ANDRÉS MOURENZA
Tras el acuerdo con la UE, Ankara estrecha la supervisión de las llegadas.
Desde el inicio de la guerra siria, Turquía ha mirado la acogida de los refugiados desde una doble óptica: como un imperativo moral ante el sufrimiento del país vecino y como un modo de ganar peso en una eventual Siria sin Bachar el Asad. De ahí su política de puertas abiertas, que le ha llevado a cobijar a 2,5 millones de refugiados. Tras el acuerdo con la UE para que el país euroasiático refuerce el control migratorio, Turquía ha estrechado el control de las llegadas aunque también da permisos de trabajo a los que ya están en el país.
En comparación con anteriores ocasiones —los 200.000 kurdos que salieron de la Kobane asediada por el Estado Islámico (ISIS) en septiembre de 2014; los 20.000 árabes y turcomanos que huyeron de Tel Abyad tras su toma por los kurdos en junio de 2015 o las decenas de miles que el pasado verano escaparon de los bombardeos del régimen y de la barbarie del ISIS—, Ankara está poniendo más obstáculos a quienes llegan.
El pacto alcanzado con la UE —a cambio de 3.000 millones de euros y facilidades a sus ciudadanos para viajar a territorio comunitario— ha tenido varias consecuencias para los refugiados sirios. Desde mediados de enero, las autoridades turcas exigen un visado previo a los sirios que llegan por barco y avión —vía Líbano—. Trámite que no pedirá a los que llegan por tierra. También ha incrementado la vigilancia en el área fronteriza. “Ahora el registro de los sirios se hace en la frontera misma, y no en los campos de refugiados”, apunta Oytun Orhan, especialista en Oriente Medio del think tankturco ORSAM.
Muros y alambradas
Además, ha construido decenas de kilómetros de muro y alambrada, en principio para evitar la entrada y salida de combatientes, pero también afecta a quienes buscan asilo. Por otro lado, Ankara aprobó recientemente otorgar a los refugiados sirios permisos oficiales de trabajo, como modo de invitarles a establecerse en el país.
“Turquía está intentando que los refugiados se queden en Siria y atenderles allí con organizaciones humanitarias, puesto que si cruzan la frontera el coste de manutención, educación e integración es mayor”, justifica Orhan. “Si continúan los bombardeos rusos sobre la provincia de Alepo, el flujo de refugiados podría suponer graves problemas económicos y de seguridad para Turquía, que ya está llegando al límite de acogida”, añade.
El director de la asociación siria ONSUR, Hamza El Abdulá, cree que la situación es crítica. “Los bombardeos rusos en las provincias de Latakia y Alepo han generado muchos desplazados. La situación es peor que en anteriores oleadas”, asegura. Sólo en la zona controlada por los rebeldes en Alepo —antes de la guerra, la ciudad más poblada de Siria— viven aún unas 400.000 personas. Por el momento, el Gobierno turco ha optado por ampliar los campos de acogida en el lado sirio de la frontera y permitir el paso de sólo unos 4.000 refugiados, añade El Abdulá.
“No basta con decir: ‘Hemos dado 3,000 millones de euros y aquí se acaba nuestra responsabilidad’. Hay mucho más que hacer, o de otra forma nos enfrentaremos a mayores consecuencias”, criticó el ministro turco para Asuntos Europeos, Volkan Bozkir, esta semana durante una gira europea para recabar más apoyo en la cuestión de los refugiados.
El Gobierno islamista de Turquía querría que se crease una “zona segura” en el norte de Siria —entre Marea y Yarablus, una vez liberada del ISIS— donde alojar a los desplazados sirios. Sin embargo, los socios occidentales de Turquía no ven esa idea con muy buenos ojos, opina Orhan: “Ankara se siente abandonada y la entrada de Rusia en el conflicto no ha hecho sino agravar la situación”.
Fuente:elpais.com
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