Si atendemos a lo que muchos dicen en Europa, en el establishment de la política exterior estadounidense, e incluso en la izquierda judía, cualquier debate sobre los motivos del conflicto en Oriente Medio se centra en la política israelí y en los asentamientos en la Margen Occidental. Pero aunque el conflicto con los palestinos siga siendo el foco de la obsesión de muchos medios internacionales, la verdad es bien distinta. Para comprobarlo no hace falta que se fíen de mi palabra; simplemente, pregúntenle al líder de Hezbolá.
A principios de la semana pasada, el jefe de Hezbolá, Hasan Nasralá, pronunció un discurso con motivo del aniversario de la muerte violenta de su predecesor, en el que se jactó, como suele hacer, de sus planes para atacar Israel, incluida la amenaza de volar almacenes de productos químicos en Haifa, lo que provocaría innumerables muertes. Pero, aparte de las habituales invectivas contra el Estado judío, la ira del líder chií iba dirigida a los Estados árabes suníes de la región. ¿De qué se quejaba? De que ahora muchas naciones árabes “consideran a Israel su amigo y aliado”.
Nasrala tiene razón. Aunque Egipto mantiene una paz gélida con Israel desde 1979, y tiene relaciones abiertas con Jordania desde 1994, la relación del Estado judío con el mundo árabe se ha transformado durante el último año. A causa de la común amenaza del terrorismo islamista y del temor al creciente poderío de Irán tras el acuerdo nuclear promovido por el presidente Obama, el sólido muro de la enemistad árabe hacia Israel se ha desmoronado. Aunque el odio hacia el Estado judio y el flagrante antisemitismo sigan caracterizando la cultura política y popular de árabes y musulmanes, los Estados suníes se han alineado con Israel frente a Irán y sus peones terroristas de Hezbolá, amén de contra árabes suníes como Hamás y los Hermanos Musulmanes. Además, estos vínculos no son exclusivos del Gobierno militar de Egipto, que está preocupado fundamentalmente por su lucha por la supervivencia frente a los Hermanos Musulmanes, o de la dinastía hachemita de Jordania, que siempre ha recurrido a Israel en busca de apoyo frente sus enemigos. Ahora, incluso los saudíes –guardianes de los santuarios de La Meca y Medina– y otros Estados del Golfo no ocultan su alianza informal y privada con Israel.
El primer ministro Netanyahu habló de este mismo asunto a principios de la pasada semana cuando dijo que, en su opinión, había llegado la hora de que los Estados árabes se sinceraran públicamente sobre lo que ha estado sucediendo. Aunque los egipcios y los jordanos hablan de manera cada vez más abierta sobre el alcance de su cooperación en materia de seguridad con Israel –incluidos ejercicios militares conjuntos–, a los saudíes y a otros les sigue preocupando que la opinión pública árabe los señale por ser, como correctamente apuntó Nasrala, «el amigo y aliado» de Israel.
El líder de Hezbolá y sus patronos iraníes están enzarzados en una lucha campal con los Estados suníes debido a su intervención en la guerra civil siria. Hezbolá ha sufrido enormemente en los últimos años por sus pérdidas en bajas y en imagen, causadas por haber luchado como mercenarios a sueldo de Irán en defensa del brutal régimen de Asad. Aunque a Nasrala le gustaría que el mundo creyera que se está preparando para luchar contra Israel, lo cierto es que la dura experiencia que ha supuesto su participación en las matanzas masivas de Siria ya le ha pasado factura al grupo.
Las provocaciones de Nasrala a los Estados suníes indican cuál es la verdadera línea divisoria en Oriente Medio. De un lado están Irán y sus aliados terroristas –Hezbolá, Hamás y los rebeldes huzis del Yemen– así como su aliada Siria y los patronos rusos de Asad. En el otro lado están el resto del mundo árabe e Israel.
El acuerdo nuclear del presidente Obama que puso fin a las sanciones internacionales contra Irán ha fortalecido de manera inconmensurable al régimen islamista. Su economía se ha visto impulsada por los 100.000 millones de dólares en activos congelados que Obama ha entregado a Teherán, y también por el aluvión de negocios extranjeros que esperan beneficiarse de un mercado recién redescubierto. Pero los estados árabes entienden que inflar la economía iraní supone una amenaza a su seguridad, porque una parte importante de los beneficios irá a parar a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria iraní y a sus grupos terroristas asociados, así como a su ahora legal programa nuclear militar.
El mundo árabe es consciente de que la motivación de Irán no es, como dijo el presidente Obama, “ponerse a bien con el mundo”, sino buscar la hegemonía en la región. Así que no es de extrañar que los estados suníes se estén alineando con una potencia en la región que también teme a Irán y que no supone una amenaza para ninguna de sus naciones: Israel.
Como Netanyahu y Nasrala saben, ésta es una revolución en la política de Oriente Medio que está transformando ideas y alianzas firmemente arraigadas en su pensamiento. Pero lo realmente curioso de parte del discurso internacional sobre Oriente Medio es cómo algunos países europeos y otros enemigos de Israel siguen ignorando esta realidad.
Los Estados suníes podrán simpatizar con los palestinos, pero a diferencia de muchos estadounidenses, son conscientes de que el líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, y su predecesor, Yaser Arafat, han rechazado ofertas de paz y de tener un Estado propio, así que han perdido la paciencia ante su deseo de mantener un conflicto que ya no puede reportarles recompensas ni a ellos ni al mundo árabe y musulmán. Aunque puede que los países suníes no sean sionistas, entienden que la verdadera amenaza a su seguridad es Irán y su red de terrorismo islamista, no un Estado judío que sólo se centra en su supervivencia.
Sin embargo, estos hechos son soslayados por quienes despotrican contra Israel en EEUU y por algunos Gobiernos europeos, como el francés, que sigue creyendo que los esfuerzos diplomáticos en la región deben centrarse en presionar a Israel para que haga concesiones a los palestinos, quienes en realidad no quieren la paz.
La verdadera pregunta que el mundo debe hacerse ahora sobre Oriente Medio es: ¿de qué lado está? ¿Está con Irán, con sus aliados terroristas y los carniceros de Damasco? ¿O está de parte de los Estados suníes e Israel, que tratan de evitar que Irán alcance sus objetivos estratégicos, ya fomentados por la irresponsable Administración Obama? En estos momentos, cualquier desviación que se aparte de ese dilema no sólo es improductiva, sino una negación de la realidad.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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