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domingo 22 de diciembre de 2024

Por qué fracasó la reunión de Ginebra en solucionar la crisis siria

GEORGE CHAYA

Contrariamente a lo que la comunidad internacional esperaba, era normal que fracasaran las conversaciones sobre la pacificación de la guerra civil siria celebradas la pasada semana en Ginebra. No hay ni habrá negociaciones posibles con el régimen sirio.

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En una nota muy amplia que efectuó la agencia árabe Al Arabiya el pasado jueves sobre las reuniones, puede el lector occidental comprender en amplitud por qué ello sucedería de ese modo.

En todo el mundo árabe se sabía que tales reuniones serían “un diálogo de sordos”, sostiene el periodista Khairallah al Khairallah, de Al Arabiya, particularmente por las intromisiones de Rusia y Turquía, que se esforzaron para que la crisis no se resolviera, al no resignar sus intereses en medio de la falta de acuerdo entre potencias regionales influyentes, como Arabia Saudita e Irán.

A ello hay que sumarle que tampoco Washington pudo hacer lo necesario para lograr imponer su agenda, que incluía una fase de transición para luego transferir el poder del presidente sirio Bashar al Assad a un nuevo gobierno que, incluso, incorporaría a varios altos oficiales del régimen, pero no al presidente Assad.

Todas las soluciones de transición que se evaluaron han resultado en una pérdida de tiempo, ya que han sido consideradas como destituyentes por el régimen sirio, y no hubo posibilidad alguna de encontrar soluciones políticas en ese punto.

Rusia, Arabia Saudita e Irán “no quieren” entender que es imposible negociar con el régimen, sencillamente porque que no cree en las concesiones ni efectuará ninguna oferta que flexibilice su posición. El presidente Assad se siente fuerte, incluso cuando su fortaleza está basada en fuerzas extranjeras –como es el caso del apoyo de Moscú y Teherán–, por lo que hablar de cualquier concesión es interpretado por Damasco como debilidad, de modo que fue descartada de plano. Y lo será en el futuro.

En su historial, el régimen sirio tiene una masacre en Hama hace 34 años. Allí asesinó a treinta mil personas en menos de una semana y, para ello, utilizó la excusa de la infiltración de la Hermandad Musulmana como elemento para acallar a la comunidad internacional en aquel momento. Esos crímenes fueron verdaderos, el régimen rodeó y atacó la ciudad, se destruyeron barrios enteros. Se quiso dar el ejemplo para que en el futuro nadie pensara en levantarse contra el clan Assad. Hama fue la estrategia para tal fin, luego de lo cual ningún sirio se atrevió a levantar la cabeza ni a confrontar al gobierno de Assad (padre). Y lo más cruel, a medida que pasó el tiempo, fue que el mundo aceptó la matanza.

Antes de esos eventos, en 1976, las tropas sirias entraron en Líbano con un espurio mandato de la Liga Árabe para controlar los desmanes y asesinatos que Yasser Arafat y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) estaban realizando sobre la comunidad cristiana libanesa. No hubo ciudad o pueblo libanés que se salvara de la injusticia y las barbaries cometidas por el ejército sirio, que primero destruyó ciudades cristianas fronterizas como Al Qaa Al Ayshya, para continuar con Zahle y el propio vecindario de Ashrafieh en Beirut. Tampoco se perdonó a la ciudad sunita de Trípoli al norte, donde el ejército sirio destruyó todo a su paso, asesinó y desapareció a miles de ciudadanos libaneses musulmanes y cristianos, muchos de los cuales fueron secuestrados ilegalmente y transferidos a centros de detención en Siria. Aún hay más de dos mil ciudadanos detenidos-desaparecidos (entre los años 1977 y 2000) de los cuales sus familiares jamás conocieron su destino, aunque se estima que fueron torturados y ejecutados en cautiverio en Siria.

Para comprender al sistema político que implantó el clan Assad en Siria, hay que internalizar que su régimen sólo negocia para ganar tiempo. El ejemplo de ello es que el gobierno sirio nunca deseó realmente recuperar los Altos del Golán. Sus simuladas negociaciones siempre han tenido por objetivo el mantenimiento de un limbo de “no a la guerra y no a la paz” con Israel.

Incluso durante dos momentos en que pareció que el régimen podía derrumbarse, no se llevaron a cabo negociaciones. En 1999, Damasco expulsó al líder kurdo Abdullah Ocalanpero sólo lo hizo cuando Turquía amenazó con invadir Siria. Antes de eso, el régimen se mantuvo firme en que el kurdo requerido por los turcos no era bien recibido en Siria, a pesar de que su gobierno hacía las veces de anfitrión y pese a los datos y la evidencia proporcionada por Ankara en 1998, como la dirección de la vivienda donde se ocultaba en Damasco, sus números de teléfono y una lista de las personas del régimen que hablaban con él y le prestaban apoyo. Cuando Turquía se preparaba para invadir Siria, todo acabó con la expulsión de Ocalan y el régimen esquivó así un conflicto con Ankara, a la que temía y aún teme.

En lo que parecía una segunda derrota, el régimen retiró sus tropas de Líbano en medio de las protestas contra Assad tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en febrero de 2005. Los libaneses no tenían ninguna duda de que el régimen de Damasco estaba detrás del crimen. El Ejército sirio se retiró, pero dejó el control de los organismos de seguridad y represión a su socio, Hezbolá.

En consecuencia y basados en experiencias del pasado reciente, era improbable que se lograra una solución política al conflicto en las reuniones de Ginebra. Era previsible el fracaso total y absoluto.

El enviado especial de la ONU para Siria, Steffan Mistura, se convirtió en un mero gestor intentando administrar una crisis que no tiene solución política porque el régimen no negociará esa salida y tampoco cuenta con una solución militar, porque cuando llegue el momento de quedar cara a cara, tanto Moscú como Washington o Riad con Teherán, nada sucederá entre estos jugadores relevantes en la crisis. Nadie espere un enfrentamiento militar directo o gran escala entre ellos. Eso no sucederá.

Sin embargo, la impotencia e ineficacia de Mistura no es sólo porque no conoce nada acerca de Siria, su pueblo o su régimen, sino también debido a que Rusia e Irán no desean una solución política que no sea la continuidad de Assad, y ambos están dispuestos a proporcionar al régimen la ayuda para aniquilar y desplazar al pueblo sirio.

En otras palabras, más allá de los bombardeos rusos, no hay tal cosa a la que llamar guerra rusa o iraní contra el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS), la guerra es sólo contra el pueblo sirio que conforma la oposicion y su sector militar, el Ejercito Sirio Libre (ESL), y es en apoyo absoluto del régimen de Assad. Así, seguirán golpeándolos militarmente hasta que la oposición acepte un gobierno de unidad nacional que incluya a Assad. Sin embargo, el hecho real es que la mayoría de los sirios rechazan al régimen tanto como al ISIS o al Frente al Nusra.

Lo único positivo de Ginebra es que la oposición no boicoteó en pleno las conversaciones. Al contrario, reiteró su demanda de un plan para la salida del régimen.

La rendición de la OTAN ante Rusia en la guerra civil siria, el temor de los sauditas a los persas y una diplomacia estadounidense en retirada y a la espera de un nuevo gobierno en la era post Obama no van a fomentar el progreso y ni a cambiar el status quo. Todo continuará igual en Siria. Los norteamericanos y los rusos no tienen ningún deseo de ponerle fin a la crisis.

No hay nada nuevo en el frente sirio. Todo lo que se puede decir de las conversaciones de Ginebra es que se extenderán por los próximos seis meses, es decir que continuarán hasta agosto del año en curso y, en tal caso, su objetivo ya no será poner fin a la guerra civil que hoy estrangula a ese país, sino a Siria misma y al propio pueblo sirio, que no podrán sostener medio año más de conflicto sin fragmentarse definitivamente.

Fuente: infobae.com

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