HENRIQUE CYMERMAN*
“Vengo a esta universidad cada día, y la habitación de las mujeres de la limpieza está justo frente a la biblioteca en la que paso horas investigando. Cada vez que me acercaba veía a un grupo de jóvenes rodeadas de productos de limpieza y me despertaron la curiosidad”, afirma el catedrático de matemática pura Shai Gol, una de las promesas de la Universidad Bar Ilán, situada cerca de Tel Aviv y reconocida como la única facultad ortodoxa de Israel.
Aunque hoy en día hay estudiantes de esta minoría religiosa y otros seculares judíos y árabes, la historia del profesor Gol es más sorprendente por el lugar y el momento: la “intifada de los cuchillos”. “Un día decidí que tenía que dejar de ignorarlas”, comenta.
Arifa Amash, joven árabe israelí del servicio de limpieza, empezó aseando salones de clase y pasillos cuando tenía 16 años. Hoy, a los 28, ya es madre de cinco hijos, hace jornadas de 12 horas diarias y cobra 7 euros por hora. “Es un trabajo duro, la verdad, pero no me queda alternativa para dar de comer a mis hijos. Lo que más me gusta de mi trabajo es que me encuentro a menudo con gente importante”. Arifa se refiere a los catedráticos con los que se cruza por los pasillos y los laboratorios. “Siempre me interesó lo que ellos decían en las clases o investigaban en los laboratorios”, añade, “pero me limitaba a mirar y escuchar de lejos; no me atrevía a hacerles preguntas”. Arifa empieza a limpiar la mesa del profesor: “Me moriría por estar en el lugar de los estudiantes”.
Otra trabajadora de la limpieza, la joven judía israelí Jemda Jubran, escucha atenta la conversación y comenta: “Yo fui la primera con la que habló Shai Gol”. El profesor acudió un día a Jemda y a otra de sus compañeras para decirles que le encantaría darles clases de matemática, y les propuso enseñarles algo. Recibió una respuesta negativa que le sorprendió mucho, porque no llegó ni a explicarles lo que quería enseñarles. “¿Cómo pueden rechazar mi oferta?”, se preguntó.
Él no desistió y pidió a dos estudiantes, una palestina y otra judía, que hablasen con otras empleadas de la limpieza. La respuesta fue positiva. Jemda cuenta que cuando Gol se lo propuso, pensaba que estaba riéndose de ellas. Desde entonces, cada martes y jueves a las 9 en punto, aprovechan su hora de descanso no solo para comer algo sino para ir a clase. Empezaron solo tres, pero el rumor se difundió y la clase se llenó de mujeres y algunos hombres que limpian las facultades. “En octubre concluiremos el programa de matemática de bachillerato para los que estudian humanidades, y entonces haremos un examen”, dice el profesor a los nuevos alumnos. “Cuando vayan al supermercado, la seguridad social o reciban su sueldo, sabrán exactamente qué se les está pagando”, les dice.
Al principio, el matemático temía que la universidad no viese con buenos ojos su iniciativa, ya que distraería al personal de limpieza de su trabajo. Sin embargo, Shai Gol es el héroe de Bar Ilán. Las jóvenes, que en muchos casos salen de sus casas en aldeas del norte del país a las cinco de la mañana, no lo tienen fácil para tener energías para concentrarse y resolver ecuaciones. Jemda cuenta que su sueño a los 13 años era ser profesora, pero sus padres tenían que trabajar y ella se vio obligada a quedarse en casa para ocuparse de sus hermanos menores. A Arifa le pasó algo parecido; su aspiración era ser enfermera. Ahora, por primera vez, sabe calcular exactamente todos los detalles de su nómina: “Cuando no estoy segura, le pregunto a Shai y hacemos un ejercicio en clase para aclararme”.
El matemático asegura que pase lo que pase no dejará de enseñar a quien lo desee: “Ellas están sedientas de aprender; quizá más que los propios estudiantes. A veces, antes de clase veo cómo abren los cuadernos y repasan el material enseñado, algo que ni los estudiantes hacen normalmente”.
Cuando hace unos meses se multiplicaron los acuchillamientos de israelíes a manos de palestinos, parte de las árabes dejaron la clase. Gol rondó por el campus y las llamó una a una. Probablemente no haya otro profesor en Bar Ilán que deba ir a buscar a sus alumnos. Logró reunir a seis, que van a clase en caravana detrás de él. La realidad de la violencia penetra en el aula, aunque el profesor intente mantener una burbuja de paz.
Arifa, quien llevó a su marido para que conociera a Gol, lo consuela: “Lo que estás dándonos es el regalo más bonito”.
*Periodista, corresponsal en el Medio Oriente
Fuente:nmidigital.com
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