Ya no estamos en el siglo XX. El mundo es un sitio muy diferente y en muchos sentidos mucho más complejo.
MAURICIO MESCHOULAM PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO – Hillary Clinton estará en las boletas electorales en noviembre. Eso parece un hecho (aunque a estas alturas, aquellos que dicen que pueden predecir los resultados electorales en Estados Unidos -y en otras partes- han tenido que tragarse sus palabras). Por lo menos, así lo asumen, supongo, los editores del New York Times quienes dedican una importantísima pieza dividida en dos largas entregas, al rol que jugó Clinton en el tema de Libia durante la Primavera Árabe y el peso que tuvo su personalidad en la decisión de lanzar una incursión aérea que terminaría con el derrocamiento de Gaddafi. A través de un trabajo periodístico muy documentado y completo, se busca exhibir quién es la que probablemente será la candidata demócrata, cómo reacciona en tiempos de crisis, sus actitudes en torno al papel que juega y debe jugar la superpotencia que pretende comandar, y su visión del Smart Power (poder inteligente) que Washington debe emplear cuando lo requiere. A pesar de que se trata de un gran trabajo, en ciertos momentos la pieza parece caer en dos errores: (a) A veces parece sobredimensionar el peso real de la entonces Secretaria de Estado en el proceso de toma de decisiones que llevó a la incursión aérea de la OTAN en Libia, y (b) Sobredimensiona el propio papel que Estados Unidos tuvo en dicha incursión aérea, en contraste con el de otros aliados como Francia o Reino Unido. Eso nos lleva a varios debates interesantes. Algunos de ellos tienen que ver con la personalidad de quien tiene hartas posibilidades de dirigir a ese país. Pero otros debates se relacionan más bien, con cuál es la capacidad de un líder, quienquiera que éste sea, para detener lo que muchos ven como un irremediable declive o repliegue relativo de Estados Unidos como superpotencia.
El rol de Hillary en la Libia de la Primavera Árabe
1. A inicios de la Primavera Árabe (2011), Hillary sentía que Estados Unidos no estaba haciendo lo suficiente. El amplio texto del New York Times así lo documenta. Washington, en su visión, estaba siendo rebasada por los eventos, y si no era más proactiva en lugar de reactiva, lo iba a lamentar.
2. En unas pocas semanas, el Coronel Gaddafi había revertido las ganancias que habían tenido los rebeldes, y se acercaba peligrosamente a la ciudad de Benghazi donde se esperaba que el líder libio perpetraría una masacre de civiles como otras que ya habían ocurrido en aquél país.
3. Se sabe que Hillary fue una de las principales voces dentro del gobierno estadounidense a favor de una incursión aérea que pudiera detener los avances de Gaddafi, con el objeto de –así fue planteado ante el Consejo de Seguridad de la ONU- “proteger a los civiles”. De acuerdo con el reportaje del New York Times, la de Hillary no fue solamente una voz más, sino una voz determinante en esta decisión; Obama no quería hacerlo.
4. Sin embargo, es importante comprender que, a pesar de que la postura de Clinton sin duda debe haber sido un factor de peso, hay otros actores que intervienen en el proceso de toma de decisiones relativas a la seguridad y a cuestiones militares. Desde el Secretario de Defensa y los dirigentes de agencias varias como la CIA, hasta el círculo más cercano del presidente –del cual sabemos que Hillary no formaba parte- hubo voces a favor y voces en contra de esta intervención.
5. Al final, la opinión que ganó –que no fue la de Hillary Clinton, y eso no lo aborda el NYT con claridad- fue la de llevar a cabo una intervención aérea en la que el rol de EU fuese menor, y permitir en cambio que fuesen los aliados de Washington quienes se encargasen de la gran mayoría de los bombardeos (y con ello obligar a esos aliados a asumir los costos que esta incursión tendría).
6. Obama lo puso en estos términos: “We will lead from behind”. Vamos a liderar desde atrás. Yo no sé si se trató de un liderazgo o no; lo que sí sé es que Estados Unidos se quedó atrás –literalmente. Mientras los aviones franceses y británicos bombardeaban directamente los campos de batalla, Washington se limitaba a enviar misiles “Tomahawk” desde los barcos que tenía estacionados en el Mediterráneo. La operación libia fue iniciada y concluida por los aliados europeos de Washington, no por Washington.
7. Posteriormente, se cometieron los errores de los que en este espacio hemos hablado ya varias veces. La incursión de la OTAN consiguió lo que muchos sospechamos era su objetivo real: No la protección de civiles, sino el derrocamiento de Gaddafi. Después de ello, la OTAN se fue. La intervención internacional no fue acompañada de un proceso de construcción y mantenimiento de la paz. Gaddafi fue linchado. El arsenal del Coronel quedó a la deriva (listo para alimentar tanto ese, como muchos otros conflictos de la región). Las tribus y las milicias que permanecieron armadas se siguieron disputando el poder, desde entonces y hasta ahora, momentos en los que Libia vive una implacable guerra civil. Se incrementó la actividad de grupos islámicos locales, y jihadistas extranjeros como Al Qaeda y ahora ISIS. (Ese caos es justamente el que propiciaría, tiempo después, el asesinato del embajador estadounidense en ese país, provocando, por cierto, uno de los episodios más complicados de los que Clinton se ha tenido que defender y con el cual será confrontada durante lo que resta a las campañas presidenciales).
Yo entiendo, entonces que el New York Times publique semejante reportaje en momentos de interés como son los tiempos electorales que se están viviendo. Pero la pregunta real -más allá de lo que Clinton quería o no quería hacer con respecto a Libia, o lo que Obama hubiera preferido llevar a cabo y lo que finalmente se implementó en aquél país- es si Estados Unidos tiene o no tiene la capacidad de sostener el papel que jugó durante las últimas décadas del siglo XX, y el que, según muchas personas, debería seguir jugando una vez que Obama se vaya.
¿Superpotencia en declive?
Para intentar enfrentar el debate acerca del potencial declive relativo de Estados Unidos como superpotencia, es necesario determinar hasta qué punto dicha superpotencia conserva su capacidad para influenciar (política, económica, social y/o culturalmente) a actores y eventos en su favor. Este no es un tema sencillo y las respuestas a esas preguntas no podrán definirse sino hasta dentro de muchos años. Pero el hacerse preguntas así, y aplicar esos cuestionamientos a los eventos actuales, podría empezar a arrojarnos algunas claves.
La restricción financiera
Veamos algunos elementos que componen este tema:
1. No hay superpotencia que pueda permanecer como tal, si sus recursos empiezan a escasear. Debido a factores que van desde lo histórico hasta lo coyuntural, Washington enfrenta la deuda más elevada de su historia. Más aún, a pesar de haber reducido el déficit en los últimos años, dicho déficit sigue representando un alto porcentaje del PIB, por lo que la deuda sigue creciendo.
2. Este solo factor impone restricciones de peso. Cualquier operación militar, sobre todo si se trata de operaciones mayores, debe pasar por el filtro de la siguiente pregunta: ¿Con qué recursos sería financiada? El Pentágono no cuenta con excedentes; de hecho, actualmente se encuentra en proceso de reducción de gastos. Una intervención militar mayor acarrearía costos que seguramente incrementarían la deuda con todas las consecuencias económicas que ello conlleva.
3. Estas condiciones han llegado a influenciar notablemente decisiones geopolíticas. La velocidad del retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán -a pesar de las recomendaciones del Pentágono de hacerlo de manera mucho más lenta- es un ejemplo. Esa intervención sola, costaba miles de millones de dólares que era necesario empezar a ahorrar.
4. Las decisiones acerca del grado de participación de Washington en los distintos conflictos planetarios, por consiguiente, se priorizan en cuanto a su relevancia y en cuanto al potencial daño que el conflicto en cuestión pueda ejercer en contra de los intereses estadounidenses. Si se determina que una intervención directa no es prioritaria, se elige entre un abanico de alternativas para conseguir los objetivos deseados. Estas alternativas van desde el uso de la diplomacia, hasta la intervención indirecta a través de terceros (ya sea a través de otras potencias como Francia y RU, o bien, entrenando, armando y apoyando a aliados locales).
5. Estas medidas han conseguido grandes ahorros a la Casa Blanca, y, por ende, el déficit se ha reducido. Sin embargo, suponen pagar el costo que conlleva el repliegue, el proyectar la sensación de vacío y el de tener que confiar en terceros.
Las restricciones políticas
El debate entre intervencionismo y aislacionismo en Estados Unidos es muy viejo. Sin embargo, se ha acentuado en los últimos años como producto de las dos últimas operaciones mayores de la Casa Blanca: Irak y Afganistán. En esos dos casos impulsados por la guerra contra el terrorismo, los resultados geopolíticos han sido desastrosos en proporción al costo humano y económico que supusieron. En efecto, se derrocó al gobierno talibán y se destruyeron las bases de Al Qaeda en Afganistán, y sin embargo, los talibanes actualmente controlan de nuevo buena parte del país. Al Qaeda sigue viva y ahora no solo se le combate a ella, sino a una de sus más peligrosas escisiones, ISIS. En Irak, Hussein fue derrocado pero este país hoy es uno de los mayores focos de inestabilidad del planeta.
Una parte de la opinión pública estadounidense, entonces, no entiende por qué motivo Estados Unidos tiene que ir a otras partes del mundo a pelear contra enemigos difusos y pagar con vidas de sus soldados y con sus impuestos, batallas que en su estimación no son suyas, y por encima de todo, no ver materializados los objetivos que fueron planteados para estas guerras.
Ello tiene el potencial de restringir las decisiones que cualquier presidente pudiera tomar en materia geopolítica, incluso tratándose de un presidente intervencionista. La decisión de lanzar una intervención militar en donde sea, será enormemente disputada en el Congreso y en los medios de comunicación. Esto se vio muy claramente cuando Washington estuvo a punto de atacar Siria en 2013 y en la actualidad, con los límites que se han impuesto al combate contra ISIS.
¿Personalidades o estructuras?
Ante lesos factores, entonces, lo que resta es preguntarnos en qué medida la personalidad del individuo que comande la Casa Blanca (así como la de sus secretarios o asesores) puede o no, determinar el rol que Estados Unidos deberá asumir en los años que sigan.
1. Hay cuestiones de personalidad. Sin duda. Algún/a presidente/a decidirá ser más agresivo/a que otros/as, incluso ante los costos financieros o políticos que ello conlleve. Pero si el/la próximo/a presidente/a, sin importar si se trata de Trump, Rubio o Clinton, decide poner fin a la Doctrina Obama de repliegue, y decide incrementar las operaciones estadounidenses en diversas zonas del mundo, tendrá que elevar el gasto militar, y por tanto el déficit con el que EU ya opera, lo que terminaría resultando en un endeudamiento incluso superior al que ya se tiene. Estados Unidos no es la primera potencia ni la última a la que eso le ha sucedido en la historia. Los recursos son finitos y el tema puede ser pospuesto, pero es inescapable.
2. Y eso sin contar con otro tipo de factores, como la cada vez mayor complejidad de los sitios y conflictos en los que supuestamente EU debería de tener un rol más activo o intervencionista. Solo piense en el caso de Siria, donde hoy ya participan milicias locales, muchas de ellas enfrentadas entre sí, actores no-estatales transnacionales como ISIS o Al Qaeda, potencias regionales y potencias globales como Rusia. Igualmente, complejos son panoramas en otras partes como Irak, Yemen o la propia Libia. Lanzar incursiones militares en sitios así (o aumentar el rol que en ellas hoy se tiene), lejos de garantizar a Washington el éxito geopolítico, puede resultar contraproducente.
Ya no estamos en el siglo XX. El mundo es un sitio muy diferente y en muchos sentidos mucho más complejo. No significa que haya más o menos conflictos, más o menos muertes, o riesgos. Simplemente significa que es un planeta muy diferente. La cuestión es cómo las y los líderes de países como Estados Unidos, se moverán dentro de este dinámico y complicado entorno cuando no tienen los recursos o las capacidades que quisieran tener.
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