SAL EMERGUI
Varios hospitales atienden a más de 2.000 heridos y amputados por la guerra siria y pagan sus prótesis hasta que regresan recuperados.
“Te quiero. Que Dios te proteja”. Con estas sencillas palabras escritas en árabe, la niña siria de ocho años consiguió emocionar al doctor judío llegado de la fría ex Unión Soviética a Israel en los años 90. Referencia mundial en traumatismo y habituado a reconstruir cuerpos de todas las edades mutilados por la guerra, Alexander Lerner recuerda como si fuera ayer mismo a aquella niña que salvó hace más de dos años en el Hospital Ziv de Safed, en el norte de Israel.
“Fue uno de los primeros heridos que recibimos de la guerra siria. El estado de las piernas de la niña era terrible. Al cabo de tres meses, volvió a Siria andando gracias a una prótesis. Me emocionó recibir una carta suya de agradecimiento desde allí“, cuenta Lerner antes de enseñar duras diapositivas de niños sin piernas o brazos. Dolorosa factura de bombas, misiles, minas y disparos en la cruenta guerra “todos contra todos” que cumple su quinto aniversario en la vecina Siria.
Más de 2000 sirios han sido atendidos en hospitales en un país con el que están “técnicamente en guerra” desde hace décadas. Sus vidas se reconstruyen en el estado que ocupó la meseta del Golán en la guerra del 67. En algún punto fronterizo, el ejército israelí recoge a los heridos. Tras semanas o meses de tratamiento médico vuelven a su país con prótesis y la sensación de que el enemigo no es tan fiero como les enseñaron desde que tienen uso de razón. Los doctores y enfermeros árabes -el 40% del departamento de Lerner- les ayudan con el idioma y facilitan su estancia en Israel, inimaginable hace cinco años.
“Cuando ves una hemorragia, sólo piensas en frenarla y no si su país nos odia o no. De los 600 sirios que hemos tratado en este hospital, nueve han muerto y el resto se ha marchado“, nos dice en este pequeño centro público sanitario especializado ya en el “paciente sirio”. Gente que afronta con valor y resignación la ausencia o severo daño de sus extremidades.
Como Abu Hamza (35), tumbado en la cama más cercana a la ventana de la habitación custodiada por un joven soldado. Sin una pierna y la otra destrozada y con la cabeza lúcida, no quiere que le hagan fotos de su rostro. Motivos no faltan. A bote pronto, surgen tres: su mujer y sus dos hijos atrapados aún en el ensangrentado laberinto sirio. “Mi colega…”, repite Lerner cada vez que habla con este sirio que era cirujano antes de que la guerra impactara brutalmente en sus piernas.
Abu Hamza aclara que no es miliciano sino doctor de una ONG que asiste a los rebeldes. O como apunta “los que luchan contra la opresión del régimen”. Aunque curiosamente el fuego que le trajo aquí hace 10 días a través de Kuneitra tenía la firma del grupo terrorista IS.
Tras salvarse de 13 ataques como doctor, hoy es paciente en territorio hostil. “El estatus de enemigo está sólo en el cerebro de Bashar Asad. Agradezco a Israel por su rapidez en recibirme y su tratamiento en el hospital”, explica consciente de que en Siria estos elogios le pueden costar la vida. De hecho, al irse el hospital quita las etiquetas en hebreo de la ropa dada para que nadie piense que fueron tratados por los israelíes.
Abu Hamza se graduó en Medicina sin saber que ejercería en una realidad infernal sin luz al final del túnel. “El futuro es incierto. Luchamos contra Asad pero si IS se expande por todo el territorio sirio será algo muy negativo para todo Siria”, reconoce.
A su lado, descansa Fares (24), un agricultor alcanzado por una bomba en las afueras de Damasco. El Ejército Libre Sirio (ESL) le evacuó a la frontera y de ahí directo a las manos de Lerner. “Al principio, no me sentí cómodo al venir a Israel pero me han dado el mejor tratamiento posible. Estoy agradecido. Es lo que diré cuando vuelva a Damasco“, anuncia a la espera de la operación que salve lo que queda de su pierna. ¿Es posible la paz entre Israel y Siria? Fares no lo duda: “Mientras Bashar Asad siga en el poder, nunca”.
Safed es una ciudad emblemática del judaísmo sefardí y la capital de la Cabalá. Sus calles rezuman una calma que contrasta con lo que sucede a escasos 25 kilómetros de distancia. Los pacientes israelíes y sirios comparten uniformes, comidas y pesimismo. “Debemos curar a todos los vengan y blindar la frontera porque si son capaces de estas barbaridades entre árabes, imagínate qué nos harían a los judíos”, comenta a EL MUNDO un vecino que viene a pasar una revisión.
De los sirios que han pasado por Ziv, sólo dos trajeron una hoja explicando su situación médica. El texto -legible pese a los restos de sangre- es útil al inicio. “Nuestros colegas sirios trabajan en circunstancias muy adversas con el 80% de sus infraestructuras destruidas”, lamenta Lerner, que resalta que las “caras prótesis son financiadas por israelíes”.
Un trabajador social árabe de Ziv reconoce que lo más duro es el trato con los más pequeños. Muchos huérfanos de visión, piernas y esperanzas. Lo más reconfortante es cuando andan o regalan una sonrisa. O cuando las madres dan a luz.
Lerner recuerda el primer día de una siria tras amputarle una pierna. “Empezó a andar y todos los pacientes y personal salieron al pasillo y aplaudieron. Fue impresionante”. O al joven que al llegar con una pérdida de 25 centímetros de hueso le pidió con entereza: “Doctor, sé que no puede salvar mi pierna pero haga lo que deba para salvarme“.
En la frontera, el activista de la ONG Al Marsad en el Golán, el druso Salman Fakhr Eddin, aplaude el trato médico israelí a los sirios pero critica: «A diferencia de Jordania, Líbano y Turquía y en contra de lo que dijo inicialmente, Israel no ha acogido a ningún refugiado».
Israel está acusado por los rebeldes y por el régimen de apoyar a la otra parte. El Gobierno replica que no toma partido en un conflicto con dos caras que considera “peligrosas”: por un lado, Asad, apoyado por viejos enemigos como Irán y el grupo libanés Hizbulá, y por otro una amalgama de movimientos yihadistas (IS y Jabat Nusra)por cuyas venas no fluye precisamente amor a los judíos o al sionismo.
Aunque la norma en el hospital es no entrar en temas políticos y limitarse al campo sanitario y humanitario, preguntamos si con el tratamiento de sirios de los que no todos son civiles, Israel no apoya los rebeldes. “Cuando alguien llega a mis manos y debo actuar rápido para salvarle, no le pregunto si es civil o militar”, contesta Lerner. El espíritu que reina en una sala de quirófano, sin embargo, no se contagia en los despachos diplomáticos o cuarteles militares.
El doctor israelí se quita por unos momentos la bata blanca, aparca los milagros de la cirugía ortopédica y habla como un ciudadano más: “Hay que encontrar de una vez por todas una solución. En Europa la gente vive en paz después de sufrir terribles guerras. Debe pasar lo mismo en esta zona. Basta ya”.
Fuente:elmundo.es
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