“No creas que esto se me olvidará. Ya no es tiempo. No entendiste lo que soy, yo soy amor, soy placer, soy esencia, soy pendeja, soy alcohólica, soy tenaz, soy pintora. Soy, simplemente soy. Y tu qué cosa eres, qué tengo que hacer ante tus ofensas. Seguir como imbécil creyéndote tus pendejadas y aceptar que tu eres un dios. Eres un dios, pretendiendo ser un dios pagano. Quédate con toda tu vida de porquería, eres una mierda”.
ALEJANDRO CAMPOS
Las palabras se le atribuyen a Frida Kahlo en una supuesta carta inédita que nunca llegó a las manos de Rivera. La pendeja, la pintora y la mujer vivió con las emociones a flor de piel, con los pinceles y las brochas como refugio para aliviar las tensiones existenciales que no tuvieron piedad en chocar contra ella. La dicotomía de opiniones alrededor de Frida la han convertido en un personaje central e innegable en el mundo de la cultura popular, o quizás la relación sea inversa, pues es inevitable no opinar sobre la habitante central de la Casa Azul. Hoy, Coyoacán es sinónimo de Kahlo, y las calles y el folklor del antiguo barrio prehispánico gira en torno a la uniceja, las manos afiladas sujetando un cigarro y el torso de yeso pintarrajeado. Cientos de miles de extranjeros piensan México en términos de Frida, y atiborran el sur de la ciudad intentando descifrar los rincones de la mujer venado. No lejos de la propiedad de los muros azules, está otra casa que la vio amar y sufrir, en la que un refugiado soviético encontró en México al tesoro de una nación: el Museo de León Trotsky.
Existen múltiples caminos para conocer y reconocer a Kahlo. Uno de ellos, quizás el más obvio, sea a través de la pintura, en el que la artista plasmó la cosmovisión de una época, de un país, de una familia y de una mujer. Las cartas, por su parte, reflejan el conjunto de ideas y emociones materializados en el acomodo de palabras, en que amantes, parientes, amigos y enemigos fueron receptores de las palabras sin consideración de la mujer con ascendencia húngara. Asimismo, las recetas de Kahlo son una fusión de la gastronomía mexicana, cocinada todos los días en la Casa Azul, con el toque surrealista de la mujer del autobús. Aunado a estos caminos, existe un cuarto, capaz de recuperar un momento a través de aquello que pasó por el obturador.
Las fotografías de Frida Kahlo nos remontan a un México perdido ante el poco misericordioso progreso; a las décadas de los 30 y 40 en que México parecía escapar de su destino de violencia y muerte fruto de la revolución, y en las que las artes ayudaban a forjar a la nueva nación. Existe una gran gama de fotografías que circulan por Internet, folletos, comerciales, revistas y libros en que la uniceja es protagonista, y otras incluso que detallan la necesidad de desnudar a Frida Kahlo. Son retratos que nos conectan con el dolor y la vida, el sufrimiento y la felicidad por los pequeños detalles aunque el rostro, las poses y los looks de la artista ya estén masificados. Sin embargo, existen múltiples imágenes reservadas para quienes han explorado más allá de las primeras páginas de búsqueda y han revisado libros enteros sobre la oriunda de Coyoacán. La misma Frida como nunca la habías visto.
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