece el espíritu de los que agonizaron en ellos”, confiesa su propietario.
En el inventario tampoco faltan testimonios de la barbarie más cercana. “Tengo la cuerda usada para colgar a tres personas en 2011 en una prisión egipcia”, cuenta Abdelwahab. Desde el golpe de Estado de 2013, la justicia local ha despachado penas capitales a escala industrial. Las comisarías, por su parte, se han reconciliado con las décadas de infames torturas que alimentaron el levantamiento contra el Estado policial de Hosni Mubarak en 2011. “La mayoría de los instrumentos que se exhiben aquí son ajenos a la policía egipcia. Así que estamos a salvo de esos problemas”, apostilla aliviado el experto.
Pero ni siquiera ese detalle le ha evitado encontronazos con las autoridades a la hora de introducir algunas de las piezas en el país o planear la construcción de un museo que las cobije. “Es evidente -admite- que es un tema delicado pero en cualquier prisión del mundo hay torturas y vejaciones. Yo sigo soñando con lograr ese museo aunque pierda la vida en el intento“. Impermeable al desaliento, lleva varios años batallando con la burocracia. “El régimen no ve con buenos ojos este tipo de muestra. Propuse instalar la colección en una antigua cárcel de la ciudadela de El Cairo pero la idea no prosperó”.
En las estancias del apartamento las fechorías de la inquisición española también tienen un lugar especial. “Hay algunas piezas originales y el resto son reproducciones realizadas en Egipto siguiendo dibujos de la época”, precisa el dueño fascinado por la época de los torquemadas. “Los reyes españoles y el Papa traicionaron su compromiso y, en lugar de proteger a los fieles de otras confesiones, obligaron a musulmanes y judíos a convertirse al cristianismo”, lanza a modo de recado mientras sueña con la apertura de sus estancias al público. “No solo será un museo. También servirá como una torre de vigilancia contra cualquier torturador”, advierte.
Fuente: El Mundo
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