¿Quién no ha muerto de envidia al leer cómo se enamoró Yaacov de Rajel? Supongo que todo aquel que no se haya tomado la molestia de leer el resto de la Historia, una que deja muy atrás las tragedias de Romeo y Julieta, o de Paris y Helena.
¿Quién podría hacer semejante papelón? Tiene que ser judío, claro. Tener cara de ser el ancestro de todos los judíos. Crowe no lo es, pero puede poner cara de malo, y eso siempre ayuda en personajes como Labán o como cualquier suegro. Podría ser Ben Stiller, aunque está igual de viejo que Crowe y eso no ayuda mucho. Habría que hacerle ajustes al guión e inventarnos que Yaacov se perdió también cuarenta años en el desierto cuando huía de su hermano Esav.
Pero no es para exagerar. Si vamos a hacerlo, mejor hacerlo de otra manera: Dado que estamos hablando de la época en la que Yaacov era un personaje problemático y sin rumbo, podemos recurrir a Shia LaBeouf, heredero directo de lo mejor de la tradición judía hippie. ¿Para Rajel? Oh, yo hubiera sido feliz de poner a Natalie Portman en sus épocas en las que filmó “El Perfecto Asesino”. No nada más Yaacov se hubiera enamorado de ella, sino hasta el guionista y director de casting (o sea, yo). Aunque… Natalie tiene una ventaja: Desde entonces a la fecha no aumentó mucho su estatura y prácticamente no embarneció nada. Si usamos la vieja treta de esos países y la enfundamos en un montón de trapos de tal manera que sólo se vean los ojos, puede pasar por una niña de trece o catorce años. Total, si los yihaidistas en España han logrado confundir a la policía disfrazándose de mujeres musulmanas en burka, ¿por qué una excelente actriz como Natalie Portman no lograría engañarnos un poco con la edad?
Bien. Entonces puedo seguir enamorándome de Natalie Portman, aunque el papel del conflictivo Yaacov lo esté haciendo Shia LaBeouf y yo sólo sea guionista en mis sueños.
Pero dirá usted: “Oye, en ese caso sólo se le ven los ojos; ¿cómo quieres que Yaacov se enamore a primera vista si sólo se le ven los ojos?”
Ah, es que usted no sabe cómo nos enamoramos los judíos. A veces sólo basta con que veamos los ojos y listo, ya estamos enamorados por el resto de la vida. A veces sólo basta con que veamos una sonrisa luminosa, o con que nos deslumbre una cabellera rizada, larga, espesa e incontrolable. A veces somos más convencionales y nos pasa lo que al rabino del chiste: Le presentan a una gran talmudista, a una gran cabalista, y a una excelente ama de casa. ¿Con cuál se casa? Con la que tiene los senos más grandes. Y es que… no quiero presumir, pero hay mujeres judías que sí pueden provocar amor a primera vista por sus atributos pectorales.
En fin. Esa es la escena: El pozo, la piedra que hay que quitar, los camellos yendo por aquí y por allá, LaBeouf en el papel de Yaacov y Portman en el de Rajel, y así empieza el romance bíblico más lindo y enternecedor de todos, hasta que –como ya señalé al principio de la nota– uno se toma la molestia de leer el resto de la historia.
Porque resulta que el asunto es un relajo. Imagínense: Muy a la usanza del antiguo Medio Oriente (y del actual también; desde que están de moda los Talibanes y el Califato Islámico este tipo de costumbres son otra vez bastante comunes), Shia LaBeouf y Russel Crowe acuerdan que el primero trabajará siete años para poder casarse con Natalie. Y LaBeouf cumple pacientemente y con dedicación. Vamos, la Biblia hasta dice que “se le hicieron pocos porque la amaba”.
Llega la boda, todo procede como debe proceder y… ¡Sorpresa! Amaneces con otra mujer.
Imagínense cómo eran las bodas de aquellas épocas que hasta podías equivocarte de mujer, con todo y que estuvieras perdidamente enamorado. Sea cuál sea la explicación, quiero en el papel de Leah a Scarlett Johansson. Si un día me va a pasar que voy a despertar una mañana y en vez de saludar a mi esposa le voy a decir “¿Y quién demonios eres tú? ¿Quién te dejó entrar a mi casa?”, quiero que sea a Scarlett Johansson. Puedo lograr, por un momento, olvidar que estoy enamorado de Natalie Portman, y así puedo evitar que realmente tenga ganas de salir a matar a Russel Crowe, reduciendo todo el asunto a una severa charla sobre el flujo de hijas y la logística de las bodas.
Nótese: Romeo y Julieta no tienen tanta lío. Esos dos nada más están enamorados en un contexto un poco complicado por el pleito de familias, y se tienen que suicidar a los tres días de empezada la acción. Qué poco aguante. Yaacov trabajando siete años para que le cambien la esposa, y Romeo y Julieta renuncian a sufrir lo bueno de la vida casi de inmediato.
Y, por supuesto, lo que se viene es un triángulo amoroso de proporciones… bíblicas. Porque los triángulos amorosos bíblicos no son cualquier cosa. En nuestras vidas reales o en Hollywood, normalmente se definen como relaciones en donde una persona anda con dos, sin que estas dos estén del todo enteradas, y toda la bronca consiste en organizar la agenda de tal manera que el universo mantenga cierto orden.
Esos son juegos de niños para la Biblia. Aquí, en nuestro triángulo amoroso todos están casados, porque resulta que el hecho de amanecer casados con Scarlett Johansson no cancela el plan original de casarnos con Natalie Portman (¿quién, querido lector, en sus cinco sentidos, renunciaría a casarse con una sólo por despertar casado con la otra?). Entonces Crowe –viejo lobo de mar que se las sabe de todas todas– convence a LaBeouf de trabajar otros siete años para casarse también con la otra hija.
Y ahí va. Otros siete años como empleado del suegro.
No, no es exageración. Así somos los judíos cuando nos enamoramos. De verdad que llegamos a la disposición de hacer cualquier barbaridad. Siendo honesto, no conozco un grupo humano que genera semejante magnitud de mandilonería (expresión mexicanísima para referirnos a la incapacidad del varón de desobedecer a la mujer). Podéis jurarlo: Buscad en las tiendas del centro de la Ciudad al judío más feroz, rudo y mandón que haya –y hay muchos–, y os aseguro que habréis encontrado al mismo tiempo al más sumiso y dócil en la casa.
Por una mujer hacemos lo que sea. Hasta trabajar. Vamos, hasta trabajar con el suegro.
Y empiezan los problemas, según la Biblia. Allí es donde radica la relativa sensatez de Shakespeare y de Romeo y Julieta: Muertos al tercer día, no tuvieron que enterarse de qué se trataba todo el relajo de estar casados.
En cambio, LaBeouf ahora tiene que cuidar las vacas de Crowe, y de paso cuidar a los otros cuidadores de vacas de Crowe. Dice la Biblia que diez veces le cambiaron el sueldo, aunque de todos modos las diez le salieron las cosas bien en el negocio y LaBeouf, contra todos los pronósticos, se hizo un hombre próspero en esos catorce años.
Aunque en casa las cosas no salieron tan bien.
Dicen las buenas lenguas que para nosotros los judíos no hay mayor bendición que los hijos. Así que si una pareja después de casada se llena de hijos, todos somos felices. Pero recuérdese que aquí estamos hablando de un triángulo amoroso, y dice la Biblia que los primeros cuatro hijos llegaron sólo de un lado del triángulo. Es decir, que mientras Scarlett Johansson se convertía en toda una matrona hebrea, Natalie Portman seguía flaquita, flaquita, supongo que cuidando a sus gatos.
Y se arman los dramas. Por lo tanto, Natalie no tiene más remedio que inventar el cuadrado amoroso, siglos antes de que alguien hablara por primera vez del triángulo. En su brillante lógica de que “si mi hermana es la que está teniendo hijos y yo no, voy a poner a mi mucama a tener hijos y yo no…”, y entonces LaBeouf recibe una nueva mujer: Biljá.
La Biblia no nos dice nada sobre los atributos físicos de esa mujer, así que no debieron ser algo tan trascendental. Pero si tomamos en cuenta que un tipo casado con Scarlett Johansson y Natalie Portman no tuvo inconveniente en recibir a la mucama y dedicarse a tener hijos con ella, entonces tampoco debió ser alguien que pasara desapercibida.
Digamos que podemos escoger para el papel a Mila Kunis, aprovechando además sus acentuadas facciones medio orientales.
Nótese la lógica de Scarlett Johansson: Si su hermana menor puede hacer algo tan estrafalario como inventar el cuadrángulo amoroso, ella inventará el pentángulo amoroso poniendo a su propia mucama en la lista de esposas de su esposo. Y así, Zilpá se une a la familia de manera oficial. Y volvemos a lo mismo: Si Yaacov no puso peros con la nueva esposa, supongo que esta debió ser todavía más atractiva que la anterior. Así que propongo para el casting a Dianna Agron (se hizo famosa en Glee, por si no la recuerdan).
Unos siete u ocho años después (porque estas cosas toman siete u ocho años), Scarlett tiene seis hijos, Mila tiene dos, y Dianna ya también tiene dos, mientras que Natalie sólo lleva uno.
No era broma. Yo sé que hoy en día una mujer con un hijo puede sentir que se vuelve loca y que su vida es el caos absoluto, pero en la época y en el libro (me refiero a la Biblia), llegar con un solo hijo era como llegar a la primaria con un iPhone2 cuando todos los demás en el grupo ya tenían el 6, tablet y sable láser.
Y es que en algo se tenía que entretener la gente de la Edad del Bronce, y todo parece indicar que era contando hijos.
Natalie hace un esfuerzo sobrehumano por incrementar su aportación humana a la familia y, literalmente, muere en el intento: Al momento de nacer su segundo hijo, pierde la vida.
Con ello, termina el primer gran romance del que nos habla la Biblia, ese de una mujer de ojos hermosísimos (cuidado cuando se encuentren a una judía de ojos hermosísimos: No van a sobrevivir) que con sólo fijarlos en Yaacov, lo cautivó para toda la vida.
Romance en el que se inventaron los pentángulos amorosos. Romance en el que las mucamas acabaron embarazadas y no nada más nadie se quejó, sino que hasta conseguimos cuatro tribus más para Israel.
Romances bíblicos, en toda la regla.
Por eso, cuando mi mamá o cualquier otra señor judía de fuerte misticismo me dice “pídele al Santo, Bendito Sea, que te traiga una buena mujer conforme a Su Voluntad”, lo pienso un poco y digo “Eh… ah… no. Mejor la busco yo solito”.
No creo estar dispuesto a arriesgarme a tanto.
Aunque por Natalie o Scarlett… sí. Podría hacerlo. Tendría que estar como que loco para no hacerlo.
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